HOMILÍA – V DOMINGO DE CUARESMA 2016
«La mujer adúltera»
(Jn 8, 1-11)
– P. Carlos Cardó, SJ –
Domingo, 13 DE MARZO DE 2016
Esta hermosa página del evangelio de San Juan expone en
forma de un relato lo esencial de la misión por la que Cristo ha venido al
mundo: él no ha venido a condenar sino a salvar (Jn 3,17). Nos muestra, además,
el modo de pensar y actuar de Jesús en contraposición con el modo de pensar y
actuar de los que se creen los puros y juzgan y condenan a los demás.
Éstos, los fariseos y doctores de la ley, le traen a una
mujer que han sorprendido en adulterio. Según la ley judía (Dt 5,18ss; Lev
18,20; 20,10), el adulterio era un delito que se castigaba con la pena de muerte
por lapidación. Pero lo que quieren los fariseos y escribas es juzgar a Jesús.
Por eso le preguntan: «Señor, esta mujer ha sido atrapada en adulterio. ¿Qué
dices sobre ello?». Si Jesús se opone al castigo, desautoriza la ley de Moisés;
si la aprueba, echa por tierra toda su enseñanza sobre la misericordia y
contradice la autoridad con que él mismo ha perdonado a los pecadores. Al mismo
tiempo, si Jesús afirma que se debe apedrear a la mujer, entra en conflicto con
los romanos que prohíben a los judíos aplicar la pena de muerte; y si se opone,
aparece en contra de las aspiraciones de los judíos de ejercer con autonomía
sus derechos. La pregunta era capciosa por donde se la viera.
Pero Jesús tiene que hacer presente a Aquel que da la ley
y es la fuente de toda justicia. Tiene que hacer ver, asimismo, que el amor
misericordioso ha de ser la norma de todo comportamiento humano. Por eso guarda
silencio y con su gesto de ponerse a escribir con el dedo en el suelo, parece
no interesarse en la cuestión planteada.
Al igual que la parábola del Hijo Pródigo que meditamos
el domingo pasado, el pasaje de la mujer adúltera tiene una importancia capital
en el mensaje cristiano: pone de manifiesto que el Dios que se nos ha revelado
en Jesús busca lo perdido de este mundo (Yo he venido a buscar y salvar lo que
estaba perdido, Lc 19), es amigo de publicanos y pecadores (Lc 7,34), que en
Jesús encuentran el perdón y logran rehacer sus vidas. Por eso, por revelar un
Dios así, los fariseos y doctores de la ley acusarán a Jesús de blasfemia:
porque se atribuye el poder divino de perdonar, “porque siendo un hombre te
haces Dios” (Jn 10, 33; Jn 19,7).
«Esta mujer ha sido atrapada en adulterio. ¿Qué dices
sobre ello?», gritan los que se creen justos. La mujer por su parte, con su
dignidad por los suelos no puede aducir nada; sólo aguarda la terrible condena.
Pero ella no imagina que a su lado está quien personifica la misericordia.
Sabe, sí, que su vida está en manos de ese rabí galileo llamado Jesús, de quien
se dice que habla con una autoridad que sólo a Dios corresponde. Pero no sabe
que él la conoce mejor que quienes la acusan y que ya la ha mirado con profunda
compasión y está dispuesto incluso a dar su vida por ella, como el pastor bueno
que sale a buscar a la oveja perdida.
De pronto, Jesús se levanta y su voz resuena otorgándole
a la mujer el indulto, eximiéndola de su responsabilidad penal, otorgándole la
remisión de la pena que podría corresponderle. “Aquel de ustedes que no tenga
pecado, que le tire la primera piedra”. Y los acusadores de la mujer se van
retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, porque no hay ninguno
que esté sin pecado.
Jesús queda solo con la mujer. “Quedaron frente a frente
la mísera y la misericordia”, dirá San Agustín. Y Jesús le pregunta: «¿Mujer,
dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?». «Ninguno, Señor»,
responde ella con estupor por lo sucedido. Jesús se le acerca y le dice:
«Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar». Un futuro de
dignidad, de vida rehecha y transformada se abre para ella.
Con frecuencia solemos ser duros e insensibles, Jesús en
cambio no puede dejar de demostrar su misericordia entrañable. El amor está por
encima de la intransigencia, resuelve el pecado, vence al castigo. Este es el
mensaje que debemos llevarnos y procurar poner en práctica, sobre todo en esta
cuaresma de este Año Santo de la Misericordia. No juzguemos, no condenemos,
mostrémonos siempre dispuestos a rehabilitar al otro y darles a todos una
oportunidad.
“No veo más solución –dice Etty Hillesum en el campo de
concentración– sino que cada cual examine retrospectivamente su conducta y
extirpe y aniquile en sí todo cuanto crea que hay que aniquilar en los demás. Y
convenzámonos de que el más pequeño átomo de odio que añadamos a este mundo lo
vuelve más inhóspito de lo que ya es” (Journal, p. 205).
– P. Carlos Cardó, SJ –
Párroco
PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA
Puerta de la Misericordia