HOMILÍA – III DOMINGO DE CUARESMA
«La higuera seca» (Lc 13,
1-9) – P. Carlos Cardó, SJ – 28 Feb 2016
Higuera seca |
Jesús aprovecha dos acontecimientos vividos por su pueblo
para dar al creyente un criterio de lectura de los males que ocurren en el
mundo y del modo como Dios actúa.
Poncio Pilato |
El primero es un mal producido por la libertad y la maldad
humana, en ese caso, por Poncio Pilato. Se sabe históricamente que Pilato, el
gobernador romano de la Judea en tiempos de Jesús, fue un funcionario cruel y
despiadado, que sometió a mano de hierro a los judíos. El incidente de los
galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios, es una muestra
de su crueldad.
Torre de Siloè - Jerusalèn |
El segundo acontecimiento es un accidente que pone de manifiesto
la manera violenta e inevitable en que actúan a veces las leyes de la
naturaleza. Fue la muerte trágica de dieciocho desgraciados que murieron
aplastados al caerse la torre de Siloé en Jerusalén.
Ambos acontecimientos, como todos los males del mundo,
interrogan al creyente: ¿por qué se producen tales cosas? Ante el mal, producto
de la libertad humana o desencadenado a
consecuencia de las leyes naturales, uno palpa la fragilidad del ser, el riesgo
de la existencia, la confrontación de una vida realizada o una vida echada a
perder. Los males, en definitiva, abren los ojos del creyente a la acción de
Dios que tiene poder para salvarnos, pero cuenta con nuestra libre respuesta de
colaboración a su obra: la conversión a Él.
Es comprensible que ante los males del mundo el hombre se
pregunte acerca de la bondad de Dios y de su creación. Pero no siempre tiene
que ser así. La fe cristiana no propone explicaciones consoladoras del mal,
sino que impulsa la búsqueda de medios para superarlo y cambiar el mundo en
dirección del reino de Dios. Este fue el camino que escogió Jesucristo. Él nos
enseñó a hacer presente en toda situación dolorosa la fuerza del amor de Dios
que supera todo sufrimiento. Y porque en Jesús se nos manifestó Dios como amor
solidario con el sufrimiento humano, ante la realidad muchas veces dolorosa de
nuestro mundo, no renunciamos a nuestra confianza en el Dios creador bueno.
Jesús, además, rechaza toda interpretación maniquea y
simplista, que divide a los hombres en buenos y malos. No es justo polarizar el
mal y constatar el pecado en otros, para justificarnos o descargar nuestra
responsabilidad. Jesús nos propone, en cambio, una actitud de honestidad que
tiene incalculables consecuencias prácticas: la actitud de quien reconoce que
el mal actúa dentro de nosotros mismos y por eso ante Dios todos somos
pecadores. Antes de echar culpas a los demás, examinemos nuestra conciencia.
Esto es fundamental para poder convertirnos a Dios, para obtener su perdón
liberador y mantenernos en la vida verdadera, que siempre desea para cada uno
de nosotros.
La segunda parte del evangelio de hoy nos trae la parábola
de Jesús sobre la higuera que no daba frutos. Sirve para profundizar en el tema
de la primera parte, porque nos advierte que no debemos desaprovechar el tiempo
propicio de salvación que Dios nos da, sino que debemos emplearlo en cumplir
con seriedad nuestra responsabilidad por los demás. En este tiempo se producen
los frutos que llevaremos cuando nos presentemos ante su presencia.
El mensaje de la parábola es claro. En el Antiguo
Testamento, la viña simbolizaba al pueblo de Israel. En ella, el árbol de la
higuera, ubérrimo en frutos dulces, representaba la Ley de Dios, que debía
crecer y fructificar en la viña. Estos simbolismos valen también para nosotros:
nuestro mundo es la viña del Señor y cada uno de nosotros representa una
higuera, destinada a dar fruto. Dios, el viñador, trabaja pacientemente con
nosotros y espera, porque está lleno de compasión y misericordia.
El Dios del perdón, el viñador, le concede un plazo a la
higuera para que dé fruto en el futuro. Cristo intercede por nosotros para que
tengamos una oportunidad y nos convirtamos a Él. “No es que se retrase en
cumplir su promesa como algunos creen –dice san Pedro en su 2ª carta– sino que
tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie se pierda sino que
todos se conviertan” (2 Pe 3,9). Así, cuando el creyente reconozca todo el
esmero que le dispensa su señor también él querrá ser útil para los demás y
para el mundo.
“No quiero la muerte del pecador sino que se convierta de su
conducta y viva”, dice Dios por el profeta Ezequiel (Ez 33,11). Su misericordia
toca el corazón del creyente, lo sana, lo regenera. En Jesús, Dios busca lo que
está perdido. A todos ofrece una nueva oportunidad. Y porque son sus hijos e
hijas queridos, está dispuesto a salvarlos llevando su amor hasta el extremo.
Habiendo amado a los suyos…, los amó hasta el extremo.
La parábola de la higuera nos demuestra la diferencia que
hay entre el comportamiento de Dios y el los hombres. Para éstos, los hombres
del viejo Israel y los de hoy, la lógica es ésta: no sirve, córtala. Para Dios,
la lógica es: no da frutos, la cuidaré con mayor esmero. Dios no tala la
higuera, es decir, la persona. La respeta, le da una oportunidad para que
cambie, porque la ama.
Un texto hermoso del libro de la Sabiduría describe esta
actitud de Dios que ama la vida por él creada: Te compadeces de todos porque
todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para que se
arrepientan. Amas todo cuanto existe y no desprecias nada de lo que hiciste;
porque si algo odiaras, no lo habrías creado. ¿Y cómo podría existir algo que
tú no lo quisieras? ¿Cómo permanecería si tú no lo hubieras creado? Pero tú
eres indulgente con todas tus criaturas, porque todas son tuyas, Señor, amigo
de la vida” (Sab 11,23-26)
Con su predicación con su vida y con su muerte, Jesús no
hizo otra cosa que mostrarnos este rostro de Dios, amigo de la vida, e
invitarnos a comprender que el camino de nuestra salvación consiste en imitar
la generosidad de Dios en nuestro amor y servicio a los demás. En ese amor
paciente y bondadoso, que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y lo
soporta todo (1 Cor 13, 4.7) consiste “el camino más excelente”.
P. Carlos Cardó, SJ
Pàrroco Virgen de Fatima – Miraflores
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