Vengo de la Tumba:
Por el padre Enrique Rodriguez SJ, párroco de la Iglesisa de San Pedro de Lima:
Cuando el arquitecto de la iglesia del Colegio San Pablo elaboró los planos, tuvo en cuenta los espacios de enterramiento. Ya existía un pequeño cementerio en la esquina de Azángaro con Ucayali. El nuevo, en el atrio, sería más amplio. En la iglesia misma habría además una serie de bóvedas funerarias bajo las capillas laterales y otra mayor bajo el presbiterio.
No existen planos conocidos de nuestra iglesia. Quién sabe si están refundidos en el Archivo General de la Nación, en el Archivo de Indias o en el de la Compañía de Jesús en Roma con la información precisa. Mientras tanto, nos guiamos por lo que hoy podemos ver.
El “entierro de los jesuitas” como se le nombra en antiguos documentos, tiene su entrada por la capilla entre el presbiterio y la sacristía. Está sellada con una plancha de fierro bajo la reja de entrada. Sobre la reja colocaron las baldosas blancas y negras que desde 1952 cubrieron todo el piso de ladrillo pastelero.
Bajando la escalera hay una bóveda de cañón que atraviesa la iglesia de lado a lado (norte – sur), bajo el presbiterio, hasta la capilla de Nuestra Señora de los Remedios, futura capilla del padre Francisco del Castillo. El ancho de la bóveda es el espacio entre las zapatas de las columnas del presbiterio de la iglesia. Por el centro de la bóveda corría una especie de camino hecho de ladrillos en aparejo de cabeza, unidos con mortero de calicanto. A los lados había muretes también de ladrillo y el mismo aparejo, que formaban los espacios para los ataúdes. El espacio funerario tenía una segunda parte, más pequeña, separada por una pared, con acceso por el lado opuesto, destinada a los reducidores y osarios.
En el año 1952 se extendió el área del presbiterio. Para que soportara la base de cemento hubo que reforzar la parte inferior, es decir la bóveda funeraria. Entonces rompieron paredes y muretes, bajando el nivel del piso de la cripta, levantando dos paredes de refuerzo armando algunas viguetas e inyectando cemento para que el encofrado resistiera el peso superior.
¿Cuándo cerraron las bóvedas? Tuvo que ser a principio del siglo XIX para cumplir la orden del virrey Abascal prohibiendo el entierro en los templos. Pero para entonces la expulsión de los jesuitas llevaba más de 30 años de efectuada y las tumbas desde el primer momento habían sido profanadas por los buscadores de tesoros, o mejor dicho del tesoro de los jesuitas. Con seguridad no quedó un cuerpo ni un hueso en su sitio. Baste recordar que las cajas que contenían las reliquias de los mártires habían sido expurgadas y puestas de cualquier manera, se hizo forados en pisos y paredes de nuestra casa, pero nunca se encontró nada de valor que no hubiera sido previamente declarado. Cuenta el padre Vargas Ugarte que los jesuitas al volver a su iglesia encontraron los huesos revueltos con desmonte. Posiblemente fue el padre Gumersindo Gómez de Arteche quien recogió los despojos pare darles cristiana sepultura.
Pero no nos pongamos históricamente tristes. Tengo más cosas que contarles. La primera noche que bajé a la bóveda no fue sin emoción. Bajo un retablo habían dejado un pequeño hueco de 40 por 40 centímetros. Premunidos de linternas hicimos el descenso, con ciertas culebritas rondando el estómago. Pero la curiosidad por saber la verdad era mayor. Me hacía varias preguntas: ¿Hallaré huesos? ¿Habrá algún pasadizo secreto? Una vez abajo encontramos desmonte, bolsas de cemento, madera humedecida, algunos fierros corroídos. La primera tarea sería extraer el desmonte, que ya sacamos: tres volquetadas. Así hemos podido encontrar el espacio arriba descrito. La gran desilusión ha sido que no existe una bóveda central, como pensábamos encontrar. Los nichos son en número suficiente, dado que los cuerpos, después de 13 meses en cal viva, podían ser trasladados al osario. No hay tampoco túneles hacia otros sitios: ni hacia Torre Tagle, ni hacia San Antonio (San Marcos), ni hacia ninguna parte; es un mito en lo que a nosotros respecta.
De lo que no me había terminado de dar cuenta era que los antiguos jesuitas eran bajitos. Ya me parecía, por el tamaño “small” de los ornamentos que guardamos y son de fines del siglo XIX y principio del XX. Las tumbas eran para depositar cajones con personas entre 1.50 y 1.60, con alguna excepción. También lo había calculado por algunas reliquias. Pero es tema que dejo a la antropología física y a otro post.
Publicado por Enrique Rodríguez SJ
http://padreenrique.blogspot.com/2010/06/vengo-de-la-tumba.html
No existen planos conocidos de nuestra iglesia. Quién sabe si están refundidos en el Archivo General de la Nación, en el Archivo de Indias o en el de la Compañía de Jesús en Roma con la información precisa. Mientras tanto, nos guiamos por lo que hoy podemos ver.
El “entierro de los jesuitas” como se le nombra en antiguos documentos, tiene su entrada por la capilla entre el presbiterio y la sacristía. Está sellada con una plancha de fierro bajo la reja de entrada. Sobre la reja colocaron las baldosas blancas y negras que desde 1952 cubrieron todo el piso de ladrillo pastelero.
Bajando la escalera hay una bóveda de cañón que atraviesa la iglesia de lado a lado (norte – sur), bajo el presbiterio, hasta la capilla de Nuestra Señora de los Remedios, futura capilla del padre Francisco del Castillo. El ancho de la bóveda es el espacio entre las zapatas de las columnas del presbiterio de la iglesia. Por el centro de la bóveda corría una especie de camino hecho de ladrillos en aparejo de cabeza, unidos con mortero de calicanto. A los lados había muretes también de ladrillo y el mismo aparejo, que formaban los espacios para los ataúdes. El espacio funerario tenía una segunda parte, más pequeña, separada por una pared, con acceso por el lado opuesto, destinada a los reducidores y osarios.
En el año 1952 se extendió el área del presbiterio. Para que soportara la base de cemento hubo que reforzar la parte inferior, es decir la bóveda funeraria. Entonces rompieron paredes y muretes, bajando el nivel del piso de la cripta, levantando dos paredes de refuerzo armando algunas viguetas e inyectando cemento para que el encofrado resistiera el peso superior.
¿Cuándo cerraron las bóvedas? Tuvo que ser a principio del siglo XIX para cumplir la orden del virrey Abascal prohibiendo el entierro en los templos. Pero para entonces la expulsión de los jesuitas llevaba más de 30 años de efectuada y las tumbas desde el primer momento habían sido profanadas por los buscadores de tesoros, o mejor dicho del tesoro de los jesuitas. Con seguridad no quedó un cuerpo ni un hueso en su sitio. Baste recordar que las cajas que contenían las reliquias de los mártires habían sido expurgadas y puestas de cualquier manera, se hizo forados en pisos y paredes de nuestra casa, pero nunca se encontró nada de valor que no hubiera sido previamente declarado. Cuenta el padre Vargas Ugarte que los jesuitas al volver a su iglesia encontraron los huesos revueltos con desmonte. Posiblemente fue el padre Gumersindo Gómez de Arteche quien recogió los despojos pare darles cristiana sepultura.
Pero no nos pongamos históricamente tristes. Tengo más cosas que contarles. La primera noche que bajé a la bóveda no fue sin emoción. Bajo un retablo habían dejado un pequeño hueco de 40 por 40 centímetros. Premunidos de linternas hicimos el descenso, con ciertas culebritas rondando el estómago. Pero la curiosidad por saber la verdad era mayor. Me hacía varias preguntas: ¿Hallaré huesos? ¿Habrá algún pasadizo secreto? Una vez abajo encontramos desmonte, bolsas de cemento, madera humedecida, algunos fierros corroídos. La primera tarea sería extraer el desmonte, que ya sacamos: tres volquetadas. Así hemos podido encontrar el espacio arriba descrito. La gran desilusión ha sido que no existe una bóveda central, como pensábamos encontrar. Los nichos son en número suficiente, dado que los cuerpos, después de 13 meses en cal viva, podían ser trasladados al osario. No hay tampoco túneles hacia otros sitios: ni hacia Torre Tagle, ni hacia San Antonio (San Marcos), ni hacia ninguna parte; es un mito en lo que a nosotros respecta.
De lo que no me había terminado de dar cuenta era que los antiguos jesuitas eran bajitos. Ya me parecía, por el tamaño “small” de los ornamentos que guardamos y son de fines del siglo XIX y principio del XX. Las tumbas eran para depositar cajones con personas entre 1.50 y 1.60, con alguna excepción. También lo había calculado por algunas reliquias. Pero es tema que dejo a la antropología física y a otro post.
Publicado por Enrique Rodríguez SJ
http://padreenrique.blogspot.com/2010/06/vengo-de-la-tumba.html