De gran coraje misionero, los
jesuitas san Roque González de santa Cruz y sus compañeros mártires
rioplatenses
El jesuita Roque González
nació en Asunción, actual Paraguay, de madre nativa y padre español. Fue
ordenado sacerdote diocesano a los 22 años. Roque González siempre soñó cruzar
las empalizadas que defendían la ciudad, para ir con los indios a quienes
sentía sus “hermanos”. Con este sueño entró en la Compañía de Jesús en 1609,
cuando entendió que como párroco de la catedral de Asunción, los cargos y
honores eclesiásticos podían apartarlo de su vocación misionera.
Entró en la selva llena de
peligros, para llevar la alegría del Evangelio a sus hermanos los indios que
vivían muy mal, a merced de las pestes, animales salvajes y sobre todo de
brujos y hechiceros que los hacían trabajar para ellos, les quitaban la comida
y las mujeres. En 1615 Roque fundó el primer pueblo de las famosas misiones
jesuitas. En estos pueblo se vivió muy intensamente durante varios años la
alegría del Evangelio en comunidades muy bien organizadas. Y Roque llegó hasta
Buenos Aires en canoa para comerciar el llamado “oro verde” la yerba mate,
cultivo propio de las misiones de esas tierras.
El hechicero Ñezú mando matar
a Roque en noviembre de 1628. Después de golpearlo en la cabeza con un hacha de
piedra, mientras colgaba una campana para llamar a la oración, arrojaron su
cuerpo al fuego. Cuando volvieron al lugar del crimen –dicen que el asesino
siempre regresa-, escucharon que les decía “aunque me matan no muero…”.
Entonces le arrancaron el corazón que todavía estaba entero y lo atravesaron
con una flecha.
Yo mismo pude ver el agujero de la flecha, cuando en 1988 el
corazón incorrupto de Roque González visitó la iglesia de santos Mártires, en
san Miguel, Buenos aires, erigida por el padre Jorge Mario Bergoglio, actual
Papa Francisco.
Juan del Castillo y Alfonso
Rodríguez, misioneros jesuitas españoles, también fueron martirizados
cruelmente. La Compañía de Jesús los celebra el 16, la iglesia universal el 17.
Podemos rogarles la gracia de un corazón fuerte, para salir de nosotros mismos,
de la auto referencialidad, a misionar con coraje apostólico en las periferias
geográficas y existenciales, compartiendo la alegría del Evangelio con los que
sufren más.
Fuente:
Reflexiones en Frontera
El