07 Oct. 16 / 12:02 am (ACI/EWTN Noticias).- El
7 de octubre se celebra a la Virgen del Rosario, advocación que hace referencia
al rezo del Santo Rosario que la propia Madre de Dios pidió que se difundiera
para obtener abundantes gracias.
En el año 1208 la Virgen María
se le apareció a Santo Domingo y le enseñó a rezar el Rosario para que lo
propagara. El santo así lo hizo y su difusión fue tal que las tropas
cristianas, antes de la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), rezaron el
Santo Rosario y salieron victoriosos.
El Papa San Pío V en
agradecimiento a la Virgen, instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias
para el primer domingo de octubre y añadió el título de “Auxilio de los
Cristianos” a las letanías de la Madre de Dios.
Más adelante, el Papa Gregorio
XIII cambió el nombre de la Fiesta al de Nuestra Señora del Rosario y Clemente
XI extendió la festividad a toda la Iglesia de occidente. Posteriormente San
Pío X la fijó para el 7 de octubre y afirmó: “Denme un ejército que rece el
Rosario y vencerá al mundo”.
Rosario significa “corona de
rosas y, tal como lo definió el propio San Pío V, “es un modo piadosísimo de
oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el
ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y
tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor".
San Juan Pablo II, quien
añadió los misterios luminosos al rezo del Santo Rosario, escribió en su Carta
Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” que este rezo mariano “en su sencillez y
profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una
oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad”.
El Papa peregrino termina esa
misma Carta con una hermosa oración del Beato Bartolomé Longo, apóstol del
Rosario, que dice:
Oh Rosario bendito de María,
dulce cadena que nos une con Dios,
vínculo de amor que nos une a
los Ángeles,
torre de salvación contra los
asaltos del infierno,
puerto seguro en el común
naufragio, no te dejaremos jamás.
Tú serás nuestro consuelo en
la hora de la agonía.
Para ti el último beso de la
vida que se apaga.
Y el último susurro de
nuestros labios será tu suave nombre,
oh Reina del Rosario de
Pompeya,
oh Madre nuestra querida,
oh Refugio de los pecadores,
oh Soberana consoladora de los
tristes.
Que seas bendita por doquier,
hoy y siempre, en la tierra y en el cielo.