Junípero Serra, santo de la catolicidad y protector de
los hispanos
(RV).- Con una multitudinaria
participación de fieles, el Papa Francisco canonizó en el Santuario Nacional de
la Inmaculada Concepción de Washington, al franciscano español, que se
considera como primer santo hispano, en
la nación estadounidense, en la que dentro de pocos años, la mitad de la
población será de origen hispano. San Juan Pablo II lo beatificó el 25 de
septiembre de 1988.
Después de la Santa Misa, en
un breve y emocionado encuentro, el Papa Francisco saludó a una representación
de las comunidades de nativos de California.
¡Oh Señor Jesús, nosotros
somos solamente tus discípulos misioneros, tus humildes cooperadores para que
venga tu Reino!
Con esta invocación en su corazón el Papa Francisco, pidió la
intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, y también la de Fray Junípero y de
los otros santos y santas americanos, para que lo conduzcan y guíen en sus viajes apostólicos a América del Sur y a
América del Norte. Lo dijo él mismo en su homilía de la Misa, en la Jornada de
reflexión para la canonización de Junípero Serra, en el Pontificio Colegio
Norteamericano, en Roma. (2 de mayo de 2015)
"Contemplamos el
testimonio de santidad de Fray Junípero – uno de los padres fundadores de los
Estados Unidos, santo de la catolicidad y especial protector de los hispanos
del país –, para que todo el pueblo americano descubra la propia dignidad,
consolidando cada vez más la propia pertenencia a Cristo y a su Iglesia",
deseó ese mismo día el Papa. Evocando su obra de evangelización, con los primeros “12 apóstoles franciscanos” que
fueron los pioneros de la fe cristiana en México, señaló que el mallorquín Fray
Junípero fue protagonista de una nueva primavera evangelizadora en aquellas
extensas tierras que, desde hacía doscientos años, habían sido alcanzadas por
los misioneros provenientes de España, desde Florida hasta California.
Además del testimonio de
santidad del que redactó el informe “Representación sobre la conquista temporal
y espiritual de la Alta California”,
calificado como una Carta de los Derechos de los indios, el Papa
Francisco puso de relieve, con la vida y
el ejemplo de Fray Junípero, su impulso
misionero y su devoción mariana: "sabemos que antes de regresar a
California quiso ir a consagrar su vida a Nuestra Señora de Guadalupe, y a
pedirle, para la misión que estaba por iniciar, la gracia de abrir el corazón
de los colonizadores y de los indígenas".
"Que un impetuoso viento
de santidad recorra el próximo Jubileo extraordinario de la Misericordia en
todas las Américas". Confiando en la promesa hecha por Jesús, el Papa
invitó a pedir a Dios esta particular efusión del Espíritu Santo.
"Pedimos a Jesús
Resucitado, Señor de la historia, que la vida de nuestro continente americano
se arraigue más y más en el Evangelio que ha recibido; que Cristo esté cada vez
más presente en la vida de las personas, de las familias, de los pueblos y de
las naciones".
Y que la mayor gloria de Dios
se manifieste en "la cultura de la vida, en la fraternidad, en la
solidaridad, en la paz, en la justicia, con amor preferencial y comprometido
por los más pobres, a través del testimonio de los cristianos de las diversas
comunidades y confesiones, de los creyentes de otras tradiciones religiosas y
de los hombres de recta conciencia y de buena voluntad".
La celebración coincidió con el mismo día en se cumplió el 90
aniversario de la colocación de la primera piedra del santuario mariano tan amado en Estados
Unidos, dedicado a la Inmaculada Concepción, patrona de esta nación. La
Basílica ha sido visitada por el Papa Benedicto XVI, el Papa Juan Pablo II y la
Madre Teresa de Calcuta.
Con el Papa Francisco en
Estados Unidos, Cecilia de Malak, Radio Vaticano
“Supo salir para testimoniar
la ternura de Dios”,
el Papa en la Misa de canonización de Fray Junípero
(RV).- “Supo testimoniar en
estas tierras la alegría del Evangelio, supo vivir lo que es la Iglesia en
salida”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía de la Misa de canonización de
Fray Junípero Serra, en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción,
Washington, D.C.
Comentando los textos bíblicos
que la liturgia presenta en ésta celebración, el Santo Padre recordó que la
Palabra de Dios es “una invitación que golpea fuerte nuestra vida”. Una
invitación, dijo el Papa que hace eco del deseo que todos experimentamos a
llevar una vida plena, una vida con sentido, una vida con alegría. Hay algo
dentro de nosotros, agregó, que nos invita a la alegría y a no conformarnos, a
no resignarnos, a no caer en una resignación triste que poco a poco se va
transformando en acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el
corazón.
Por ello, afirmó el Pontífice,
es importante “preguntarnos, ¿cómo hacer para que no se nos anestesie el
corazón? ¿Cómo profundizar la alegría del Evangelio en las diferentes
situaciones de nuestra vida? La respuesta dijo el Papa, lo encontramos en las
palabras de Jesús: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta,
se conoce y se vive tan solo dándola, dándose.
“Porque la fuente de nuestra
alegría, señaló el Obispo de Roma, nace de ese deseo inagotable de brindar
misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y
su fuerza difusiva”. La alegría el cristiano la experimenta en la misión:
«Vayan a las gentes de todas las naciones» (Mt 28,19). La alegría el cristiano
la encuentra en una invitación: Vayan y anuncien. La alegría el cristiano la
renueva, la actualiza con una llamada: Vayan y unjan.
Hoy estamos aquí, afirmó el
Sucesor de Pedro, “porque hubo muchos que se animaron a responder a esta
llamada”. Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no
encerrarse «en las estructuras que nos dan una falsa contención. Somos deudores
de una tradición, de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena
Nueva del Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena.
“Y hoy recordamos a uno de
esos testigos, subrayó el Pontífice, que supo testimoniar en estas tierras la
alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en
salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la
ternura reconciliadora de Dios”. “Aprendió a gestar y a acompañar la vida de
Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos.
Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de
cuantos la habían abusado”. «Siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero
encontró para vivir la alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el
corazón.
(Renato Martinez – Radio
Vaticano)
Texto completo de la
homilía del Papa Francisco
Palabras del Papa en el
Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, Washington, D.C.
«Alégrense siempre en el
Señor. Repito: Alégrense» (Flp 4,4). Una invitación que golpea fuerte nuestra
vida. «Alégrense» nos dice Pablo con una fuerza casi imperativa. Una invitación que se hace eco del deseo que
todos experimentamos a de una vida plena, a una vida con sentido, a una vida
con alegría. Es como si Pablo tuviera la capacidad de escuchar cada uno de
nuestros corazones y pusiera voz a lo que sentimos y vivimos. Hay algo dentro
de nosotros que nos invita a la alegría y a no conformarnos con placebos que
siempre quieren contentarnos.
Pero a su vez, vivimos las
tensiones de la vida cotidiana. Son muchas las situaciones que parecen poner en
duda esta invitación. La propia dinámica a la que muchas veces nos vemos
sometidos parece conducirnos a una resignación triste que poco a poco se va
transformando en acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el
corazón.
No queremos que la resignación
sea el motor de nuestra vida, ¿o lo queremos?; no queremos que el
acostumbramiento se apodere de nuestros días, ¿o sí?. Por eso podemos
preguntarnos, ¿cómo hacer para que no se nos anestesie el corazón? ¿Cómo
profundizar la alegría del Evangelio en las diferentes situaciones de nuestra
vida?
Jesús lo dijo a los discípulos
de ayer y nos lo dice a nosotros hoy: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del
evangelio se experimenta, se conoce y se vive solamente tan solo dándola,
dándose.
El espíritu del mundo nos
invita al conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano «hace
falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una
responsabilidad por los demás y por el mundo» (Laudato si’, 229). Tenemos la
responsabilidad de anunciar el mensaje de Jesús. Porque la fuente de nuestra alegría
«nace de ese deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber
experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva»
(Evangelii gaudium, 24). Vayan a todos a anunciar ungiendo y a ungir
anunciando.
A esto el Señor nos invita hoy
y nos dice: La alegría el cristiano la experimenta en la misión: «Vayan a las
gentes de todas las naciones» (Mt 28,19).
La alegría el cristiano la
encuentra en una invitación: Vayan y anuncien.
La alegría el cristiano la
renueva, la actualiza con una llamada: Vayan y unjan.
Jesús los envía a todas las
naciones. A todas las gentes. Y en ese «todos» de hace dos mil años estábamos
también nosotros. Jesús no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de
quiénes son dignos o no de recibir su mensaje, y su presencia. Por el
contrario, abrazó siempre la vida tal cual se le presentaba. Con rostro de
dolor, hambre, enfermedad, pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio.
Con rostro de dudas y de piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada,
trucada, la abrazó como venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas
veces se presenta derrotada, sucia, destruida. A «todos» dijo Jesús, a todos,
vayan y anuncien; a toda esa vida como es y no como nos gustaría que fuese,
vayan y abracen en mi nombre. Vayan al cruce de los caminos, vayan… a anunciar
sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha
perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del
Padre. Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del
sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos
con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error,
las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la
vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el
corazón.
La misión no nace nunca de un
proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y
planificado; la misión siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada,
encontrada y perdonada. La misión nace de experimentar una y otra vez la unción
misericordiosa de Dios.
La Iglesia, el Pueblo santo de
Dios, sabe transitar los caminos polvorientos de la historia atravesados tantas
veces por conflictos, injusticias, y violencia para ir a encontrar a sus hijos
y hermanos. El santo Pueblo fiel de Dios, no le teme al error; le teme al
encierro, a la cristalización en elites, al aferrarse a las propias
seguridades. Sabe que el encierro en sus múltiples formas es la causa de tantas
resignaciones.
Por eso, «salgamos, salgamos a
ofrecer a todos la vida de Jesucristo» (Evangelii gaudium, 49). El Pueblo de
Dios sabe involucrarse porque es discípulo de Aquel que se puso de rodillas
ante los suyos para lavarles los pies (cf. ibíd., 24).
Hoy estamos aquí, podemos
estar aquí, porque hubo muchos que se animaron a responder a esta llamada,
muchos que creyeron que «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el
aislamiento y la comodidad» (Documento de Aparecida, 360). Somos hijos de la
audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse «en las estructuras
que nos dan una falsa contención… en las costumbres donde nos sentimos
tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta» (Evangelii gaudium,
49). Somos deudores de una tradición, de una cadena de testigos que han hecho
posible que la Buena Nueva del Evangelio siga siendo generación tras generación
Nueva y Buena.
Y hoy recordamos a uno de esos
testigos que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray
Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que
sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de
Dios. Supo dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo
salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y
peculiaridades. Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros
de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la
dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos
que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan
en la vida de tantos.
Tuvo un lema que inspiró sus
pasos y plasmó su vida: supo decir, pero sobre todo supo vivir diciendo:
«siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la
alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el corazón. Fue siempre
adelante, porque el Señor espera; siempre adelante, porque el hermano espera;
siempre adelante, por todo lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante.
Que, como él ayer, hoy nosotros podamos decir: «siempre adelante».