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sábado, 26 de febrero de 2011

TIEMPO DE GRACIA Y DE ESPERANZA - con ocasión de la visita de la Cruz de la J.M.J. 2011



Viernes 25 de Febrero de 2011
TIEMPO DE GRACIA Y DE ESPERANZA
Carta del Arzobispo de Valencia, con ocasión de la visita de la Cruz de la J.M.J. 2011


Cuando estos días íbamos acompañando la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud o cuando en estos días me comunican algunos datos de las personas que acogen el Itinerario Diocesano de Renovación, de los grupos que van surgiendo para hacer este Itinerario, ciertamente tengo que decir con todas mis fuerzas: gracias Señor; gracias por tu Gracia y por la esperanza manifiesta que nos regalas. ¡Qué bueno es saber mirar no sólo la piel, sino el corazón de nuestra Archidiócesis de Valencia! Y lo es porque, en ese hoy de las necesidades de los hombres, de sus reacciones, de sus necesidades, de sus alientos y desalientos, ver la propuesta que nos ha hecho la Cruz y observar la acogida del Itinerario es esencial para poder decir que estamos en un tiempo de gracia y esperanza.

¡Qué bien se acoge la Palabra de Dios! ¡Qué necesidad existe de esta Palabra! ¡Cómo se busca esta Palabra! ¡Qué necesidad hay de encuentro con Jesucristo! Y la Palabra de Dios necesita tiempos y lugares específicos, necesita de hombres y mujeres no en abstracto sino en concreto, que hagan posible que entre en el corazón, que formule maneras de vivir, que se haga vida en sus vidas en un tiempo real y que se manifieste en compromisos. Estoy seguro que es un tiempo de sazón y de gracia, donde todas las semillas que hemos sembrado en tierra darán su fruto en el tiempo oportuno. Bien sabéis que el crecimiento y la aparición de toda vida es un largo proceso, que abarca el cultivo del terreno y la inserción de la semilla, voltear la tierra, limpiar la maleza, hacer el riego, defender de las heladas. Hay diversidad de tiempos en la vida humana y cada cosa requiere su tiempo. También lo que henos vivido requiere su tiempo, pero es cierto que este tiempo lo es de sazón y de gracia.

Cuando en estos días he visto a tanta gente que se acercaba a la Cruz, cuando veo las noticias que llegan de las parroquias y de las personas que se apuntan para hacer el Itinerario, pienso para mí mismo –y ahora os lo digo en voz alta–: el tiempo que vivimos es un tiempo de discernimiento y de consolidación de fundamentos, de esperanza confiada ante un futuro que hemos de vivir como tarea que Dios pone en nuestras manos para volver a situar en el centro de nuestra vida a Jesucristo, que es quien nos entrega la paz, la libertad, la generosidad. ¡Qué maravilloso es poder comprobar con tus propios ojos a los que reciben el Evangelio como la fuerza más trasformadora que viene de más allá y que va hacia más allá! ¡Qué esperanza llega a la vida y qué frescor a la existencia humana, cuando se comprueba que no se pueden apagar, ni sofocar a los testigos porque, entre otras cosas siguen y tienen la ayuda y la gracia que les entrega el gran Testigo que es Jesucristo!

No es ningún mensaje fuera de esta realidad si os digo, con certezas bien comprobadas, que estamos en tiempo de edificación y consolidación. Tenemos que edificar y consolidar y, para ello, tenemos que poner aquellos acentos que son imprescindibles: escucha de la Palabra de Dios, encuentro personal con Jesucristo, contemplación de su rostro, testimonio público de nuestra adhesión al Señor, amor a la Iglesia en la que hacemos todas las experiencias anteriores. No confundamos edificar y consolidar con endurecimiento, esclerosis, reducción de horizontes. En la edificación y consolidación no hay que vivir de temores o de obsesiones. Estos no son buenos consejeros para un anuncio del Evangelio realizado con confianza, fidelidad y certeza.

Hay una pregunta que me gustaría realizaros hoy: ¿de qué somos capaces y hasta qué punto estamos decididos a poner la vida en juego, cuando vemos que el mundo y que todos los hombres cada vez necesitan con más urgencia a Jesucristo? Vosotros me diréis, pero creo que esta pregunta tiene respuesta cuando estamos:
1. Convencidos del significado humanizador que tiene la fe cristiana para la vida humana, siempre que la vivamos como alguien que con todas las consecuencias consiente a la Palabra y revelación de Dios.
2. Convencidos también de la legitimidad real que tiene la fe, precisamente en estos momentos y siempre, a pesar de los cuestionamientos que se hagan de ella. Hay que ser testigos vivos en todas las circunstancias, también cuando hay ideologías que niegan la fe, relativizan la verdad de la existencia humana entendida y vivida desde la fe o quieren aparcarla a un lado sin negarla, sin querer saber nada de la misma y, por tanto, dejarla sin protagonismo en la formulación de la vida.
3. Convencidos de la capacidad que tiene la fe para engendrar ideales para vivir y fuerza moral para revivir. El Dios que se nos revela y desvela en Jesucristo, el prójimo que vemos tal y como lo vio Jesucristo, y la esperanza que esto engendra, tienen una hondura y una fuerza de innovación que no se puede comparar con nada.
4. Convencidos de nuestra pertenencia a la Iglesia, que nos congrega en torno a lo que es esencial, la Eucaristía, la Palabra, y de que este encuentro con Jesucristo nos impulsa a ser testigos de la buena nueva de perdón y salvación liberadora para todos los hombres, a la solidaridad con todos.

Con gran afecto, os bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia

http://www.archivalencia.org/