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sábado, 23 de enero de 2016

24.01 Homilía del III Domingo del T.O. - 2016



HOMILÍA – DOMINGO III DEL T. O.
«El espíritu del Señor me ha enviado»
 (Lc 1,1-4; 4,14-21) – P. Carlos Cardó, SJ –
Domingo 24 Ene 2016

E l evangelio de hoy tiene dos partes. La primera es el prólogo de la obra de Lucas (1,1-4). La segunda, cuatro capítulos después, narra el inicio de la actividad pública de Jesús en Nazaret (4,14-21).
En el prólogo, San Lucas dice que su evangelio está dedicado a un cierto Teófilo, que no sabemos bien si es un personaje real o ideal. Algunos comentaristas lo consideran una persona histórica, un ayudante de Lucas en su tarea evangelizadora. Lo más acertado es decir que se trata de una figura simbólica que representa al discípulo de todos los tiempos. “Teófilo” significa “amado de Dios” o “amante de Dios”. El discípulo de Jesús, que recibe el evangelio, sabe que Dios lo ama y desea llegar a amar realmente a Dios.
Se puede decir que Lucas dedica su evangelio al cristiano que quiere llegar a ser un adulto en su fe, consciente de la responsabilidad que le atañe en el mundo. A ese cristiano lo quiere conducir a vivir una experiencia similar a la de los discípulos de Emáus, es decir, a escuchar al Señor, a reconocerlo “al partir el pan” y hallarlo presente en la comunidad, cuyos miembros dan testimonio de que “verdaderamente el Señor ha resucitado” (24,34)
Lucas declara que su intención al escribir su evangelio es componer un relato de los hechos que se han verificado en torno a Jesús de Nazaret. Hablará de Jesús en forma narrativa, empleando las tradiciones transmitidas por los que fueron primero testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Por consiguiente, lo que está en el evangelio no son fantasías del autor, sino testimonios recogidos tal como fueron transmitidos por los que convivieron con Jesús y luego los dieron a conocer a las primeras comunidades cristianas.
El evangelista comprueba todo exactamente desde el principio y lo presenta de manera ordenada, para que los lectores puedan conocer y entender mejor a Jesús. Es la finalidad: que conozcan la solidez de las enseñanzas recibidas.
En la segunda parte del texto de hoy se relata el acontecimiento que da inicio a la vida pública de Jesús. Nos dice que Jesús, como era su costumbre, asistió un sábado a la sinagoga de su pueblo y que se levantó para hacer la lectura. Le dieron un texto del profeta Isaías y lo explicó aplicándolo a su propia persona. Hizo ver a sus oyentes que él era el enviado definitivo de Dios, portador de su Espíritu, que lo había ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y conseguir la libertad a los oprimidos.
Muchos al oírlo se admiraron de “las palabras de gracia” que salían de su boca; vieron que en ellas se realizaban las promesas de Dios, proclamadas por los antiguos profetas. Al igual que aquellos primeros testigos, también la comunidad cristiana primitiva experimentaba en su quehacer diario la gracia de Dios, sentían que el mismo Jesús resucitado seguía acompañando a los suyos.
Para ellos y para nosotros –a quienes se dirige el Evangelio– las palabras de Jesús son una constante llamada a la vida plena y realmente feliz; a aquella vida que, como la de Jesús, se realiza en el amor y el servicio, en especial a los pobres y a los que sufren.
Hay algo importante en el texto de Lucas que debemos resaltar porque tiene especial actualidad en este tiempo en que celebramos el Año Santo de la Misericordia, inaugurado por el Papa Francisco. Es la referencia precisamente al año jubilar.
Jesús afirma que ha venido a proclamar el año de gracia del Señor, conforme a lo anunciado por Isaías. Toda su actividad queda definida a la luz de esta promesa, cuyo cumplimiento definitivo se daría con la venida del Mesías. El año de gracia era el año jubilar que los judíos debían celebrar cada 50 años según lo prescrito en el libro del Levítico, cap. 25.
En ese año santo, se condonaban las deudas, se prestaba dinero sin interés a quien lo necesitaba, se devolvían las tierras o propiedades tomadas por hipotecas vencidas y se pagaba el rescate de los judíos vendidos como esclavos. De este modo se devolvía a la tierra la finalidad para la que fue creada por Dios y, en la creación liberada, todos podían sentirse realmente hijos del mismo padre y hermanos entre sí.
Jesús afirma que para esto ha venido, que esa meta se ha alcanzado en él. Más tarde, los cristianos de la primitiva Iglesia, según Hechos de los Apóstoles, se vieron como el nuevo Israel que daba cumplimiento al Año Jubilar proclamado por Jesús, pues vivían unidos y lo tenían todo en común, repartían los bienes, compartían el pan (Hech 2, 42-48) y hacían todo lo posible para que no hubiera pobres entre ellos (Hech 4,32-37).
Asimismo nosotros, y con mayor intensidad en este Año Santo de la Misericordia, debemos sentirnos llamados a trabajar por la causa de Jesús, que hoy como ayer tiene el mismo contenido y los mismos destinatarios: hacer que todos se sientan hijos e hijas de Dios y vivan como hermanos y hermanas, en una creación, liberada de toda injusticia y protegida como nuestra casa común.
Que en este año santo, como anhela el Papa Francisco, se pueda “unir toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar” (Encíclica Laudato sì, n.13). Contamos para ello con el Espíritu que consagró a Jesús y que sigue disponible también para nosotros hoy.

– P. Carlos Cardó, SJ –

Parroquia Nuestra Señora de Fátima – Miraflores - Lima