San Martín de Porras
Martín de la
caridad
Lima, 9 de
diciembre de 1579 – 3 de noviembre de 1639
Fiesta: 3 de
Noviembre
San Martín de
Porras, o Porres como se le conoce, fue el primer Santo negro de América y es
el Patrón Universal de la Paz. Se le conoce también como "el Santo de la
Escoba" por ser representado con una escoba en la mano como símbolo de su
humildad y llamado por Juan XXIII como Martín de la caridad, por el gran amor
que ponía en cada una de las cosas que hacía.
Sus primeros años
Fue hijo de un
español de la Orden de Alcántara, Don Juan de Porras (o Porres según algunos
documentos) y de una negra liberta, Ana Velázquez, natural de Panamá que
residía en Lima.
Nació en el
barrio limeño de San Sebastián, Martín de Porras fue bautizado el 9 de
diciembre de 1579 y dos años más tarde nació su hermana Juana. El documento
bautismal revela que su padre no lo reconoció, pues por ser caballero laico y
soltero de una Orden Militar estaba obligado a guardar la continencia de
estado. Posteriormente sí lo reconoció.
Hacia 1586, el
padre de Martín decidió llevarse a sus dos hijos a Guayaquil con sus parientes.
Sin embargo, los parientes sólo aceptaron a Juana quien no había heredado la
tez morena de su madre, y Martín de Porras hubo de regresar a Lima, donde fue
puesto bajo el cuidado de doña Isabel García Michel en el arrabal de Malambo,
en la parte baja del barrio de San Lázaro, habitado por negros y otros grupos
raciales. En 1591 recibió el sacramento de la Confirmación de manos del
arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo.
Martín inició su
aprendizaje de boticario en la casa de Mateo Pastor. Esta experiencia sería
clave para Martín, conocido luego como gran herbolario y curador de enfermos,
puesto que los boticarios hacían curaciones menores y administraban remedios
para los casos comunes. También fue aprendiz de barbero, oficio que conllevaba
conocimientos de cirugía menor.
La proximidad del
convento dominico de Nuestra Señora del Rosario y su claustro conventual
ejercieron una atracción sobre él. Sin embargo, entrar allí no cambiaría su
situación social y el trato que recibiría por ser mulato y bastardo: no podía
ser fraile de misa e incluso le prohibieron ser hermano lego.
Empieza su vida
religiosa
A los 15 años, en
1594 y por la invitación de Fray Juan de Lorenzana, famoso dominico, teólogo y
hombre de virtudes, entró en la Orden de Santo Domingo de Guzmán, pero
recibiría el trato de siempre por ser mulato y bastardo: no podía ser fraile de
misa e incluso le prohibieron ser hermano lego. Por eso ingresó bajo la
categoría de "donado", es decir, como terciario. Así vivió 9 años,
practicando los oficios más humildes. Fue admitido como hermano de la orden en
1603. Perseveró en su vocación a pesar de la oposición de su padre, y en 1606
profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia.
En el convento,
Martín ejerció también como barbero, ropero, sangrador y sacamuelas. Su celda
quedaba en el claustro de la enfermería. Todo el aprendizaje como herbolario en
la botica y como barbero hizo de Martín un curador de enfermos, sobre todo de
los más pobres y necesitados. Los frailes se quejaban de que Fray Martín quería
hacer del convento un hospital, porque a todo enfermo que encontraba lo
socorría y hasta llevaba a algunos más graves y pestilentes a recostarlos en su
propia cama cuando no tenía más donde se los recibiera. Su humildad fue probada
en el dolor de la injuria, incluso de parte de algunos religiosos dominicos.
Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que fue asemejando al
mulato a su Reconciliador.
Su fama se hizo
muy notoria y acudía gente muy necesitada en grandes cantidades. Su labor era
amplia: tomaba el pulso, palpaba, vendaba, entablillaba, sacaba muelas,
extirpaba lobanillos, suturaba, succionaba heridas sangrantes e imponía las
manos con destreza. En Martín confluyeron las tradiciones medicinales española,
andina y africana; solía sembrar en un huerto una variedad de plantas que luego
combinaba en remedios para los pobres y enfermos. Debió de empezar su labor
como enfermero entre 1604 y 1610.
La vida en el
convento estaba regida por la obediencia a sus superiores, pero en el caso de
Martín la condición racial también era determinante. Aunque frecuentaba a la
gente negra y a castas, nunca planteó reivindicaciones sociales ni políticas;
se dedicó únicamente a practicar la caridad, que hizo extensiva a otros grupos
étnicos. Todas estas dificultades no impidieron que Martín fuera un fraile
alegre. Sus contemporáneos señalan su semblante siempre alegre y risueño.
Su preocupación
por los pobres fue notable. Se sabe que los desvalidos lo esperaban en la
portería para que los curase de sus enfermedades o les diera de comer. Martín
trataba de no exhibirse y hacerlo en la mayor privacidad. La caridad de Martín
no se circunscribía a las personas, sino que también se proyectaba a los
animales, sobre todo cuando los veía heridos o faltos de alimentos. Tenía
separada en la casa de su hermana (que ya estaba casada y en buena posición
social) un lugar donde albergaba a gatos y perros sarnosos, llagados y
enfermos.
De todas las
virtudes que poseía Martín de Porras sobresalía la humildad, siempre puso a los
demás por delante de sus propias necesidades. En una ocasión el convento tuvo
serios apuros económicos y el Prior se vio en la necesidad de vender algunos
objetos, ante esto, Martín de Porras se ofreció a ser vendido como esclavo para
remediar la crisis, el Prior conmovido, rechazó su ayuda.
Ejerció
constantemente su vocación pastoral y misionera; enseñaba la doctrina cristiana
y fe de Jesucristo a los negros e indios y gente rústica que asistían a
escucharlo en calles y en las haciendas cercanas a las propiedades de la Orden
ubicadas en Limatambo. La situación de pobreza y abandono moral que estos padecían
le preocupaban; es así que con la ayuda de varios ricos de la ciudad - entre
ellos el virrey Conde de Chinchón, que en propia mano le entregaba cada mes no
menos de cien pesos - fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz para reunir a
todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa
situación.
El futuro santo
fue frugal, abstinente y vegetariano. Dormía sólo dos o tres horas, mayormente
por las tardes. Usó siempre un simple hábito de cordellate blanco con una capa
larga de color negro. Alguna vez que el Prior lo obligó a recibir un hábito
nuevo y otro fraile lo felicitó, Martín, risueño, le respondió: “pues con éste
me han de enterrar” y efectivamente, así fue.
Santo en vida
Martín fue
seguidor de los modelos de santidad de Santo Domingo de Guzmán, San José, Santa
Catalina de Siena y San Vicente Ferrer. Sin embargo, a pesar de su encendido
fervor y devoción, no desarrolló una línea de misticismo propia.
Se sabe que San
Martín de Porras, Santa Rosa de Lima terciaria dominica y San Juan Macías
también dominico, se conocieron y trataron algunas veces, aunque no se tienen
detalles históricamente comprobados de sus entrevistas.
Aunque él trataba
de ocultarse, su fama de santo crecía día por día, no había familia en Lima que
no hubiese recibido ayuda de Martín de Porras de alguna forma y el don de la
sabiduría era en él tan grande, que las más altas personalidades de Lima
recurrían a su consejo. También, muchos enfermos lo primero que pedían cuando
se sentían graves era: "Que venga el santo hermano Martín". Y él
nunca negaba un favor a quien podía hacerlo.
Hacia 1619
comenzó a sufrir de cuartanas, fiebres muy elevadas que se presentaban cada
cuatro días; este mal se le fue agudizando y duró el resto de su vida, aunque
continuó cumpliendo con sus obligaciones. Con el correr del tiempo, Martín fue
ganando no sólo fama de santo sino que empezó a ser temido. La imaginería
popular se desconcertaba ante sucesos sobrenaturales, algunos de ellos no
presenciados pero conocidos de oídas. Comenzaron a correr rumores de que
deambulaba por el claustro en las noches, rodeado de luces y resplandores.
También causaban miedo sus apariciones inesperadas y sus desapariciones
inexplicables.
Milagros
atribuidos
Las historias de
sus milagros son muchas y sorprendentes, éstas fueron recogidas como
testimonios jurados en los Procesos diocesano (1660-1664) y apostólico
(1679-1686), abiertos para promover su beatificación. Buena parte de estos
testimonios proceden de los mismos religiosos dominicos que convivieron con él,
pero también los hay de otras muchas personas, pues Martín de Porras trató con
gentes de todas las clases.
Se le atribuye el
don de la bilocación. Sin salir de Lima, fue visto en México, en África, en
China y en Japón, animando a los misioneros que se encontraban en dificultad o
curando enfermos. Mientras permanecía encerrado en su celda, lo vieron llegar
junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos o curarlos. Muchos lo
vieron entrar y salir de recintos estando las puertas cerradas. En ocasiones
salía del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a entrar sin
tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía,
respondía: "Yo tengo mis modos de entrar y salir".
Se le reputó
control sobre la naturaleza, las plantas germinaban antes de tiempo y toda
clase de animales atendían a sus mandatos. Uno de los episodios más conocidos
de su vida es que hacía comer del mismo plato a un perro, un ratón y un gato en
completa armonía.
Se le atribuyó
también el don de la sanación, de los cuales quedan muchos testimonios, siendo
las más sorprendentes la curación de enfermos desahuciados. Según los
testimonios de la época, a veces se trataba de curaciones instantáneas, en otras
bastaba tan sólo su presencia para que el enfermo desahuciado iniciara un
sorprendente y firme proceso de recuperación. Durante la epidemia de peste,
curó a cuantos acudían a él, y curó milagrosamente a los sesenta cohermanos.
Normalmente los remedios por él dispuestos eran los indicados para el caso,
pero en otras ocasiones, cuando no disponía de ellos, acudía a medios
inverosímiles con iguales resultados. Con unas vendas y vino tibio sanó a un
niño que se había partido las dos piernas, o aplicando un trozo de suela al
brazo de un donado zapatero lo curó de una grave infección. Todos, grandes
señores y hombres sencillos, no tardaban en recurrir al socorro del santo
mulato: "yo te curo, Dios te sana" decía Martín con grande conciencia
del inmenso amor del Señor que ha gustado siempre de tocar el corazón de los
hombres con manos humanas.
Sorprendió a
muchos con sus curaciones instantáneas, como la del novicio Fray Luis Gutiérrez
que se había cortado un dedo casi hasta desprendérselo; a los tres días tenía
hinchados la mano y el brazo, por lo que acudió al hermano Martín, quien le
puso unas hierbas machacadas en la herida. Al día siguiente, el dedo estaba
unido de nuevo y el brazo enteramente sano. En cierta ocasión, el arzobispo
Feliciano Vega, que iba a tomar posesión de la sede de México, enfermó de algo
que parece haber sido pulmonía y mandó llamar a Fray Martín. Al llegar éste a
la presencia del prelado enfermo, se arrodilló, mas él le dijo: "levántese
y ponga su mano aquí, donde me duele". ¿Para qué quiere un príncipe la
mano de un pobre mulato?, preguntó el santo. Sin embargo, durante un buen rato
puso la mano donde lo indicó el enfermo y, poco después, el arzobispo estaba
curado.
Muchos
testimonios afirmaron que cuando oraba con mucha devoción, levitaba y no veía
ni escuchaba a la gente. A veces el mismo Virrey que iba a consultarle (aún
siendo Martín de pocos estudios) tenía que aguardar un buen rato en la puerta
de su habitación, esperando a que terminara su éxtasis.
Otra de las
facultades atribuidas fue la videncia. Se contó, por ejemplo, que su hermana
había sustraído una suma de dinero a su esposo, y se encontró con Martín, el
cual inmediatamente le llamó la atención por lo que había hecho. Su hermana no
salía de su asombro, ya que nadie sabía del hurto. También se le atribuyó
facultades para predecir la vida propia y ajena, incluido el momento de la
muerte.
Como escribe
Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas: Nuestro paisano Martín de Porras, en
vida y después de muerto hizo milagros por mayor. Hacía milagros con la
facilidad que otros hacen versos. Uno de sus biógrafos (no recuerdo si el padre
Manrique o el médico Valdez) dice que el prior de los dominicos tuvo que
prohibirle que siguiera milagreando (dispénsenme el verbo). Y para probar cuán
arraigado estaba en el siervo de Dios el espíritu de obediencia, refiere que,
en momento de pasar fray Martín frente a un andamio, cayóse un albañil desde
ocho o diez varas de altura, y que nuestro lego le detuvo a medio camino
gritando: "¡Espere un rato, hermanito!" Y el albañil se mantuvo en el
aire hasta que regresó fray Martín con la superior licencia.
De los relatos
que se guardan de sus milagros, parece deducirse que Martín de Porras no les
daba mayor importancia. A veces, incluso, al imponer silencio acerca de ellos,
solía hacerlo con joviales bromas, llenas de donaire y humildad. En la vida de
Martín de Porras los milagros parecían obras naturales.
Su muerte
A la edad de
sesenta años, Martín de Porras, cae enfermo y anuncia que había llegado la hora
de encontrarse con el Señor. La noticia causó profunda conmoción en la ciudad.
Tal era la veneración hacia este mulato, que el Virrey Luis Jerónimo Fernández
de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón, fue a besarle la mano cuando se
encontraba en su lecho de muerte pidiéndole que velara por él desde el cielo.
Martín solicitó a
los dolidos religiosos que entonaran en voz alta el Credo y mientras lo hacían,
falleció. Eran las 9 de la noche del 3 de noviembre de 1639 en la Ciudad de los
Reyes, capital del Virreinato del Perú. Toda la ciudad le dio el último adiós
en forma multitudinaria donde se mezclaron gente de todas las clases sociales,
altas autoridades civiles y eclesiásticas lo llevaron en hombros hasta la
cripta, doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró tan
excesiva que las autoridades se vieron obligadas a realizar un rápido entierro.
Luego de su entierro, los milagros empezaron a obtenerse a montones por su
intercesión.
En la actualidad
sus restos descansan en la Iglesia de Santo Domingo en Lima, (Perú) junto a los
restos de Santa Rosa de Lima y San Juan Masías en el denominado "Altar de
los Santos Peruanos".
Beatificación y
Canonización
A pesar de la
biografía ejemplar del mulato Martín de Porras, convertido en devoción
fundamental de las castas y los negros, la sociedad colonial no lo llevaría a
los altares. Su proceso de beatificación hubo de durar hasta 1837 cuando fue
beatificado por el Papa Gregorio XVI, franqueando las barreras de una anticuada
y prejuiciosa mentalidad.
El Papa Juan
XXIII que sentía una verdadera devoción por Martín de Porras, lo canoniza el 6
de mayo de 1962 con las siguientes palabras: "Martín excusaba las faltas de
otro. Perdonó las más amargas injurias, convencido de que el merecía mayores
castigos por sus pecados. Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por
las propias culpas, confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y
medicinas a los pobres, ayudo a campesinos, a negros y mulatos tenidos entonces
como esclavos. La gente le llama ‘Martín, el bueno’."
Su festividad en
el santoral católico se celebra el 3 de Noviembre. En Perú se efectúan varias
procesiones de su imagen ese día, siendo la procesión principal la que parte de
la Iglesia de Santo Domingo en Lima, lugar donde descansan sus restos mortales.
El develamiento del rostro de San Martín de Porres
Mil maneras de ver a San Martín de Porres:
40 días dedicados a San Martín de Porres en Lima 2015: