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jueves, 1 de octubre de 2015

¿ Quien fue el Padre Francisco del Castillo sj ?




AUTOBIOGRAFÍA DEL PADRE CASTILLO – I

NOTA PREVIA
En el año 1960, el historiador jesuita padre Rubén Vargas Ugarte, publicó UN MISTICO DEL SIGLO XVII - (AUTOBIOGRAFIA DEL VENERABLE PADRE FRANCISCO DEL CASTILLO DE LA COMPAÑIA DE JESUS).

Considero de gran valor este documento. Ciertamente lo es desde la perspectiva religiosa y los devotos de este Venerable Padre lo valorarán. También los historiadores, antropólogos y estudiosos de la vida del siglo XVII en la ciudad de Lima encontrarán materia suficiente para afirmar que han encontrado una rica fuente de investigación. Por lo menos, de amena conversación.
He mantenido la escritura tal y como está en el documento original. Las notas del padre Vargas en la mayor parte las omito y reservo para la edición impresa de este libro, de manera que no se pierda el sabor del texto y el contacto con el mismo padre Castillo, su autor.
En espera de la beatificación del fiel sacerdote que la Compañía de Jesús declaró “apto para el ministerio con los morenos” y en su época fue llamado “apóstol de Lima”, entrego este documento por capítulos a través de mi blog, para la mayor gloria de Dios.


Treslado de la vida que por mandato de sus prelados Scriuio el Ve.·Padre Francisco del Castillo, ques sacada de su original, hallándose presente el Doctor Don Joseph de Lara Galan, Promotor fiscal general de todo este Arzobispado, en la Cibdad·de los Reyes en veintisiete días del mes de Octubre de mil y seiscientos y setenta y siete años.

I

Omne datum optimum, et omne donum perfectum, de sursum est; descendens a Patre luminum (B Jacobi Apost., Cap. I) Ad majorem gloriam Dei. Muladar asqueroso e inmundo. Apuntamiento de las misericordias y  beneficios que nuestro gran Dios y Señor me ha. hecho sin merecerlos. Escritos y declarados por orden del P. Provincial Antonio Vásquez, y del P. Provincial Diego de Avendaño. - Aunque un muladar asqueroso e inmundo esté iluminado y hermoseado con los rayos, luces y resplandores del sol, no por eso deja de ser muladar, muladar se queda como antes, sin que haya cosa digna de ser alabada en él, sino la liberalidad, y grandeza sola del sol, que hasta a los muladares más asquerosos e inmundos se comunica, sin que se amortiguen ni enpañen sus resplandores y luces, sino con la misma hermosura y realces de claridad y viveza con que este hermoso planeta se comunica a los más encumbrados montes, a los minerales más ricos, a los más vistosos y hermosos y floridos prados que hay. Lo mesmo puedo decir de aquestos apuntamentos, que con grande confusión mía; me ha mandado la santa obediencia escribir; muladar asqueroso e inmundo soy por mis grandes pecados y vicios, más que cuantos muladares hay en el mundo. Quisiera se me hubiera dado licencia para que constara a todos esta verdad, pero sólo me han ordenado que corra el velo al silencio que hasta ahora ha estado echado y corrido, para que se manifiesten y resplandezcan las luces y resplandores de las grandes y repetidas misericordias y beneficios, de las dulzuras con que el soberano y divino sol de nuestro gran Dios y señor ha ilustrado, prevenido y favorecido, no sólo a los más encumbrados montes, ricas minas y hermosos prados de sus más queridos amigos, sino de este muladar asqueroso sin merecerlo, sin que haya cosa ninguna en mi digna de estimación y alabanza, sino de vituperio y desprecio, y así sólo y de todo cede la honra, la alabanza y la gloria a Dios, que es el único término y fin de aquestos apuntamientos.

1615

Nací en esta ciudad de Lima, de padres cristianos viejos, humildes y virtuosos, el año de mil y seiscientos y quince, y fuí baptizado en la iglesia mayor, lunes a veintitrés de Febrero de dicho año  .  Aun no había cumplido un año cuando mi padre murió, y aunque mi madre vivió después muchos años con mucha. virtud y ejemplo, cuidó de·mi educación y enseñanza lo más del tiempo de mi niñez, una aguela mía muy sierva de Dios y santa,·en·cuya casa viví lo más del tiempo qué estuve y viví en el siglo. Siendo de ocho o de nueve-años, y estando una noche durmiendo en aquesta casa, vi con los ojos del alma y del cuerpo un feroz y espantoso demonio, con un·cuerpo muy encendido, amulatado, y a esto que estaba en la puerta del aposento, mordiéndose, despedazándose y ensangrentando con los colmillos el hombro y lado derechos con una furia infernal y rabia, porque le impedían y le estorbaban la entrada adentro. Espantado y atemorizado con tan espantosa visión me volví-al lado derecho y ví que estaba junto a ·la cama mi santo Angel de la guarda vestido todo de blanco con un cuerpo aéreo en confuso, como una blanca, transparente y hermosa nube, pero por unas especies muy delicadas, e inteligencia, conocí ser el angel santo de mi guarda que le estaba·impidiendo al demonio la entrada en el aposento; merced y favor que atribuyo a una pequeña y devota imagen de la Santísima Virgen N. S. y de Señora Santa Ana que tenía yo colgada en la cabecera.·Varias veces ví en este tiempo de mi niñez con los ojos interiores del alma, gavillas y ejércitos de demonios en la calle donde vivía, y en la puerta de mi aposento, con un ruido confuso e infernal de armas, de caxas, de silbidos, y de cencerros, etc., pero nunca los dejaban entrar adentro del aposento, en donde yo estaba entonces durmiendo, y cierto, no puedo dejar de decir para honra y gloria de Dios, y para mayor estima y aprecio de la dulcísima, devoción de su santísima Madre, que aunque los pecados y vicios de mi niñez ocasionaban, y atraían tan infernales visitas y huéspedes, pero la celestial y divina presencia de la santísima Virgen N.S. en la dicha pequeña y devota imagen que tenía pendiente en la cabecera, les estorbaba la entrada,·y echaba lejos del aposento y la casa a aquellas infernales escuadras y ejércitos de demonios. Tanta es la virtud, poder y eficacia de la presencia celestial de María Santísima, Reina y Señora nuestra, aun en una pequeña imagen, contra estos malignos espíritus, y contra el infierno junto.
Para que enderezase y asegurase los pasos -de mi niñez, que con algunas malas compañías y muchachos inquietos se comenzaba a pervertir y apartar del camino de la virtud, me mostró Dios en una ocasión, y vi con los ojos interiores del alma, el camino espantoso de los infiernos, a manera de un callejón muy estrecho y oscuro que causa muy gran espanto, muy gran confusión y miedo y presuras del corazón, fáltame palabras y términos para ponderar y explicarlo. No solo me libró Dios en aqueste tiempo de estos y otros peligros del alma, sino de otros muchos peligros y riesgos del cuerpo, de que apuntaré dos o tres. Siendo de ocho o nueve años de edad y estando un tio mío, sacerdote muy siervo de Dios, enfermo, entré al gallinero de la casa en que estaba, una tarde, y no hice mas que entrar y salir y habiéndome apartado cinco o seis varas y comenzado a subir por una escalera, oi muy grande ruido, volví el rostro atrás y vi que todas las cuatro paredes del gallinero cayeron, cada una de dos filas de alto, sin haber precedido temblor ninguno. Corriendo, siendo pequeño, un caballo, arrancó derrepente con tanta fuerza, que caí en el suelo de espaldas, y con pasar por encima de mí corriendo otros dos caballos que atrás venían, me levanté bueno y sano. Un día de año nuevo en la tarde, acabándose la procesión que en la plazuela del colegio de San Pablo suelen hacer los indios de la cofradía del Niño Jesús, al quitar los arcos los indios, cayó un mangle o caña de Guayaquil y me dió en medio de la cabeza, derribándome luego en el suelo, y dejándome sin sentido; cargóme y metióme luego en su casa un devoto y piadoso hombre y recostóme en su cama, y cuando entendieron que quedaría·alli muerto me levanté bueno y sano sin herida ninguna, ni daño, porque me guardaba N. S.; en otra fiesta del año nuevo entréme en la Compañía santísima de Jesús, como apuntaré después a su tiempo.


Desde este tiempo de los diez años que me fué previniendo Dios con las bendiciones de sus dulzuras,·dándome una natural inclinación y propensión especial a las cosas de devoción y virtud, aunque muchas veces la malograba con mis pecados y vicios. Mi mayor entretenímiento y recreo era entonces hacer altares, formar capillas y nichos, labrar y hacer santos y pasos de la pasión de que Dios me dió ingenio y habilidad. Otras veces me entretenía en componer y hacer procesiones, en remedar e imitar el modo de oficiar y cantar las Misas, componiendo y adornando un púlpito y poniéndome varias veces a predicar, prenuncios evidentes y ciertas señales de lo que después había de executar. Cuando celebraban en el convento del Seráfico Padre San Francisco (adonde yo acudía frecuentemente) las fiestas de algunos santos, sentía particular alborozo, júbilo y gozo en mi corazón con unos ansiosos deseos y con una especial confianza de que me había· Dios también de hacer santo. Una de las cosas que-más me animaban y alentaban de esto era leer la vida del Seráfico Padre San Francisco, o el verla pintada en el claustro, y asi la iba a dibujar a mi casa y la ponía en las paredes del aposento, causándome verla ó leerla tiernos afectos y lágrimas y fervorosos deseos de poder imitar al Santo. Murió por aqueste· tiempo un religioso de San Francisco llamado fray Juan Gomez, enfermero mayor del convento tenido y venerado en esta ciudad de Lima por muy siervo de Dios y santo, tenía especial devoción con el Niño Jesús, y así era común voz en todos los del convento y de la ciudad que hablaba el siervo de Dios muy familiar y amigablemente con un Niño Jesús que estaba en la capilla de la enfermería; yo le ví varias veces salir a la iglesia en las mayores fiestas y concursos que había y puesto en el altar mayor, de rodillas, delante de un Niño Jesús le comenzaba a cantar sus coplitas comenzando y tomando por estribillo: Miguitas le traigo a mi chocorritico, bien sé que las comerá, etc.  , y después de haber estado un rato de rodillas cantando, le ofrecía y colgaba al Niño Jesús unas rosquitas regaladas del brazo. Esto cantaba y hacía aqueste siervo de Dios con tan grande devoción y ternura, que solo de verlo y oirle se me encendía y abrazaba el corazón en· el pecho con un júbilo especial y dulzura. Murió este siervo de Dios, y la tarde en que le enterraron, en que fué extraordinario el concurso de la gente, me hizo N. S. sin merecerlo un favor, y fué que al pasar por el claustro el cuerpo, cuando lo llevaban a enterrar a la iglesia, sentí una fragancia y olor, que no hay fragancia ni olor a que asemejarlo y compararlo en la tierra; era un olor muy sutil y muy delicado, una quinta esencia de olor, que encendía y abrazaba y regalaba el corazón grandemente, que lo confortaba y causaba en él deseos de ser muy santo. Todo el día del entierro de aqueste siervo de Dios anduve con especial júbilo y alegría en mi corazón, de tal suerte, que hasta los toques y clamores de las campanas me parecía que lo avivaban, y este olor y fragancia experimenté muchos dias· con una cruz pequeña del siervo de Dios, que me dieron. Siendo de doce o trece años me sucedió muchas veces sentir repentinamente unos interiores fervores y ardores de amor de Dios, con unos ansiosos deseos de que todos los pecadores conociesen y amasen a Dios, de suerte que algunas veces, aun yendo por la calle, era esto con tanta fuerza que no me faltaba sino dar gritos. Cuando crecían y excedían más aquestos fervores, era cuando después de la una del día, antes de ir al estudio, iba a la iglesia mayor a visitar los altares, especialmente el de la Virgen Santísima de la Antigua   y el de la Purísima Concepción, que está junto a la capilla de San Crispín; aquí es donde muchas veces me parecía que quería salir y volar el corazón de mi cuerpo a la Santísima Virgen, según era el ardor, la apretura, el fervor y consuelo grande que solía sentir en el pecho. Estos mismos efectos también sentía cuando daba limosna a algún pobre, a que Dios me dió grande amor por su infinita misericordia, y así iba a buscar a los pobres y les daba los medio-reales que me daban para almorzar, de que me daba Dios el retorno luego con singulares consuelos y gozos. Esto he dicho porque se sepa y entienda que el haberme guardado y librado Su Magestad Soberana de muchos peligros y riesgos, así del alma corno del cuerpo, y el no haberme muchas veces arrojado a los infiernos por su infinita misericordia, ha sido por la que usaba y procuraba tener con los pobres.
Mucha falta me hizo en aqueste tiempo para no malograr los favores y las misericordias de Dios, y para·aprovechar en virtud, el no haber tenido desde el principio algún padre espiritual a quien dar cuenta a menudo de mi conciencia. En este tiempo de mis estudios-me -aprovechó-grandemente eI haber sido, estando en menores, discípulo, por dicha, y el haber comunicado con el padre Pedro Ignacio, capellán verdadero y devoto de la siempre Virgen María, cuya devoción cordial procuraba estampar y arraigar en todos los estudiantes. Este gran siervo de Dios y padre querido mio, profetizó a un hermano mío, siendo discípulo suyo, de que-había de ser capuchino. Fué el caso que estando el siervo de Dios y maestro mio del corazón y del alma, en el corredor y patio antiguo de los estudios, que estaba junto a la portería donde es la Penitenciaría, hablando a algunos estudiantes de espíritu, y contándoles algunos exemplos, como solía en los asuetos y fiestas a los de las academias, vió a mi hermano venir de lejos, y así como se acercó, dijo el padre Pedro Ignacio a los demás estudiantes: aquí viene el Abad Pambo, háganle lugar que después ha de ser capuchino. Parecióle a mi hermano entonces que el rostro del siervo de Dios estaba resplandeciente. Cumplióse y verificóse todo como lo dijo, porque dentro de uno o dos años, fué mi hermano a acabar sus estudios a España, con ocasión de un tio mio, que estaba en Madrid entonces, Provincial de los capuchinos y predicador de su Magestad, llamado fray Sebastián de Santafé, se entró mi hermano también capuchino poniéndose el mismo nombre y muriendo con nombre después de santo, siendo Vicario en Cádiz ayudando a los apestados. Este caso me escribió mi hermano desde Madrid. habiendo tomado el hábito.
Todo el tiempo que fui discípulo de aqueste siervo de Dios en menores, y el tiempo que estuve en medianos y el que estuve después en mayores, me hizo sacristán de la Santísima Virgen en la congregación de la Anuncíata, que estuvo siempre a su cargo. Aquí fué donde creció y se aumentó más mi afecto y cordial devoción y amor a la siempre Virgen María nuestra Señora. De aquí fué donde nacieron las luces y desengaños, con tiernos afectos y lágrimas de todas las cosas del mundo, de aquí el parecerme que no tenía seguridad mientras estaba en el siglo, de aquí finalmente, nació una de las mayores mercedes y misericordias de Dios que he recibido en aquesta·vida, que fué el tratar· de entrar en la Compañía santísima de Jesús. Ayudóme y alentóme mucho para esto el Padre Francisco González, que fué mi maestro en medianos, y el Padre Lázaro del Aguila, que era mi maestro en mayores entonces. En mucha obligación me dejaron aquestos siervos de Dios por haberme ayudado tanto en cosa de tanta estima, y que tan poco la merecía, por mi corta habilidad y caudal y falta de virtud para ello, y así con mucha razón hubo para mi entrada en la Compañía alguna contradicción, por no ser digno ni merecer ser el donado más mínimo que hay en ella, pero ¡quién puede contradecir, ni oponerse a la voluntad divina, y a la intercesión eficaz de María Santísima, Reina y Señora nuestra!



Oremos por su pronta Beatificación