Páginas

viernes, 2 de octubre de 2015

¿ Como era el Padre Francisco del Castillo sj ?

Bóveda de la Capilla de Nuestra Señora de Loreto
 (hoy Salón de Grados Universidad Mayor de San Marcos)



AUTOBIOGRAFÍA DEL PADRE CASTILLO - II

II


1632


Entré en la Compañía santísima de Jesús a treinta y uno de diciembre de mil y seiscientos y treinta y dos, recibióme el Padre Provincial Diego de Tórres Vásquez, en, el Colegio real de San Martín, este mesmo día por la mañana, vispera de año nuevo, en la capilla de Nuestra Señora de Loreto, feliz anuncio y pronóstico de las muchas misericordias y beneficios que Dios me había de hacer en la Compañía, por medio e intercesión de aquesta Soberana Señora, madre amorosa y abogada de pecadores, como lo comencé a experimentar desde luego que comencé el noviciado, en donde experimenté un favor singular y una gran misericordia y merced de Dios, y fué que en todo el tiempo del noviciado no tuve ningún ofrecimiento ni movimiento contra la vocación a la religión, siendo así que fueron las mortificaciones muy grandes y los trabajos interiores de espíritu que sufrí [1]. Hice los votos a dos de enero de mil y seis cientos y treinta y cinco; salí del noviciado y fuí al Colegio de·San Pablo, en donde comencé el seminario. En este tiempo comencé a sentir un grande trabajo de noche, y fué que apenas comenzaba a dormir, cuando con los ojos interiores del alma, veía y sentía entrar dentro del· aposento no pocas noches, tropas y multitud de demonios, que llegándose a mí me afligían en lo más interior del alma y me atormentaban, de suerte que parecia me ahogaban. Este trabajo duró muchas noches hasta que dí cuenta de él a mi padre espiritual, con que desde entonces cesó.

Fuí por órden de la obediencia a acabar el seminario al Callao, en donde tuve por maestro al Padre Juan de Alloza. Aquí, en el Colegio del Callao me aconteció un día que acabando de salir de unos comunes altos que había, cayeron repentinamente todos en tierra, en donde hubiera peligrado sin duda la vida, si no hubiera salido tan presto. Apenas estuve un mes en el seminario, cuando me mandó la santa, obediencia que volviese otra vez a Lima, a leer el aula de mínimos, de donde, después de·ochomeses, salí a comenzar o oír las Artes al Padre Alonso de·Presa. En este tiempo de Artes padecía muchas aflixiones y desconsuelos ,en lo interior de mi alma, motivados y originados de que por mi poco ingenio y corta capacidad y dolores contínuos de cabeza que padecía, no había de poder acabar los estudios, ni había de ser de provecho en la Compañía. En estos ahogos y desconsuelos, hallaba el consuelo y alivio en la Siempre Virgen María, madre y amparo nuestro, por medio de una dévotíssima imagen suya que tenía dentro del cancel, en el aposento. A esta Soberana Señora le daba cuenta de mis trabajos, tristezas y desconsuelos, aunque muy bien le constaban, con esta consoladora de los afligidos me  consolaba, con esta amorosa madre me·regalaba, y por su medio e intercesión me daba Dios fortaleza y gracia y una grande resignación y conformidad en todo con su santíssima voluntad, con una grande lluvia de lágrimas, en especial cuando le rezaba el Rosario, unas veces sentía un júbilo, alegría y consuelo grande en el corazón, otras me parecía y como que sentía tener la boca en el sacrosanto costado y llaga de Cristo nuestro Señor, de quien me parecía sentir la presencia, no con figura o imagen corpórea ni forma, sino con un modo intelectual muy delicado y sútil, y con los efectos de su presencia, sintiendo un grande sabor y gusto y deleite en la boca, unos incendios grandes, y aprietos del corazón en el pecho, un apretarse mucho y cerrarse muchas veces con fuerza los ojos, un delirio y descaecimiento, y falta de fuerza en el cuerpo, sintiéndose el alma y cuerpo como vencido, rendido y poseído de obra, virtud y amor superior. Esto sentí muchas veces junto con una inclinación natural y propensión especial al espíritu y devoción, y esto sentía que iba creciendo, al paso que se aumentaban los trabajos y desconsuelos, y las tristezas del corazón.

Talla jesuita de la Virgen Maria

De más de haber procurado valerme de la intercesión poderosa de la siempre Virgen María, nuestra Señora, como de tesorera y canal celestial, en quien y por quien se reparan y comunican los tesoros y las riquezas de todas las ciencias y letras, me procuraba también valer, para dar buena cuenta de los estudios, de la intercesión de otros santos; pero viendo y considerando que mis peticiones y ruegos no tenían el despacho y suceso que deseaba, me consolaba entre mi diciendo, que si no salía con los estudios de Artes y Teología para poder predicar o leer, tenía otros muchos ministerios la Compañía, humildes, para poder servirla en alguno, y que por lo menos la serviría en el santo de coadjutor. Un día acabando de comulgar y estando dando gracias a nuestro Señor, le rogué a su Magestad que me' diese a entender, y significase, en qué ministerio le serviría y le agradaría más en la Compañía, parecíome oía una voz interior que decía que en el ministerio de los morenos. Fui y dí cuenta al superior de esto, ofreciéndome desde luego para tan santo ministerio y empleo respondióme entonces el Superior, que conservase y guardase tan santos deseos y propósitos para su tiempo. En este tiempo en que acabé de oír Artes, y comencé a oír Teología, no se cómo poder escribir y explicar la tormenta tan especial y penosa que padecía en el espíritu con varias y fortísimas tentaciones, recelos, desconfianzas, temores de que me habían de echar de la Compañía, porque no había de ser de provecho en ella; esto era lo que más me afligía y atormentaba, lo que más apreturas y congojas causaba en mi corazón, esto era lo que me hacía saltar, y correr las lágrimas de los ojos, y los sentimientos penosos del corazón por la boca, solo sabe nuestro Señor lo que entonces sentí en mí corazón, y lo que sentí también una tarde en que la santa obediencia me envió a San Juan, a acompañar a un hermano procurador porque entendí y temí entonces que me llevaban a despedir de la Compañía, con que no pude en toda aquella noche dormir, sobresaltado y llorando, no hallo a qué poder comparar aquesta pena y tormento, porque era para mí entonces un purgatorio penoso: arrepentíame de las faltas que había tenido en la Compañía, ya proponía fervorosamente la enmienda, ya hacía firmes propósitos de ponerme debajo los pies de todos los que había en la Compañía; otras veces me consolaba hablando conmigo y diciendo, que si acaso me echasen de la Compañía por mis pecados, pediría y rogaría a los superiores que me dejasen servir y asistir en alguna de las chacras de la Provincia, y con esto me consolaba, porque me daba Dios a sentir lo mucho que su Magestad Soberana estimaba y debemos estimar todos a esta santísima Compañía, amada y querida suya fuera de la cual y sin defensa me parecía imposible salvarme.

Volví a Lima y volvió a arreciar la tormenta, especialmente en el Colegio de San Martín, a donde dentro de breve tiempo me envió la santa obediencia a asistir y tener cuidado de la sala de San Pablo. No hallé armas más eficaces para defenderme, y no ser rendido ni vencido en estos penosos combates, que la resignación y conformidad en todo con la divina voluntad, y con la acogida y recurso a la Sacratísima Virgen María, Reina y Señora nuestra, la cual acreditó y aprobó el remedio y eficacia de aquestas armas con el siguiente aviso y consejo. Estando un día del mes de abril de 1642 en la celda de la sala de San Pablo del Colegio de San Martín, con grandes y rigurosos combates, y con penosas sequedades y desamparos de espíritu, haciendo actos de resignación y conformidad con la voluntad de Dios, me volví a la madre y consoladora de pecadores, con las lágrimas en los ojos, y suspiros del corazón en la boca, le dije, entre otras razones; Señora mía; amparadme y miradme con ojos de misericordia! quedé rendido y sin fuerzas y juntamente dormido, y en visión imaginaria e intelectual, ví a la Santísima Virgen Nuestra Señora con el Niño Jesús en los brazos, el cual vuelto a mí y mirándome me decía: bien has peleado, y diciendo yo a la Soberana Reina del Cielo: Señora, miradme con ojos de piedad y misericordia, esta amorosa y piadosa madre me miraba con un· amoroso y benigno semblante, diciendo: En lo que más agradarás a mi hijo es en conformarte en todo y por todo, con la voluntad de Dios. Quedé con este aviso y visita muy confortado, y muy consoIado, y más prevenido y armado con estas armas para todos los trabajos y tentaciones que después se han ido ofreciendo.

Capilla de Nuestra Señora de la Antigua - Catedral de Lima

A primero de marzo de 1642, estando yo en el dicho Colegio de San Martín; me mandó la santa obediencia que me ordenase de sacerdote, con que en este segundo año de Teología interrrumpí, y dejé los estudios. Ordenándome de todas órdenes de las menores y las mayores, el Ilustrísimo y Reverendísimo señor Don Pedro de Villagómez,·Arzobispo de esta ciudad de Lima; ordenóme de Epístola, a quince del mismo mes en la Catedral, en la capilla de Nuestra Señora de la Antigua, y cinco de abril, de Evangelio, en la misma dicha capilla, y el sábado Santo, a diez y nueve el dicho mes, me ordenó de Misa en el monasterio de la Inmaculada y Puríssima Concepción de la Santíssima Virgen, Nuestra Señora. A veintisiete de abril, domingo de Cuasimodo, dije la primera misa en la capilla de la Santíssima Virgen de Loreto, que está en el colegio de San Martín, en donde fuí recibido también en la Compañía. Después de haberme ordenado de sacerdote prosiguieron también los trabajos, que en el alma y en el espíritu padecía por medio de los demonios, especialmente cuando dormía, sintiendo y pareciéndome algunas veces que me querían ahogar, pero siempre me defendía con la resignación y conformidad, con la voluntad divina y con la invocación cordial y eficaz de la Santíssima Virgen María, Nuestra Señora.

Pasados algunos meses me-envió la santa obediencia al Callao, a que estudiase Moral y leyes e Gramática. Aquí, en este puerto de mar, fueron las tormentas mayores y las borrascas que padecí en el espíritu, con sequedades, angustias, tentaciones, temores, aflixiones y presuras de corazón; no sé a que poder comparar este penoso martirio. Dióme Dios en esta ocasión a entender que otro martirio mayor me aguardaba, no sé si material en el cuerpo, o espiritual en el alma, porque en la uña del dedo polex, no estoy bien seguro si fué en la mano derecha o izquierda, reparé que en la parte superior de la uña estaba dibujada e incorporada el mismo blanco que había en la uña, con grande primor y arte, una cabeza cortada, poco mayor que cabeza de un alfiler, con unas gotitas que parecía caían de la cabeza, también del mismo color, en el carrillo un astillazo o lanzada y encima de la cabeza una pinta blanca como resplandor, o diadema; parecía el aspecto de sacerdote como de hasta cincuenta o sesenta años de edad. Hice grande diligencia y prueba para certificarme verdad de esta pintura y dibujo, y aunque estaba, muy cierto de ella, por ,haber sido desde pequeño aficionado al arte de la pintura y practicándolo en ocasiones, hice una diligencia y experiencia con todo eso, y fué poner un pedacito de listón morado o negro entre la uña y carne del dedo para que sobresaliese más y se distinguiese. Así fué que aunque antes se divisaba todo y se distinguía, con esto sobresalía y se veía todo mejor, los ojos, la. naríz, la barba, las goticas de sangre que caían de la cabeza, el astillazo o lanzada en el carrillo, los cabellos de la cabeza, el resplandor o diadema encima, y finalmente el aspecto como de cinquenta o sesenta años de edad. No quise manifestar esto a nadie, aunque estuve para decirlo a uno o dos, ocultélo hasta ahora que esto escribo por obediencia, en mi corazón, en donde entonces; cuando lo vi, sentí grande alegría y consuelo especial, alborozo y gozo y un géne­ro de esperanza y certidumbre particular de-que había Dios de hacerme mártir, o con el martirio material en el cuerpo, o con el espiritual y de no en el alma, porque muchas veces se lo he pedido y rogado a su Magestad. Crecían y avivábanse más en mi estos afectos, acordándome de lo que el santo Padre Juan de Villalobos me dijo a veintinueve de agosto de mill y seiscientos y cuarenta y cuatro, cuando le estaban sangrando por la mañana en su celda. A mí, dijo, me sacan por el brazo la sangre, pero a Vuesa reverencia, hablando conmigo, dijo, se la sacarán por la garganta. No se si aqueste gran siervo de Dios habló del martirio material en el cuerpo, o del espiritual y de deseo en el alma, por haberle yo dado cuenta y comunicado los deseos grandes que yo tenía de ir a tierra de infieles y derramar la sangre por Cristo·Redentor y Salvador nuestro. Con las. aflixiones y tentaciones molestas de los demonios, que estando durmiendo sentí en el alma, comencé a sentir y experimentar también en aqueste tiempo, estando de noche durmiendo, un estar el alma velando y amando, un dar unos vuelos en Dios y a Dios muy sutiles y delicados. Reparaba y observaba después, cuando despertaba, que cuando el alma subía dando estos vuelos, subía conociendo simul y amando a Dios, y que aunque aquestas potencias y actos eran distintos, era una esencia tan solamente, muy sutil y muy delicada, como el fuego y luz penetrados. Observé también, lo segundo, que cuando más se olvidaba el alma de todo lo criado y de sí, y se anonadaba y aniquilaba, daba más fervorosos, ligeros y superiores los vuelos. Lo tercero también noté, que sí el alma hacía algún acto reflejo de lo que obraba-y hacía, se amortiguaban y descaecÍan y amainaban aquestas vuelos. Tan grande y perfecta renunciación y olvido de todas las cosas, y tan gran limpieza y pureza quiere Dios que tengan las almas para su comunicación y trato, como he echado de ver después en otras experiencias de esta materia, de que procuraré hacer después algunos apuntamientos.





Oremos por su pronta Beatificación
todos los 11 de cada mes en la
Iglesia de San Pedro en Lima