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El
papa Francisco visita Ecuador
Ecuador
es la primera parada del Papa en una gira que lo lleva también a Bolivia y
Paraguay, tres de los países más pequeños y pobres de Sudamérica.
Misa en Guayaquil con el Santo Padre Francisco
Pope Francis in Ecuador - Holy Mass
Emitido en directo el 6 jul. 2015 Guayaquil local time: 11.30 -
Pope Francis presides the Holy Mass at Los Semanes park.
"María
es madre", hizo repetir el Papa a miles de fieles en Guayaquil
RV).-
El Papa Francisco durante su homilía de la Santa Misa dedicada a la familia, en
el Parque de Los Samanes de Guayaquil, reflexionó sobre la importancia que
tiene el rezar con nuestro familiares, “la fe se mezcla con la leche materna:
experimentando el amor de los padres se siente cercano el amor de Dios”.
Ante
un recinto completamente lleno de fieles entusiasmados, el Santo Padre
profundizó sobre el significado del pasaje del Evangelio de Juan que habla de
las bodas de Caná, y honró el hecho de que la Virgen María le dijera a Jesús
que ya no tenían más vino para la celebración, es decir, se preocupó por la
organización del evento, y así añadió Francisco “No se ensimisma, no se
enfrasca en su mundo, su amor la hace ‘ser hacia’ los otros”. "María es
simplemente madre", dijo, "María es madre, "María es
madre", hizo repetir a los presentes.
El
Pontífice invitó a pensar que en esta ocasión el vino sería como una metáfora
de diferentes situaciones de nuestra vida cotidiana como puede ser el estar
enfermo, tener problemas con la familia, la falta de trabajo, etc. Por esto
aseguró que “Rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos
hace trascender lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a
nosotros mismos y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros, en sus zapatos”
y añadió que la familia es una escuela donde se nos recuerda que nuestro
prójimo vive bajo el mismo techo y comparte nuestra vida.
Así,
el Papa Bergoglio recordó que en pocos meses la Iglesia celebra el Sínodo
Ordinario de los Obispos que estará dedicado a la familia y a encontrar
soluciones de los desafíos con los que encuentra la sociedad de hoy.
El
Papa terminó animando a los más necesitados, “el mejor vino está por venir para
cada persona que se arriesga al amor (…) Dios siempre se acerca a las periferias
de los que se han quedado sin vino”, y esto insiste se lo debemos susurrar a
los desesperados o a los desenamorados.
Texto
completo de la homilía del Papa en la Misa por las familias
El
pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo portentoso que
se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La preocupación de María,
convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» - le dijo - y la referencia a «la hora» se comprenderá
después, en los relatos de la Pasión.
Y
está bien que sea así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar,
acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen vino».
Las
bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de
nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en
amores duraderos, en amores fecundos, en amores alegres. Demos un lugar a
María, «la madre» como lo dice el evangelista. Y hagamos con ella ahora el
itinerario de Caná.
María
está atenta, está atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las
necesidades de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor
la hace «ser hacia» los otros. Tampoco busca a las amigas para comentar lo que
está pasando y criticar la mala preparación de las bodas. Y como está atenta,
con su discreción, se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de
alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes
perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer
sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se
escurrió de su vida. Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de
sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano, de sus hijos, de
sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de ese vino puede ser el
efecto de la falta de trabajo, de las enfermedades, situaciones problemáticas
que nuestras familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre
«reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias,
de nuestros errores o desatenciones. ¡María, simplemente, es madre!: Ahí está,
atenta y solícita. ¡Es lindo escuchar esto! ¡María es madre! ¿Se animan a
decirlo todos juntos conmigo? ¡Vamos! ¡María es madre! ¡Otra vez! ¡María es
madre! ¡Otra vez! ¡María es madre!
Pero
María, en ese momento que se percata que falta el vino, acude con confianza a
Jesús: esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo;
directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que
recibe parece desalentadora: "¿Y qué podemos hacer tú y yo?" Todavía
no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en
las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás apresura la «hora»
de Jesús. Y María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz. Ella que
supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres
pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como
hijos cuando una espada le atravesaba el corazón a su hijo. Ella nos enseña a
dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la
esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones también son preocupaciones
de Dios.
Y
rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender
lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros mismos y nos
ayuda a ponernos en la piel de los otros, a ponernos en sus zapatos. La familia
es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que
hay un prójimo cercano, patente: que vive bajo el mismo techo, que comparte la
vida y está necesitado.
Y
finalmente, María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5),
dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos
a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el
criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los
demás. Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos por
amor servidores unos de otros. En el seno de la familia, nadie es descartado;
todos valen lo mismo.
Me
acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron a cuál de sus cinco hijos -
nosotros somos cinco hermanos - a cuál de sus cinco hijos quería más. Y ella
dijo: como los dedos, si me pinchan éste me duele lo mismo que si me pinchan
éste. Una madre quiere a sus hijos como son. Y en una familia los hermanos se
quieren como son. Nadie es descartado.
Allí
en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como
expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la
agresividad o la voracidad, y allí se aprende también a pedir perdón cuando
hacemos algún daño, cuando nos peleamos. Porque en toda familia hay peleas. El
problema es después pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía
ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos
rodea» (Laudato si’, 213). La familia es el hospital más cercano, cuando uno
está enfermo lo cuidan ahí mientras se puede. La familia es la primera escuela
de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el
mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social»,
que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada,
para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a
sus los ciudadanos. En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los
ciudadanos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social»
respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al
bien común de todos.
La
familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que,
junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. En la familia
la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se
siente más cercano el amor de Dios.
Y
en la familia, y de esto todos somos testigos, los milagros se hacen con lo que
hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano… y muchas veces no es el
ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle que nos
tiene que hacer pensar: el vino nuevo, ese vino tan bueno que dice el mayordomo
en las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar
donde todos habían dejado su pecado… Nacen de lo ‘peorcito’ porque «donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). Y en la familia de cada uno
de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es
inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia
celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un
verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a
las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe
afrontar. Los invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun
aquello que nos parezca impuro, como el agua de las tinajas nos escandalice o
nos espante, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda transformar en
milagro. La familia hoy necesita de este milagro.
Y
toda… y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo
hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios
sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es
menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia:
el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo
más bello para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde
gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que
compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de
los vinos está en esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga
al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a
amar. Y el mejor de los vinos está por venir, aunque todas las variables y
estadísticas digan lo contrario. El mejor vino está por venir en aquellos que
hoy ven derrumbarse todo. Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por
venir, murmúrenselo cada uno en su corazón, el mejor vino está por venir y
susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados. ‘Tené paciencia, tené
esperanza, hacé como María: rezá, actuá, abrí tu corazón, porque el mejor de
los vinos va a venir’. Dios siempre se acerca a las periferias de los que se
han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente
debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u
otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas.
Como
María nos invita, hagamos «lo que el Señor nos diga». Hagan lo que Él les diga.
Y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el
mejor, nos haga recuperar el gozo de ser
la familia, el gozo de vivir en familia. Que así sea.
(MCM-RV)