LA ASCENCION DEL SEÑOR
La Ascensión de Cristo
que celebramos este domingo, nos hace entrever la meta hacia donde se encamina
nuestra esperanza.
P. Adolfo Franco, S.J.
La narración más detallada de este misterio
la encontramos en los Hechos de los Apóstoles (Hech 1, 9): "Y dicho esto,
fue levantado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a su vista".
Palabras muy sobrias, que nos trasmiten, más que un "fenómeno
espacial", un misterio del plan salvador de Dios. Aunque hay indicaciones
de espacio, de movimiento y dirección, pero lo central es el mensaje. Y además
es el final de una etapa, la nube que lo oculta pone como un punto final a esta
etapa de la vida de Cristo entre nosotros.
Puede no ser fácil acceder al
significado de este momento de la vida de Cristo. No se trata del espectáculo,
del que sube sin parar, sin motores, ¿y hacia qué lugar? ¿Hacia qué galaxia?.
Sin embargo hay referencias en varios libros del Nuevo Testamento, y
especialmente en el Evangelio de San Juan, que expresan lo que este misterio
significa.
Cristo en su ascensión culmina un ciclo
(un círculo): había bajado de junto al Padre, y ahora vuelve a El ("Pasar
de este mundo al Padre" Jn, 13, 1): Había habido una separación, Jesús
había bajado en su encarnación para estar entre los hombres, incrustarse en su
realidad, encarnarse y ahora llega el momento del retorno. Y en este retorno
recibirá la GLORIA, que es manifestación de la plenitud brillante del ser
("Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo... con la gloria que
tenía a tu lado antes que el mundo fuese" Jn. 17, 1 y 5). La Ascensión no
es la subida a un lugar del cosmos, sino a la entrada incomprensible en la
nueva dimensión, la del cielo ("Pues no penetró Cristo en un santuario
hecho por mano de hombre... sino en el mismo cielo" Heb 9, 24).
La Gloria es una realidad que quizá
alguna vez soñamos, la imaginamos en forma indefinida, pero es la existencia
más plena: el final de la transformación. Cristo no sufrió nuestra transformación
de la misma manera, porque El era Dios siempre y en pleno sentido, pero en
cuanto hombre pasó de la situación terrena, a la plenitud del Ser que Dios ha
preparado para los que le aman. El cuerpo, la vida humana entera es frágil,
tiene sombras, dificultades. La Gloria es la vida en la Luz, cuando todo lo
terreno se convierte en Luz, y esa luz es brillo y amor, todo sin cambio. El
ser siente que vive plenamente, se puede dar en totalidad a su Dios y lo recibe
a Él en plenitud.
Así puede ver ahora, de forma
instantánea, todo lo que antes se le explicaba con palabras y por partes; la
ciencia sobre Dios y sobre el mundo tenía capítulos, y poco a poco se obtenía
un conocimiento laborioso. El conocimiento en un camino tan fatigoso que a
veces se extravia en los errores. Ahora que todo el ser ya es luz (por haber
sido introducido en la Gloria), todo se conoce en un acto simple de luz total:
se recibe el conocimiento de Dios y de todos sus planes, al recibir al mismo
Dios, como una luz ardiente, hermosa y llena de amor. Se ama cuando se conoce y
se conoce cuando se ama. A esa Gloria he llegado Cristo en esta Ascensión.
Esto es lo que recogemos de la
Revelación respecto al misterio de la ascensión, en lo que toca a Cristo. Pero
este misterio tiene también una referencia a nosotros. La Ascensión de Jesús es
su paso a la gloria. Y también es para nosotros un adelanto de lo que nosotros
mismos tendremos algún día. No de la misma forma, pero también nosotros
tendremos nuestra ascensión. También nosotros salimos de Dios y volveremos a
El, y El nos hará participar de su Gloria.
También para la Historia de la Salvación
de Dios la Ascensión de Cristo tiene un nuevo mensaje. El ya desaparece de la
vista de los apóstoles y de todos los hombres. La nube nos lo ha tapado para
siempre, mientras estemos en este mundo. Y ahora nos toca “verlo” sólo con la
fe. Pasamos necesariamente de la presencia física de Cristo en nuestro mundo, a
la certeza de la fe. Ya no somos testigos oculares de su realidad corpórea,
pero sabemos ciertamente de su realidad por la fe. Y la Ascensión es así el
misterio que nos obliga a la fe ("Dentro de poco el mundo ya no me verá,
pero vosotros sí me veréis" Jn 14, 19). Sabemos además que su presencia en
el mundo continúa, aunque sea otro tipo de presencia, pero presencia real
("Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo" Mt 28, 20).