El
Papa convoca oficialmente el Jubileo Extraordinario de la Misericordia
(RV).-
Este sábado 11 de abril, víspera del Domingo de la Misericordia, a las 17.30
horas en la basílica de San Pedro, el Santo Padre procederá a la convocación
oficial del Jubileo Extraordinario de
la Misericordia con la publicación de la Bula de Convocación "Misericordiae
vultus". La bula del Jubileo, además de indicar la duración, las fechas de
apertura y cierre, y las modalidades de desarrollo constituye el documento
fundamental para conocer el espíritu con el que ha sido convocado, las intenciones
y los frutos esperados por el Papa Francisco. .
Para
la proclamación, el Santo Padre, acompañado por los cardenales, se desplazará a
la entrada de la Basílica Vaticana. Al lado de la Puerta Santa entregará la
Bula de convocación a los cuatro cardenales arciprestes de las basílicas
papales de Roma: el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la basílica de San
Pedro en el Vaticano, el cardenal Agostino Vallini, arcipreste de la Basílica
de San Juan de Letrán, el cardenal James Michael Harvey, arcipreste de la
basílica de San Pablo Extramuros, el cardenal Santos Abril y Castelló,
arcipreste de la basílica de Santa María la Mayor.
Para expresar el deseo de que
el Jubileo extraordinario de la Misericordia sea celebrado en Roma y en todo el
mundo, el Papa Francisco entregará una copia de la Bula -para hacerla llegar
simbólicamente a todos los obispos- al Prefecto de la Congregación para los
Obispos, el cardenal Marc Ouellet, al Prefecto de la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos, el cardenal Fernando Filoni y al Prefecto de la
Congregación para las Iglesias Orientales, el cardenal Leonardo Sandri. En
nombre de todo el Oriente recibe una copia del documento el arzobispo Savio Hon
Tai-Fai, nacido en Hong Kong y ahora Secretario de la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos. El continente africano estará representado por
el arzobispo Bartolomé Adoukonou, originario de Benin y actualmente Secretario
del Consejo Pontificio para la Cultura. Para las Iglesias Orientales, el Santo
Padre entregará la Bula a monseñor Khaled Ayad Bishay de la Iglesia Patriarcal
de Alejandría de los Coptos.
El Regente de la Casa
Pontificia, monseñor Leonardo Sapienza, en calidad de Protonotario Apostólico,
leerá en presencia del Papa algunos extractos del documento oficial de
convocatoria del Año Santo extraordinario. Posteriormente, el Santo Padre
presidirá la celebración de las Primeras Vísperas del Domingo de la Divina
Misericordia.
(MZ-RV)
"¡Este
es el tiempo oportuno para cambiar de vida!”, con Francisco iniciamos el Año de
la Misericordia
La tarde de hoy sábado 11 de abril 2015, víspera del II Domingo de
Pascua, el Santo Padre Francisco convocó oficialmente el Jubileo Extraordinario
de la Misericordia con la publicación de la Bula "Misericordiae
vultus".
RV.- Al ingreso de
la Basílica de San Pedro, el Obispo de Roma entregó la Bula a los cuatro cardenales
arciprestes de las basílicas papales de Roma: el Cardenal Angelo Comastri,
arcipreste de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, el Cardenal Agostino
Vallini, arcipreste de la Basílica de San Juan de Letrán, el Cardenal James
Michael Harvey, arcipreste de la Basílica de San Pablo Extramuros, el Cardenal
Santos Abril y Castelló, arcipreste de la Basílica de Santa María la Mayor. Con la lectura de algunos extractos del
documento oficial de convocatoria del Año Santo extraordinario a cargo del Regente
de la Casa Pontificia, Mons. Leonardo Sapienza, Protonotario Apostólico, se dio
inicio a la celebración de las Primeras Vísperas del Domingo de la Divina
Misericordia.
EXTRACTOS DE LO LEIDO POR MONS. SAPIENZA, EN PRESENCIA DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
Jesucristo es el rostro de la
misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su
síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su
culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, « rico de misericordia » (Ef 2,4), después
de haber revelado su nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad » (Ex 34,6) no ha cesado de dar a
conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza
divina. En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto
según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para
revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn
14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona1
revela la misericordia de Dios.
Siempre tenemos necesidad de
contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y
de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que
revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y
supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley
fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos
sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la
vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser
amados no obstante el límite de nuestro pecado.
Hay momentos en los que de un
modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la
misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del
Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la
Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y
eficaz el testimonio de los creyentes.
El Año Santo se abrirá el 8 de
diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta
litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra
historia...
El domingo siguiente, III de
Adviento, se abrirá la Puerta Santa en la Catedral de Roma, la Basílica de San
Juan de Letrán. Sucesivamente se abrirá la Puerta Santa en las otras Basílicas
Papales. Para el mismo domingo establezco que en cada Iglesia particular, en la
Catedral que es la Iglesia Madre para todos los fieles, o en la Concatedral o
en una iglesia de significado especial se abra por todo el Año Santo una
idéntica Puerta de la Misericordia. A juicio del Ordinario, ella podrá ser
abierta también en los Santuarios, meta de tantos peregrinos que en estos
lugares santos con frecuencia son tocados en el corazón por la gracia y
encuentran el camino de la conversión. Cada Iglesia particular, entonces,
estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento
extraordinario de gracia y de renovación espiritual. El Jubileo, por tanto,
será celebrado en Roma así como en las Iglesias particulares como signo visible
de la comunión de toda la Iglesia.
He escogido la fecha del 8 de
diciembre por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia. En
efecto, abriré la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión
del Concilio Ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de
mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su historia.
Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un
verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de
su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho
tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había
llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en
la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de
testimoniar con mayor entusiasmo y
convicción la propia fe.
El Año jubilar se concluirá en
la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de
2016. En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de
gratitud y de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido
un tiempo extraordinario de gracia.
Encomendaremos la vida de la
Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo,
esperando que difunda su misericordia como el rocío de la mañana para una
fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el
próximo futuro.
Con la mirada fija en Jesús y
en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad.
La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del
amor divino en plenitud.
Su persona no es otra cosa sino
amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente. Sus relaciones con las
personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que
realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas,
enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él
todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.
La misericordia es la viga
maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería
estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su
anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La
credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y
compasivo. La Iglesia « vive un deseo inagotable de brindar misericordia ».8
Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de
la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente
justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e
indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una
meta más alta y más significativa.
La primera verdad de la Iglesia
es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí,
la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la
Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En
nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en
fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.
En este Año Santo, podremos
realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más
contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno
dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen
en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz
porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos.
En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a
aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a
curarlas con la solidaridad y la debida atención.
Es mi vivo deseo que el pueblo
cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia
corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia,
muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más
en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la
misericordia divina.
La palabra del perdón pueda
llegar a todos y la llamada a experimentar la misericordia no deje a ninguno
indiferente. Mi invitación a la conversión se dirige con mayor insistencia a
aquellas personas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a
su conducta de vida. Pienso en modo particular a los hombres y mujeres que
pertenecen a algún grupo criminal, cualquiera que éste sea. Por vuestro bien,
os pido cambiar de vida. Os lo pido en el nombre del Hijo de Dios que si bien
combate el pecado nunca rechaza a ningún pecador.
La misma llamada llegue también
a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga
putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina
desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el
futuro con esperanza porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos
de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que se anida en gestos
cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos.
¡Este es el tiempo oportuno
para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Delante
a tantos crímenes cometidos, escuchad el llanto de todas las personas
depredadas por vosotros de la vida, de la familia, de los afectos y de la
dignidad. Seguir como estáis es sólo fuente de arrogancia, de ilusión y de
tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto de lo que ahora pensáis. El
Papa os tiende la mano. Está dispuesto a escucharos. Basta solamente que
acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la
Iglesia os ofrece misericordia.
La misericordia posee un valor
que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y
el Islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios.
Este Año Jubilar vivido en la
misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras
nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocerlas
y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje
cualquier forma de violencia y de discriminación.
El pensamiento se dirige ahora
a la Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año
Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios.
Ninguno como María ha conocido la profundidad el misterio de Dios hecho hombre.
Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne.
Dirijamos a ella la antigua y
siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros
sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la
misericordia, su Hijo Jesús.
Un Año Santo extraordinario,
entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre
el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por
Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que
nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia
de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con
convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea,
sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes
contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia
de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el
primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el
centro de la Revelación de Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde
la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran
río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos
sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá
venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable es
la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella
proviene.
En este Año Jubilar la Iglesia
se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como
palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de
ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La
Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin
descanso: « Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos
» (Sal 25,6).
Renato Martinez, Raúl Cabrera -
Radio Vaticano
Detalle de la Puerta Santa