Cómo ayudar a los muertos
+ P. Jorge Loring sj
La mejor obra de caridad que podemos hacer es ayudar a una
persona a bien morir, y ayudar a un alma que está en el purgatorio.
Quiero informarles a ustedes de un par de cosas que yo
descubrí en mis primeros años de jesuita, y que a lo largo de la vida me han
llenado de consuelo apostólico. Por eso las conservo hasta hoy. Las practico
hasta hoy. Y pienso seguir practicándolas.
Es el modo de ayudar a los moribundos, y el modo de ayudar a
los difuntos: las dos partes que va a tener esta conferencia. Creo que la mejor
obra de caridad que podemos hacer es ayudar a una persona a bien morir, y
ayudar a un alma que está en el purgatorio, que no puede hacer nada por ella
misma, pero que desde aquí le podemos ayudar muchísimo. Pues vamos a ver si
digo algo de esto.
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Primero: Ayudar a los moribundos.
Miren ustedes, evidentemente que los colegios son una gran
obra. Y por eso la Iglesia defiende la enseñanza religiosa frente a todos esos
que quieren barrer de España la enseñanza religiosa. Ella mantiene los colegios
por encima de todo, porque es una obra fundamental en la educación católica.
Esto es clarísimo.
También es clarísimo que muchas personas que han pasado por
un colegio de religiosos, mantienen a lo largo de su vida esa formación que
recibieron en el colegio de religiosos. Mantienen una fe. Mantienen un hogar
cristiano, porque desde pequeños los educaron así. Por lo tanto, no hay duda la
gran labor que realizan los colegios religiosos. Ahora bien, hay mucha gente
que pasó por colegios religiosos y después se les olvida todo, lo tiran todo
por la borda y orientan su vida por caminos totalmente distintos de todo lo que
aprendieron en el colegio de religiosos. Esto es así. Y todos conocemos nombres
de personas famosas que han seguido este segundo camino.
***
¿Qué quiero decir? Que los colegios son una gran cosa, y la
Iglesia quiere que haya colegios y haya educación religiosa. Pero, hay un
riesgo siempre. Estos niños, estos jóvenes, a quienes les dedicamos tanto
tiempo, tanto esfuerzo, tanto sacrificio, tanto interés, ¿se van a mantener
toda la vida en este camino? Quizás, si. Algunos, quizás no.
Pero, lo que yo hago con un moribundo, eso no se estropea ya.
Si yo logro que un moribundo se arrepienta de sus pecados, pida perdón a Dios,
muera en gracia y se salve, eso no se estropea ya. El interés que yo pongo por
ayudar a un moribundo es la obra de caridad más eficaz y más apostólica de
todas las que puedo hacer. Porque todas las demás personas a quienes yo procuro
ayudar apostólicamente, quizás conserven todo lo que trabajo con ellas; pero no
sé. No sé qué rumbo van a tomar a lo largo de su vida Ahora, lo que haga yo con
un moribundo, ése es trabajo seguro. Si yo logro ayudar a un moribundo a que
muera en gracia, es solución definitiva.
Eso ya no se estropea. Por eso es tan eficaz apostólicamente
ayudar a bien morir a las personas. Es el mayor favor que yo puedo hacer a una
persona. Lo va a disfrutar toda la eternidad. Esto puedo hacerlo de palabra con
un familiar, o con un amigo a quien visito en su lecho de muerte. Pero también
puedo ayudar a los moribundos de todo el mundo.
¿Cómo les ayudo a bien morir? Rezando por ellos. Pidiendo por
ellos. Sencillo. Si la oración es eficaz, si la oración es infalible en algo,
es cuando pido por un moribundo. Cristo en el Evangelio nos habla muchísimo de
«Pedid y recibiréis», «Buscad y hallaréis»: de la fuerza de la oración. Cristo
habla en el Evangelio incluso con frases hiperbólicas: «Pídele a esa higuera
que se traslade al mar, y la higuera se trasladará al mar». La fuerza de la
oración es impresionante.
Sólo hace falta una condición para que la oración sea eficaz:
que yo pida lo que conviene; porque si yo pido lo que no conviene, Dios,
naturalmente, no me hace caso. Como la madre de familia, que cuando el niño se
echa a llorar porque quiere el cuchillo de cocina, la madre no le da el
cuchillo de cocina, porque se va a cortar. Le da un sonajero, le da un juguete;
pero no le da el cuchillo de cocina.
Si nosotros pedimos a Dios lo que no conviene, Dios no nos lo
da. Nos dará otra cosa, pero no lo que pedimos. ¿Me conviene o no me conviene?
Yo no sé, Dios sabrá. Yo pido que me toque la lotería: ¡a ver si me toca el
gordo! A cuántas personas, a lo mejor, no les conviene que les toque el gordo!
Puede ser su ruina espiritual. Yo pido la salud. En orden a la vida eterna, que
es lo importante, a lo mejor gano más cielo con la enfermedad.
Ahora, lo que sí sé, es que si yo pido la conversión de un
moribundo, eso conviene seguro. La condición indispensable es que yo pida una
cosa buena. Esta condición se cumple si yo pido la conversión de un moribundo.
Eficacia segura, infalibilidad segura. No hay más que una dificultad: que el
otro quiera. Si el otro no quiere, no hay nada que hacer. Porque Dios no salva
a nadie contra su voluntad. Dios no mete a la gente a empujones en el cielo.
Hace falta que el otro quiera. Porque si el otro rechaza la gracia, nada.
Pero es evidente que si yo pido para un moribundo un aumento
de gracia, ese moribundo recibe el aumento de gracia. Eso es infalible. Ahora,
ese moribundo, ¿aceptará el aumento de gracia, o no lo aceptará? No sé. Quizás
el otro rechace el aumento de gracia. Entonces no sirve. Pero como yo pido por
todos los que van a morir hoy en el mundo, no todos van a rechazar la gracia
recibida. Mañana pediré por los de mañana. Y pasado por los de pasado. Pero
hoy, voy a pedir por todos los que van a morir hoy. Yo pido un aumento de
gracia para todos los que van a morir hoy. Y Dios, seguro que les da ese
aumento de gracia, porque pido una cosa buena.
Por lo tanto, gracias a mi oración, todos los que van a morir
hoy, van a recibir un aumento de gracia. ¿Algunos la rechazarán? Pues quizás,
sí. Pero, ¿y el que la aproveche? Alguno se aprovechará. ¿Cuántos? No sé. ¿Uno?
¿Cien? ¿Mil?. Alguno se aprovechará. Algunos de esos hombres iban a rechazar
una gracia, que era suficiente, pero no era eficaz; no les bastaba. Pero al
recibir esa nueva gracia que yo les consigo, piden perdón, se arrepientan, y se
salvan. Y se han salvado gracias a mí. Gracias a la oración que yo he hecho por
ellos Porque han correspondido a una gracia que no tenían.
Dios les había dado la gracia suficiente. Pero este aumento
de gracia que yo he pedido para ellos, y que Dios no me la niega, hace que la
gracia suficiente haya resultado eficaz. Si yo logro con mi oración de todos
los días, un aumento de gracia, y algún moribundo cada día gracias a ese
aumento de gracia pide perdón, se arrepiente y se salva, fijaos, ¡la cantidad
de gente que se puede haber salvado gracias a mi oración!
***
Y, ¿qué oración hago para que se salven? ¿Cuándo hago esa
oración? Yo la hago en la santa Misa. En el punto central de la Misa. En el
momento de la consagración. En la elevación, cuando estoy elevando la Sagrada
Forma, y cuando estoy elevando la sangre de Cristo en el cáliz, yo digo esto:
«Señor mío y Dios mío: que tu santa redención consiga mi
salvación eterna y la de todos los que van a morir hoy. Amén».
«Señor mío y Dios mío» que es un acto de fe evangélico. Lo
dijo Santo Tomás. Además es una devoción muy española y muy popular. Siempre
nos han enseñado de pequeños que en la elevación digamos mirando a la Sagrada
Forma y mirando al cáliz: «Señor mío y Dios mío». Después de este acto de fe
tan bonito, tan español y tan evangélico «Señor mío y Dios mío», añado: «que tu
santa redención» que se está repitiendo en la misa. El sacrificio de la misa es
la repetición de la muerte de Cristo en la cruz.
Sigo: «...que tu santa redención consiga mi salvación
eterna». Todos podemos tener un mal cuarto de hora. ¡Dios nos tenga de su mano!
Hay que ser humildes y reconocer nuestra fragilidad. Tendría poca gracia que
ayudemos a otros a morir, y nos condenemos nosotros: «triste cosa será, pero
posible». Termino: «...que tu santa redención consiga mi salvación eterna y la
de todos los que van a morir hoy Amén».
Esto lo digo todos los días en la Santa Misa, mientras tengo
la Sagrada Forma en mis manos, y mientras tengo el cáliz. Dice San Alfonso
María de Ligorio que quien pide su salvación, se salva. Por mi salvación y por
la de los demás. Hoy por los de hoy, mañana por los de mañana y pasado por los
de pasado.
Evidente, que mi oración conseguirá que alguno, que iba a
morir en pecado, porque la gracia que tenía no le bastaba, con el aumento de
gracia que yo le consigo pida perdón y se salve. Qué fenomenal obra de caridad
con ese moribundo que se iba a condenar y gracias a mí se ha salvado. Y cuando
él en el cielo sepa que se salvó gracias a mí, porque he pedido por él, y le he
conseguido un aumento de gracia, ¡fijaos el ejército de amigos que tendremos en
el cielo pidiendo a Dios e interesándose por nuestras cosas!
Por eso digo, qué eficaz obra de caridad, qué fenomenal obra
de apostolado, pedir cada día por todos los que van a morir hoy. No hay duda
que alguno se aprovechará de ese aumento de gracia que le hemos conseguido con
nuestra oración.
***
Segundo: ayudar a los difuntos.
Para ayudar a los difuntos la Iglesia tiene el tesoro de las
indulgencias. Es un tesoro espiritual que tiene la Iglesia. A mí me da pena
cuando veo católicos que menosprecian las indulgencias. Prescinden de las
indulgencias. Como si no existieran. Es despreciar un capitalazo espiritual.
Yo digo una cosa: si la Iglesia legisla sobre las
indulgencias, es porque son una realidad. La Iglesia no nos va a engañar.
Cuando la Iglesia dispone, reforma y aplica las indulgencias, es porque esto es
una realidad. No vamos a pensar que la Iglesia nos está engañando, y nos habla
de una cosa que es pura imaginación. Y la Iglesia legisla sobre las
indulgencias.
Acaba de hacer una reforma de las indulgencias. En esta
reforma de las indulgencias que ha hecho la Iglesia, ha quitado aquello que
decíamos antes: «Trescientos días de indulgencia», «Siete años de indulgencia».
Aquello lo ha quitado porque se prestaba a confusiones. La gente se creía que
esos trescientos días eran trescientos días de purgatorio. Realmente no era
eso. Era otra cosa más complicada. Prescindo. No digo lo que había antes, que
lo han reformado, sino lo que hay ahora.
***
Hoy la Iglesia ha dejado dos tipos de indulgencia:
indulgencia parcial, indulgencia plenaria. Y nada más. ¿Qué es indulgencia
parcial? Lo voy a explicar de modo que me entendáis, no con las palabras
teológicas y técnicas.
Indulgencia parcial significa que la Iglesia me duplica mi
mérito. Lo multiplica por dos. Si yo doy un beso a una medalla, ese beso vale
según mi fervor. Si yo doy un beso muy frío, vale mucho menos que si doy un
beso fervoroso. Entonces el valor de mi beso a la medalla, a la estampa, al
crucifijo, a la Virgen, el valor de mi beso en orden a la vida eterna, depende
de mi fervor. Si este objeto está indulgenciado con indulgencia parcial, se
merece el doble. El fervor que yo pongo, se multiplica por dos. Ésa es la
indulgencia parcial.
¿Y qué es indulgencia plenaria? Indulgencia plenaria es que
suprime el purgatorio. Si la gana un moribundo no pasa por el purgatorio. Si la
aplicamos a uno que está en el purgatorio, sale del purgatorio.
Primero, hay que decirlo, porque no todo el mundo lo sabe, el
purgatorio es dogma de fe. La existencia del purgatorio es dogma de fe. La
gente se cree que el purgatorio es lo mismo que el limbo. ¡No señor! El limbo
no es dogma de fe y el purgatorio, sí. Está definido en los Concilios de Lyón y
de Florencia.
San Pablo habla de que podemos ayudar a los difuntos. Pues si
podemos ayudar a los difuntos, es a los del purgatorio. Los que están en el
cielo, no necesitan ayuda. Y a los que están en el infierno, no les sirve de
nada. Por lo tanto, si podemos ayudar a los difuntos, es a los que están en el
purgatorio. El purgatorio es dogma de fe.
El alma que está en el purgatorio, sufre mucho; pero no le
sirve a sí misma. No puede merecer para sí. El tiempo de mérito es la Tierra.
En la vida terrena podemos merecer, para bien o para mal. Pero una vez que se
acaba la vida, con la muerte, ya no se merece más. En el purgatorio, no se
puede merecer. Pero nosotros podemos merecer para ellos. Les podemos aplicar
una indulgencia plenaria. ¿Qué significa que yo gane para ellos una indulgencia
plenaria? Que la saco del purgatorio.
Voy a explicar esto un poco más, en plan popular. Me gusta
siempre buscar ejemplos que se entiendan. ¿Qué es eso de la indulgencia
plenaria? Con la indulgencia plenaria se te quitan las cicatrices que dejaron
en tu alma los pecados cometidos. Tú cometes un pecado mortal, y es una herida
mortal. Esa herida mata tu alma. Si no te arrepientes, te condenas. Si te
confiesas del pecado mortal, y se te cura la herida, ya no te condenas. Te han
cerrado la herida, te han curado la herida; pero te han dejado una cicatriz.
Los pecados perdonados dejan cicatrices, y de esas cicatrices te purificas en
el purgatorio, antes de entrar en el cielo; porque en el cielo no puedes entrar
con el rostro lleno de cicatrices. En el cielo hay que entrar presentable.
Os voy a contar una anécdota. Conozco yo a una señora, muy
elegante. Tuvo un accidente de coche y se hizo una tremenda cicatriz en la
cara, que la afeaba enormemente. Y yo no sé qué tratamiento de belleza, qué
masaje eléctrico, yo no sé cómo se las arregló, que hoy no tiene cicatriz. Yo,
porque lo sé, veo la cicatriz. Pero sólo le queda una leve línea. Se ha
sometido a un tratamiento de belleza, y le han quitado la cicatriz. Y ahora ha
recuperado la belleza que tenía antes.
Eso es el purgatorio: un tratamiento de belleza para el alma.
Ese alma que está llena de cicatrices por todos los pecados mortales
perdonados, pero que han dejado cicatrices. En el purgatorio, se purifican las
cicatrices, se limpian las cicatrices, desaparecen las cicatrices. Y ya puedes
entrar en el cielo presentable, que es cómo hay que entrar en el cielo.
***
Pues esta indulgencia plenaria, yo la puedo ganar o para mí,
o para otro. ¿La puedo ganar para mí? Sí señor. Pero hay un problema. Para que
yo gane una indulgencia plenaria para mí, tengo que tener total aborrecimiento
de todo desorden. Porque si yo tengo un afecto desordenado, ya estoy mereciendo
el purgatorio. Quizás, no infierno; pero por lo menos purgatorio. Porque tengo
un afecto desordenado. Si yo tengo un afecto desordenado, no gano la
indulgencia plenaria para mí.
Pero si yo aplico a otro una indulgencia plenaria, no importa
que yo tenga un afecto desordenado. Si yo tengo un afecto desordenado, ya lo
pagaré en el purgatorio. Pero, ¿qué culpa tiene el otro? Yo puedo ganar una
indulgencia plenaria y aplicársela a otro. Es mucho más fácil ganar la
indulgencia plenaria para otro, que para uno mismo. Para uno mismo es mucho más
difícil. Pero para otro, facilísimo. Basta con hacer la obra indulgenciada y
poner las condiciones.
En la reforma de indulgencias han quitado las indulgencias
plenarias diarias, que había muchas, y han dejado cuatro. Nada más que cuatro.
Que son: rezar el rosario en común o delante del Sagrario; media hora de
oración delante del Santísimo; media hora de lectura de Biblia; y hacer el
Vía-Crucis. Cualquiera de estas cuatro cosas tiene indulgencia plenaria cada
día.
Una de las reformas es que sólo se puede ganar una
indulgencia plenaria al día. Antes había las «Toties quoties» como la
Porciúncula: que podías ganar un montón de indulgencias plenarias en un día.
Ahora no. La Iglesia ha decidido dejar una sola plenaria al día. El Vía-Crucis,
que es lo que yo hago todos los días, es rapidísimo de hacer. Yo no sé si tardo
cinco minutos. No tardo más. En el Vía-Crucis no hay que pararse en las catorce
estaciones. Ni rezar una cosa en cada estación. Basta recorrer las estaciones
pensando en la Pasión. Y en una capilla pequeña, como la que tenemos los
jesuitas en nuestras casas, la capilla la recorro en cinco minutos. En cinco
minutos recorro, meditando en la Pasión, las estaciones del Vía-Crucis. Muy
sencillo. Y gano la indulgencia plenaria.
Hacer la obra indulgenciada y después, ¿qué condiciones? Pues
hay que confesar los ocho días antes o los ocho días después. Si confieso cada
quince días, vale. Una comunión por cada indulgencia plenaria. Si comulgo todos
los días, vale. Hay que rezar algo por el Papa. Un padrenuestro por las
intenciones del Papa, que lo rezamos siempre, después del rosario o después del
Vía-Crucis.
Fijaos que las condiciones no pueden ser más sencillas. Si yo
todos los días hago un acto que tenga indulgencia plenaria, yo puedo sacar un
alma del purgatorio cada día. Fijaos si esto no es fenomenal. Basta que me
preocupe de rezar el rosario delante del Santísimo o en común; media hora de
oración delante del Santísimo, que lo hacen montones de personas; leer la
Biblia durante media hora o el Vía-Crucis. Con que te preocupes un poquitín,
puedes sacar del purgatorio un alma al día.
Fijaos si esto no es una obra de caridad impresionante. Y
después lo que significa tener en el cielo ese ejército de amigos que saben que
tú los sacaste del purgatorio. Fíjate cómo estarán pidiendo a Dios por tus
necesidades. Esto que digo, de preocuparse de las almas del purgatorio, me
parece interesantísimo, por lo que tiene de caridad. Podemos aplicarla a un ser
querido; pero también podemos dejarla en manos de Dios y de la Virgen para que
las apliquen a las almas más necesitadas del purgatorio.
***
Hay una cosa que se llama « El voto de ánimas» que lo llaman
«acto heroico de caridad». Yo, sinceramente, pienso que de heroicidad nada.
¿En qué consiste el voto de ánimas? No es voto, se llama así,
pero no obliga bajo pecado. Y puede uno rectificarlo cuando quiera. Pero se
llama «voto de ánimas». ¿Qué significa el voto de ánimas? Significa que yo
renuncio a todos los méritos renunciables, porque hay méritos que son
irrenunciables. En mis buenas obras, yo tengo méritos que son intransferibles.
Pero hay otros méritos que yo puedo renunciar. Pues yo renuncio a todos los
méritos que yo pueda renunciar, y los pongo en manos del Señor y de la Virgen,
para que ellos los distribuyan entre las almas del purgatorio más necesitadas.
Que ellos distribuyan como quieran los méritos míos.
Se llama «acto heroico de caridad», por lo que yo renuncio en
favor de las almas del purgatorio. Pero yo digo: esto de heroico nada. Porque
si dice Cristo: «Los misericordiosos alcanzarán misericordia», y si por hacer
yo este acto de misericordia, después voy a tener la misericordia de Dios para
conmigo, ¿qué más quiero? Soy yo el que salgo ganando, haciendo un acto de misericordia.
Porque Dios después tendrá misericordia conmigo.
Si yo renuncio a ese tesoro espiritual mío, que he ganado con
mis buenas obras, si con esa pequeña renuncia de mis pobres obras, logro ayudar
a tantas almas que suban a la gloria, y después se interesan por mí, decidme si
no es fenomenal tener en el cielo ese ejército de amigos míos, que saben que yo
les ayudé a entrar en la gloria. Lo que se van a preocupar por mí.
Por eso decía el Padre Eduardo Fernández Regatillo, S.I., que
era un teólogo de gran notoriedad: «Muchas personas de gran categoría
espiritual y teológica, han hecho el voto de ánimas». Basta que un día en la
misa se haga este ofrecimiento: «Señor, te ofrezco todo lo que yo pueda
renunciar, en beneficio de las almas del purgatorio». ¡Los misericordiosos
alcanzarán misericordia!
A ver si os animáis a ayudar a los moribundos y a las almas
del purgatorio. Que vosotros saldréis ganando. Y ellos también. Muchas gracias
P.Jorge Loring sj - (1921-2013) |