Un millón de
personas acompañaron al Papa en la beatificación de 124 mártires coreanos
El ejemplo de
esos laicos «nos obliga a preguntarnos ¿Por qué estaríamos hoy dispuestos a
morir?»
En la gran plaza de Gwanghwamun, que une el
antiguo palacio imperial al centro de una capital ultramoderna, el Papa
Francisco beatificó a 124 mártires de la primera generación de cristianos de
Corea. La multitud reunida en la inmensa plaza y sus alrededores llegaba al
millón de personas, según cálculos de las autoridades de Seúl. La mayor parte
habían ido llegando en autobuses durante toda la noche y caminado ordenadamente
por diversas rutas preestablecidas entre los rascacielos de la ciudad para
confluir en la histórica plaza.
Justo antes de la ceremonia, el Papa visitó el
«Santuario de los Mártires», en la propia capital, donde fueron ejecutados los
103 católicos de la segunda generación canonizados por Juan Pablo II en Seúl en
1984, una fecha que marcó el comienzo de la rápida expansión de la Iglesia
coreana, que crece al ritmo de 100.000 bautismos de adultos y 25.000 bautismos
de niños cada año.
En su homilía, el Papa propuso el ejemplo de Pablo
Yun Ji-chung -un noble arrestado por haber dado sepultura cristiana a su madre
y decapitado a continuación por orden del rey el 8 de diciembre de 1791- y de
los otros 123 mártires, como un estímulo para extender todavía más «el ejemplo
de fe y de caridad que os han transmitido vuestros antepasados».
El Santo Padre subrayo que aquellos intelectuales
que conocieron el cristianismo a través de sabios chinos y lo extendieron por
Corea mucho antes de que llegasen los primeros misioneros «formaban una
comunidad inspirada en la Iglesia primitiva, en la que los creyentes eran
verdaderamente «un solo corazón y una sola alma», dejando aparte las
diferencias sociales».
Paradójicamente, al cabo de dos siglos, las
personas condenadas a muerte por negarse a dar culto a los antepasados son
ahora tesoros de la memoria de Corea y reciben culto en la plaza mayor del
país. Y su mensaje de igualdad entre las personas, considerado «subversivo» por
la cultura confuciana de entonces, es la base de la actual democracia coreana,
abierta y moderna.
En una homilía pronunciada en italiano con
traducción sucesiva, el Papa Francisco afirmó que la historia de Pablo Yun
Ji-chung y los otros 123 mártires desde 1791 a 1888, «nos dice mucho sobre la
belleza de la vocación de los laicos». Por otra parte, su ejemplo de heroísmo
«nos obliga a preguntarnos ¿Por qué estaríamos hoy dispuestos a morir?»
El Santo Padre subrayó que Jesucristo «enviaba a
sus discípulos para que fuesen levadura de santidad y de verdad en el mundo.
Para que fuesen la sal de la tierra y la luz del mundo. Y en esto, los mártires
nos indican el camino».
Sin hacer referencia a los yasidíes y cristianos
perseguidos actualmente por el Estado Islámico en Irak, el Papa recordó una
historia paralela. Durante las persecuciones, muchos cristianos de Corea
«huyeron a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Preferían afrontar
grandes sacrificios a dejarse robar la cercanía a Cristo».
El Papa hizo notar que «la celebración de hoy
abraza los innumerables mártires anónimos en este país y en el resto del
mundo».
Durante su recorrido en «papamóvil» descubierto
antes de la ceremonia, el Santo Padre bajó del vehículo para saludar y bendecir
a un grupo de familiares de víctimas del ferry «Sewol» que pedían el
establecimiento de una comisión investigadora especial para aclarar la cadena
de negligencias que costo más de trescientas vidas, incluidas las de 250
estudiantes de bachillerato que iban de excursión a la isla de Jeju. El Papa
seguía llevando en su sotana un pequeño lazo amarillo que otros familiares de
víctimas le habían dado el día anterior. 1
Texto completo de la homilía del
Papa Francisco en la Ceremonia de Beatificación de 124 Mártires Coreanos:
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rm
8,35). Con estas palabras, san Pablo nos habla de la gloria de nuestra fe en
Jesús: no sólo resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, sino que nos
ha unido a él y nos ha hecho partícipes de su vida eterna. Cristo ha vencido y
su victoria es la nuestra.
Hoy celebramos esta victoria en Pablo Yun Ji-chung
y sus 123 compañeros. Sus nombres quedan unidos ahora a los de los santos
mártires Andrés Kim Teagon, Pablo Chong Hasang y compañeros, a los que he
venerado hace unos momentos. Vivieron y murieron por Cristo, y ahora reinan con
él en la alegría y en la gloria.
Con san Pablo, nos dicen que, en la muerte y
resurrección de su Hijo, Dios nos ha concedido la victoria más grande de todas.
En efecto, «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni
futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm
8,38-39).
La victoria de los mártires, su testimonio del
poder del amor de Dios, sigue dando frutos hoy en Corea, en la Iglesia que
sigue creciendo gracias a su sacrificio.
La celebración del beato Pablo y compañeros nos
ofrece la oportunidad de volver a los primeros momentos, a la infancia –por
decirlo así– de la Iglesia en Corea. Los invita a ustedes, católicos de Corea,
a recordar las grandezas que Dios ha hecho en esta tierra, y a custodiar como
un tesoro el legado de fe y caridad confiado a ustedes por sus antepasados.
En la misteriosa providencia de Dios, la fe
cristiana no llegó a las costas de Corea a través de los misioneros; sino que
entró por el corazón y la mente de los propios coreanos. En efecto, fue
suscitada por la curiosidad intelectual, por la búsqueda de la verdad
religiosa.
Tras un encuentro inicial con el Evangelio, los
primeros cristianos coreanos abrieron su mente a Jesús. Querían saber más
acerca de este Cristo que sufrió, murió y resucitó de entre los muertos. El
conocimiento de Jesús pronto dio lugar a un encuentro con el Señor mismo, a los
primeros bautismos, al deseo de una vida sacramental y eclesial plena y al
comienzo de un compromiso misionero.
También dio como fruto comunidades que se
inspiraban en la Iglesia primitiva, en la que los creyentes eran verdaderamente
un solo corazón y una sola mente, sin dejarse llevar por las diferencias
sociales tradicionales, y teniendo todo en común (cf. Hch 4,32).
Esta historia nos habla de la importancia, la
dignidad y la belleza de la vocación de los laicos. Saludo a los numerosos
fieles laicos aquí presentes, y en particular a las familias cristianas, que
día a día, con su ejemplo, educan a los jóvenes en la fe y en el amor
reconciliador de Cristo.
También saludo de manera especial a los numerosos
sacerdotes que hoy están con nosotros; con su generoso ministerio transmiten el
rico patrimonio de fe cultivado por las pasadas generaciones de católicos
coreanos.
El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante
para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos
proteja del mundo.
Es significativo, ante todo, que Jesús pida al
Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos aparte del mundo. Sabemos que
él envía a sus discípulos para que sean fermento de santidad y verdad en el
mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En esto, los mártires nos
muestran el camino.
Poco después de que las primeras semillas de la fe
fueran plantadas en esta tierra, los mártires y la comunidad cristiana tuvieron
que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Habían escuchado la advertencia del
Señor de que el mundo los odiaría por su causa (cf. Jn 17,14); sabían el precio
de ser discípulos.
Para muchos, esto significó persecución y, más
tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Estaban
dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera
apartarles de Cristo –pertenencias y tierras, prestigio y honor–, porque sabían
que sólo Cristo era su verdadero tesoro.
En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo
cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas
con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al
espíritu de nuestro tiempo.
Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a
Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su
Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos
dispuestos a morir.
Además, el ejemplo de los mártires nos enseña
también la importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su
testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos
los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba
las rígidas estructuras sociales de su época.
Fue su negativa a separar el doble mandamiento del
amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por
las necesidades de los hermanos.
Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros,
que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera
silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito
de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y
sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados.
Si seguimos el ejemplo de los mártires y creemos
en la palabra del Señor, entonces comprenderemos la libertad sublime y la
alegría con la que afrontaron su muerte. Veremos, además, cómo la celebración
de hoy incluye también a los innumerables mártires anónimos, en este país y en
todo el mundo, que, especialmente en el siglo pasado, han dado su vida por
Cristo o han sufrido lacerantes persecuciones por su nombre.
Hoy es un día de gran regocijo para todos los coreanos.
El legado del beato Pablo Yun Ji-chung y compañeros –su rectitud en la búsqueda
de la verdad, su fidelidad a los más altos principios de la religión que
abrazaron, así como su testimonio de caridad y solidaridad para con todos– es
parte de la rica historia del pueblo coreano.
La herencia de los mártires puede inspirar a todos
los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar en armonía por una sociedad
más justa, libre y reconciliada, contribuyendo así a la paz y a la defensa de
los valores auténticamente humanos en este país y en el mundo entero.
Que la intercesión de los mártires coreanos, en
unión con la de Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de
la perseverancia en la fe y en toda obra buena, en la santidad y la pureza de corazón,
y en el celo apostólico de dar testimonio de Jesús en este querido país, en
toda Asia, y hasta los confines de la tierra. Amén. 2
Béatification de Paul Yun ji-Chung y de sus 123 compagnons martyrs
Publicado el 15/8/2014 `pt KTVO
Messe de Béatification à la porte de Gwanghwamun de Séoul. Voyage apostolique du pape François en République de Corée, du 14 au 18 août 2014.
Le Pape François en Corée du Sud du 16/08/2014.