Francisco rumbo a la Tierra de
Jesús
(RV).- El Papa Francisco
emprendió puntual la mañana de este sábado, 24 de mayo, su peregrinación a
Tierra Santa. El avión despegó alrededor de las 8.25 del aeropuerto de
Roma-Fiumicino con destino a Amman, Jordania, primera etapa de su viaje de tres
días, en los que visitará también Palestina e Israel. Se trata de la segunda
visita internacional de su pontificado después de la JMJ de Rio, en julio de
2013.
Igual que hicieron sus
predecesores, el Papa Bergoglio viaja a la tierra de Jesús como
"peregrino". Y bajo este signo del espíritu afronta el viaje, que
desea que sea estrictamente religioso. El gran objetivo de Francisco es
conmemorar la visita de Pablo VI a la región en 1964, el primer viaje de un
pontífice al extranjero, que incluyó el histórico abrazo en Jerusalén al
patriarca ortodoxo de Constantinopla, Atenágoras, máximo representante de esta
confesión, tras mil años de cisma. 50 años después, Francisco hará lo mismo con
el actual patriarca Bartolomé. Ambos se encontrarán cuatro veces en tres días y
firmarán una declaración común.
Al abrazo ecuménico y de unidad,
hay que añadir el abrazo fraternal que Francisco quiere regalar a las
comunidades cristianas de Tierra Santa: una minoría de 450 mil almas, tentada
por la emigración por carecer de espacio y futuro. A esto hay que añadir la
dimensión de paz con la que Francisco llega a Tierra Santa, tierra de
sufrimiento y controversia entre pueblos, estados y religiones.
Un viaje con muchos momentos
intensos, 14 discursos en italiano previstos y con una agenda repleta de citas
y visitas que ha exigido largas horas de reunión para limar susceptibilidades y
fijar un itinerario lo más tranquilo y lo más seguro posible. En una iniciativa
sin precedentes, al Santo Padre le acompañan en el séquito esta vez un rabino y
un líder musulmán de Argentina, amigos suyos.
ER- RV
La paz es un don que hemos de
buscar con paciencia y construir artesanalmente:
Misa del Papa en Amán
Misa del Papa en Amán
24 mayo, sábado
(RV).- (actualizado con audio y texto) Durante la Santa Misa celebrada en el estadio Internacional de Amán, el Papa ha reflexionado sobre el pasaje del Evangelio en el que se lee la promesa que Jesús hace a sus discípulos para que el Padre les envíe otro Paráclito que estuviera siempre con ellos. “El primer Paráclito es el mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo”, ha dicho. “Jesús es el enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz”. El Santo Padre ha dedicado profundas palabras al significado de la paz: “La paz no se puede comprar, es un don que hemos de buscar con paciencia y construir ‘artesanalmente’” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana.
(MZ-RV)
Homilía completa del Papa:
Audio de la radio crónica de RV:
Durante la Santa Misa celebrada en el estadio Internacional de Amman, el Papa ha reflexionado sobre el pasaje del Evangelio en el que se lee la promesa que Jesús hace a sus discípulos para que el Padre les envíe otro Paráclito que estuviera siempre con ellos. “El primer Paráclito es el mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo”, ha dicho. “”Jesús es el enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz”. El Santo Padre ha dedicado profundas palabras al significado de la paz: “La paz no se puede comparar, es un don que hemos de buscar con paciencia y construir ‘artesanalmente’” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana.
En el Evangelio hemos escuchado la promesa de Jesús a sus discípulos: “Yo le pediré al Padre que les envíe otro Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn 14,16). El primer Paráclito es el mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo.
Aquí nos encontramos no muy lejos del lugar en el que el Espíritu Santo descendió con su fuerza sobre Jesús de Nazaret, después del bautismo de Juan en el Jordán (cf. Mt 3,16). Así pues, el Evangelio de este domingo, y también este lugar, al que, gracias a Dios, he venido en peregrinación, nos invitan a meditar sobre el Espíritu Santo, sobre su obra en Cristo y en nosotros, y que podemos resumir de esta forma: el Espíritu realiza tres acciones: prepara, unge y envía.
En el momento del bautismo, el Espíritu se posa sobre Jesús para prepararlo a su misión de salvación, misión caracterizada por el estilo del Siervo manso y humilde, dispuesto a compartir y a entregarse totalmente. Pero el Espíritu Santo, presente desde el principio de la historia de la salvación, ya había obrado en Jesús en el momento de su concepción en el seno virginal de María de Nazaret, realizando la obra admirable de la Encarnación: “El Espíritu Santo te llenará, te cubrirá con su sombra –dice el Ángel a María- y tú darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús” (cf. Lc 1,35). Después, el Espíritu actuó en Simeón y Ana el día de la presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2,22). Ambos a la espera del Mesías, ambos inspirados por el Espíritu Santo, Simeón y Ana, al ver al Niño, intuyen que Él es el Esperado por todo el pueblo. En la actitud profética de los dos videntes se expresa la alegría del encuentro con el Redentor y se realiza en cierto sentido una preparación del encuentro del Mesías con el pueblo.
Las diversas intervenciones del Espíritu Santo forman parte de una acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad.
En segundo lugar, el Espíritu Santo unge. Ha ungido interiormente a Jesús, y unge a los discípulos, para que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir en su vida las actitudes que favorecen la paz y la comunión. Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo se imprime en nuestra humanidad y nos hace capaces de amar a los hermanos con el mismo amor con que Dios nos ama. Por tanto, es necesario realizar gestos de humildad, de fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición para una paz auténtica, sólida y duradera. Pidamos al Padre que nos unja para que seamos plenamente hijos suyos, cada vez más conformados con Cristo, para sentirnos todos hermanos y así alejar de nosotros rencores y divisiones, y amarnos fraternamente. Es lo que nos pide Jesús en el Evangelio: “Si me aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16).
Y, finalmente, el Espíritu envía. Jesús es el Enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de nosotros como mensajeros de paz, como testimonios de paz! Es una necesidad que tiene el mundo. También el mundo pide hacer esto: ¡llevar la paz, testimoniar la paz!
La paz no se puede comprar, no se vende: La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir “artesanalmente” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre en el cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza.
Con este espíritu, abrazo a todos ustedes: al Patriarca, a los hermanos Obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles laicos, así como a los niños que hoy reciben la Primera Comunión y a sus familiares. Mi corazón se dirige también a los numerosos refugiados cristianos, también todos nosotros, con nuestro corazón, dirijámonos, a los numerosos refugiados cristianos que provienen de Palestina, de Siria y de Iraq: lleven a sus familias y comunidades mi saludo y mi cercanía.
Queridos amigos, queridos hermanos, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el Jordán y dio inicio a su obra de redención para librar al mundo del pecado y de la muerte. A Él le pedimos que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias; que la gracia nos envíe, con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz. Amén.
Radio vaticana
(MZ-RV)
Homilía completa del Papa:
Audio de la radio crónica de RV:
Durante la Santa Misa celebrada en el estadio Internacional de Amman, el Papa ha reflexionado sobre el pasaje del Evangelio en el que se lee la promesa que Jesús hace a sus discípulos para que el Padre les envíe otro Paráclito que estuviera siempre con ellos. “El primer Paráclito es el mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo”, ha dicho. “”Jesús es el enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz”. El Santo Padre ha dedicado profundas palabras al significado de la paz: “La paz no se puede comparar, es un don que hemos de buscar con paciencia y construir ‘artesanalmente’” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana.
En el Evangelio hemos escuchado la promesa de Jesús a sus discípulos: “Yo le pediré al Padre que les envíe otro Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn 14,16). El primer Paráclito es el mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo.
Aquí nos encontramos no muy lejos del lugar en el que el Espíritu Santo descendió con su fuerza sobre Jesús de Nazaret, después del bautismo de Juan en el Jordán (cf. Mt 3,16). Así pues, el Evangelio de este domingo, y también este lugar, al que, gracias a Dios, he venido en peregrinación, nos invitan a meditar sobre el Espíritu Santo, sobre su obra en Cristo y en nosotros, y que podemos resumir de esta forma: el Espíritu realiza tres acciones: prepara, unge y envía.
En el momento del bautismo, el Espíritu se posa sobre Jesús para prepararlo a su misión de salvación, misión caracterizada por el estilo del Siervo manso y humilde, dispuesto a compartir y a entregarse totalmente. Pero el Espíritu Santo, presente desde el principio de la historia de la salvación, ya había obrado en Jesús en el momento de su concepción en el seno virginal de María de Nazaret, realizando la obra admirable de la Encarnación: “El Espíritu Santo te llenará, te cubrirá con su sombra –dice el Ángel a María- y tú darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús” (cf. Lc 1,35). Después, el Espíritu actuó en Simeón y Ana el día de la presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2,22). Ambos a la espera del Mesías, ambos inspirados por el Espíritu Santo, Simeón y Ana, al ver al Niño, intuyen que Él es el Esperado por todo el pueblo. En la actitud profética de los dos videntes se expresa la alegría del encuentro con el Redentor y se realiza en cierto sentido una preparación del encuentro del Mesías con el pueblo.
Las diversas intervenciones del Espíritu Santo forman parte de una acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad.
En segundo lugar, el Espíritu Santo unge. Ha ungido interiormente a Jesús, y unge a los discípulos, para que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir en su vida las actitudes que favorecen la paz y la comunión. Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo se imprime en nuestra humanidad y nos hace capaces de amar a los hermanos con el mismo amor con que Dios nos ama. Por tanto, es necesario realizar gestos de humildad, de fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición para una paz auténtica, sólida y duradera. Pidamos al Padre que nos unja para que seamos plenamente hijos suyos, cada vez más conformados con Cristo, para sentirnos todos hermanos y así alejar de nosotros rencores y divisiones, y amarnos fraternamente. Es lo que nos pide Jesús en el Evangelio: “Si me aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16).
Y, finalmente, el Espíritu envía. Jesús es el Enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de nosotros como mensajeros de paz, como testimonios de paz! Es una necesidad que tiene el mundo. También el mundo pide hacer esto: ¡llevar la paz, testimoniar la paz!
La paz no se puede comprar, no se vende: La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir “artesanalmente” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre en el cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza.
Con este espíritu, abrazo a todos ustedes: al Patriarca, a los hermanos Obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles laicos, así como a los niños que hoy reciben la Primera Comunión y a sus familiares. Mi corazón se dirige también a los numerosos refugiados cristianos, también todos nosotros, con nuestro corazón, dirijámonos, a los numerosos refugiados cristianos que provienen de Palestina, de Siria y de Iraq: lleven a sus familias y comunidades mi saludo y mi cercanía.
Queridos amigos, queridos hermanos, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el Jordán y dio inicio a su obra de redención para librar al mundo del pecado y de la muerte. A Él le pedimos que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias; que la gracia nos envíe, con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz. Amén.
Radio vaticana