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miércoles, 16 de abril de 2014

Viernes Santo: El Sermón de las Tres Horas

Antigua Iglesia Ntra. Sra. de los Desamparados, donde se inició el  Sermón de las Tres Horas un Viernes Santo de 1660 desde Lima.


LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ

Comentadas por el P. Carlos Cardo Franco S.J.
Párroco de Ntra. Sra. de Fátima – Miraflores – Lima

El día Viernes Santo la Iglesia manda guardar el ayuno y la abstinencia.
Se acostumbra rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz.
Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción.
Se trata de acompañar a Jesús en su sufrimiento.
A las tres de la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo.

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EL SERMÓN DE LAS SIETE PALABRAS
o
SERMÓN DE LAS TRES HORAS

Esta devoción consiste en reflexionar en las últimas siete frases que pronuncio Jesús en la cruz antes de su muerte.


PRIMERA PALABRA
Padre, perdónales porque no  saben lo que hacen (Lc 23,24)

La primera palabra del crucificado, expresa el deseo profundo de su corazón: el perdón de sus hermanos. Carga con nuestros pecados (1pe 2,24) e intercede por nosotros. El perdón es la clave para comprender su obra. Y es lo que sus discípulos tendrán que anunciar al mundo: la conversión y el perdón de los pecados (Lc 24,47).

Perdonando a sus verdugos, Jesús se muestra como Hijo de Dios capaz de ser bueno con los ingratos y con los malos (Lc 6,35s). En su hijo crucificado, dios se acerca a todos, en especial a los perdidos, y les ofrece su amor,  que es más grande que el pecado cometido y que  todo mal parecido. Dios desciende hasta el abismo del mal de este mundo, y lo llena con la luz de su luz de su amor y de su perdón que todo lo rehace.

Jesús no solo hablo de perdón sino que lo práctico y murió perdonando. Por eso, el perdón de los enemigos es una de las contribuciones más claras decisivas de su mensaje a la humanidad. Nos hizo ve que todos llevamos una inclinación al mal y pecamos muchas veces, pero que el Padre del cielo nos restablece. Por eso nos pidió que no juzguemos a nadie y procuremos ser misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso (Lc 6,36-37). Nos hizo ver que la compasión y la misericordia van más allá de la justicia.

Se suele pensar que el perdón es de débiles o solo de personas religiosas. Pero el perdón es necesario para vivir de manera sana, humanizar los conflictos y romper toda espiral de violencia, con ello, Jesús nos enseña una justicia superior, propia de quien ama, que se sabe en deuda con todos: al adversario le debe reconciliación, al pequeño y al pobre le debe solidaridad, al perdido el salir d en su búsqueda, al culpable la corrección, al deudor la condonación de la deuda. Perdonar es creer en la capacidad de redención de la persona que me ofende y orar por su regeneración pues, en definitiva, es un hermano mío, hijo del mismo Padre. Solo así podemos decir: “Perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”.



SEGUNDA PALABRA
Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc 23,43)

La segunda palabra de  Jesús en la cruz es la palabra de un Rey. Desde su trono juzga: perdona a sus enemigos y concede su reino a los malhechores. No llegamos a comprender la forma como ejerce su reinado porque demuestra su autoridad en el servicio y su poder en el amar hasta la muerte. Tampoco la salvación que ofrece y el  modo de realizarla corresponden a lo que el mundo espera: ofrece vida eterna y se hace condenar para pagar nuestra pena.

“Sálvense a sí mismo” gritan los judíos en el Calvario. Es la pretensión suprema de los seres humanos: no morir, poner a salvo la vida. Pero Jesús no dice al ladrón arrepentido: “Tu no morirás”. Lo que él hace es salvarnos de la raíz de todo mal, de la ambiciosa soberbia que nos impide aceptar los propios límites. Nos libra así del miedo a la muerte que nos hace andar como encadenados (Heb 2,15), y abre para nosotros el camino  hacia una  existencia plena y feliz antes y después de la muerte.

El buen ladrón es imagen de todos los santos y santas del Nuevo testamento, pecadores salvados por la cruz del Señor. Se nos invita a escuchar lo que dice: “¿Ni siquiera tú, sufriendo la misma pena, temes a Dios?”. Esta pregunta abre el camino al conocimiento de Dios: Dios está aquí, conmigo, (en mi misma pena), para que yo pueda estar con él. Dios es amor y me ama, a mí, pecador. Puedo finalmente vivir y morir en paz. “Tu estarás conmigo”. En esto consiste el “paraíso”.

Jesús, venido a buscar y salvar  a los perdidos de este mundo (Lc 19,10; Mt 9,13; Mc2,17; Lc 5,32), nos revela el amor que Dios nos tiene porque, cuando aún éramos pecadores, el dio su vida por nosotros (Rm 5,8). Contemplándolo en la cruz le pedimos que nos mire y pronuncie sobre cada uno de nosotros la palabra que salvo al buen ladrón, compañero de su pena: “Hoy estarás conmigo”. Estar con Jesús es el paraíso. Digámosle: Acuérdate de nosotros, Señor. Y haz que nosotros nos acordemos de ti.


TERCERA PALABRA
Mujer, ahí tienes a tu hijo. . .Ahí tienes a tu madre (Jn 18:26-27)

Son las últimas palabras de Jesús a su madre y a su discípulo amado. Ella ha sido capaz de llegar hasta el final, hasta estar al pie junto a la cruz; el discípulo no ha huido como los otros, ha perseverado también. El rey, por su parte, continúa su juicio desde el trono de la cruz. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13), nos enseña hasta su postrer momento. Por eso muere dando: da sus vestidos a sus torturadores, da su madre al discípulo y el discípulo a  su madre. Hecho esto habrá llevado a término de misión.

“Mujer” llama Jesús a su madre, como la llamo en Cana cuando comenzó a  revelar su gloria, que ahora culmina. “Mujer”, porque es la nueva Eva, junto al árbol de la vida eterna, y porque representa también al Israel fiel, a la hija de  Sion que reúne a sus hijos de todas las naciones (Sal 86) y forma con ellos un pueblo nuevo (Is 60,4). Por eso, el discípulo que habrá de permanecer hasta que el Señor vuelva (Jn 21,22-23), y que representa al hombre nuevo, es confiado a María, la Mujer, como su hijo. Se inicia así el tiempo de la comunidad, tiempo de los hermanos del Hijo, acogidos por la Madre.

Desde que el ángel le anunció la encarnación del Verbo, María se convirtió en la sierva fiel de Dios, que escucha su palabra y la cumple (Lc  8,21). Por eso es modelo de creyente y madre, figura de la Iglesia. Ella trajo a Jesús al mundo, le educo, formo su personalidad y le acompaño por los caminos de Galilea hasta el Calvario. Nosotros confiamos  en su protección maternal y la amamos con amor entrañable, imitamos su ejemplo y recurrimos a ella en nuestras necesidades, pues vela por nosotros, intercede por nosotros y nos pone junto a Jesús.


CUARTA PALABRA
Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mt 27,46 y Mc 15,34)

La cuarta palabra de Jesús en la cruz pone de manifiesto el aspecto más oscuro y tenebroso de su pasión: a la hora de su muerte Jesús quedo con el alma hecha pedazos, sin consuelo ya alivio alguno, en intima desolación hasta verse necesitado de gritar: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?.

 A  la hora nona se escuchó el clamor de Jesús en el lugar llamado de la calavera. Pero como aquella hora y aquel lugar so el tiempo y el espacio en que gritan su dolor los crucificado de hoy y  de siempre, el grito de Jesús acompañara a los que se sienten como el abandonados. Su grito se hará presente en la situación de quien ve que le es negada la vida que quiere vivir, de quien  se siente excluido o fuera de la ley, rechazado por todos hasta  sentirse abandonado de Dios.

En esta situación de extrema impotencia, que ya en Getsemaní había presentido como un cáliz amargo, Jesús no duda en afirmar lo que siempre ha afirmado: su confianza plena e incondicionada en Dios, el único que puede salvarlo  de su muerte, garantizar la eficacia  de su sacrificio y mostrar su identidad de hijo de Dios. Así, en la cruz  no se revela únicamente como el Salvador sino también como Aquel que solo en Dios halla  la fuente de su propia vida, la razón única de su existencia más allá de la muerte. Dedicado totalmente a su Padre y obediente a él hasta la muerte, Jesús demuestra u verdadero ser en la humildad  absoluta de su entrega, en el total abajamiento, Kénosis, de la cruz. Por ello recibe un Nombre por encima de todo nombre (Col 2,9), su persona está por encima todo, y se le debe alabanza, honor, gloria y poder por los siglos ( Ap 5,13).


QUINTA PALABRA
Tengo sed (Jn 18,28)

La sed es más angustiante que el hambre, es ansia de agua, es decir, de vida. La sed que padece Jesús es sin duda una sed real. Por la sangre derramada en las torturas previas y por los dolores extenuantes  de la crucifixión, el Crucificado padece una sed imperiosa y desesperante.

Pero no es solo una sed física, es la red de nuestra salvación. Ansia darnos lo que sacia nuestra sed más profunda de estar con Dios y vivir su vida. Los salmos cantan nuestra sed de dios: “Oh Dios, tu eres mi Dios, desde la aurora te busco, mi alma tiene sed de ti como tierra reseca, agotada, sin agua” ( Sal 63,2; 42, 2-3). Dios es la fuente de la sed que  sentimos de él.

Pero en el caso de Jesús se trata de la sed que Dios tiene de nosotros. Es la sed que tiene Jesús de darnos  su Espíritu y que el mismo insinuó ya cuando, cansado se sentó en el pozo de Sicar y pidió a la mujer Samaritana: “Dame de beber” (Jn 4,6), para luego prometerle el agua viva (Jn 4,10.14). Es también la sed que expreso con un grito en el templo, el ultimo día de la fiesta, el más solemne: “Quien tenga sed, que venga a mí, y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, de su entrada brotaran ríos de agua viva. Dijo esto refiriéndose al Espíritu que recibirían  los que creyeran en el” (Jn 7,37-39). Ahora es el momento de darnos el agua de su Espíritu.

Aquí también como en Sicar, Jesús pide y da de beber. Los israelitas en el desierto tuvieran sed y de la roca golpeada por la vara de Moisés broto agua. La humanidad entera tiene sed de Dios y del costado del Señor, abierto por la lanza del soldado, brotara el agua  que da vida al mundo. No se sabe si bebió del pozo en Samaria. Aquí bebió el vinagre que le ofrecieron y vio su obra cumplida; su ansia por llenarlo todo de su amor redentor había quedado saciada. Puede ahora volver a la casa de su Padre y por medio de su Espíritu habitar en sus hermanos para no abandonarlos nunca.


SEXTA PALABRA
Todo está cumplido (Jn 19,30)

El día séptimo vio Dios que había cumplido su obra: el cielo, la tierra y la muchedumbre de astros del universo (Gen 2, 1s). La sexta palabra de Jesús en la cruz contiene el mismo verbo: cumplir. No quiere  decir simplemente que ha llegado al final, sino que con la pasión de Jesús se ha revelado total y perfectamente la voluntad del padre y su obra salvadora. Por eso en San Juan, el grito con que muere Jesús es un grito de triunfo: porque ha realizado plenamente la obra que el padre le había encomendado.
Ha llevado tiempo poner en practica la decisión de matarlo. Se la habían hecho notar desde el primer encuentro con él y a lo largo de toda su vida pública como un circulo de hostilidad cada vez más cerrado en torno a él para borrarlo de la tierra de los vivos, Jesús fue consciente de ello y procuro explicarlo a los suyos, pero no le entendieron. Por miedo a la multitud que lo seguía, los fieles tuvieron que esperar. Mientras tanto, Jesús fue cumpliendo su obra. Ahora ya lo tienen, pueden hacer con él lo que quieran. El pueblo que lo aclamo en su entrada a Jerusalén, se ha dejado embaucar. Hasta sus amigos lo han dejado solo. El mal tiene su tiempo para dañar y matar, pero no puede impedir que mientras tanto el bien consiga lo que debe cumplirse. La cruz es el escandalo final que envuelve a Jesús y al creyente cuando se vive el tiempo del dolor y dela prueba, cuando parece que el mal es el que triunfa. Es el enigma que los discípulos solo resolverán en la mañana de Pascua, al advertir que en la vida del Maestro y, justamente, en su cruz, Dios hizo triunfar al bien.

Después de beber el vinagre, Jesús contempla su obra consumada: las promesas hechas por Dios, cumplidas; el acceso a Dios, abierto para todos; el mar  y el pecado del mundo, destruidos por su amor. También la creación ha quedado finalmente acabada: cielos y tierra nueva se ofrecen al hombre. Aquel, por quien y para quien fueron hechas todas las cosas, libera al mundo de su maldad y lo cubre con su amor victorioso. Ha bebido hasta la última gota el cáliz de amargura y ha derramado sobre nosotros su sangre redentora. Ya solo le queda inclinar la cabeza y entregarnos su espíritu.



SÉPTIMA PALABRA
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46)

Sul última palabra la dirige a su Padre. Expresa su confianza más absoluta, que le lleva a abandonar en el su propia vida cargada con nuestros pecados ( 1 Pe 2,24). Las tinieblas han comenzado a oscurecer el sol desde el mediodía (Lc 23,44). El universo entero es alcanzado por la muerte de Cristo. Dando muerte al justo, el mal ha revelado todo su poder mortífero. El mundo vuelve a la oscuridad de la que fue sacado. Pero Dios da inicio a la creación de un mundo nuevo. El velo del templo se rasga de arriba abajo. Dios da libre acogida al Hijo que retorna y en el a sus hermanos reconciliados.  El Hijo muere pero os deja el espíritu, soplo vital, agua viva que revitaliza a las osamentas resecadas (Ez 37,1-14) de una humanidad hundida en el pecado. El Padre recibe la aspiración  confiada de su Hijo. Todas sus ansias están en su presencia (Sal 38,10). La desesperación del mundo viejo da paso a la esperanza por el amor que triunfa sobre la muerte.

Con la entrega de su vida Jesús ha realizado el paso, pascua, de nuestra liberación y ha abierto para nosotros el camino hacia el padre, que con nuestros pecados habíamos perdido. Su muerte no ha sido solo el final natural de su vida ni u trágico accidente: ha sido el acto libre de entrega con el que ha culminado su continua donación, el sacrificio  libremente ofrecido, el amor llevado hasta el extremo  (Jn 13,19. Mártir, testigo fiel en su forma de morir  se revela la justicia  de la causa  por la que ha venido y la verdad de los valores del reino que ha inaugurado entre nosotros.
Mirando ante nuestros ojos a Jesús muerto en la cruz, nos peguntamos: ¿qué he hecho por Cristo?, ¿Qué hago?, ¿Qué debo hacer por él? Y le pedimos desde el fondo del alma que a la hora de nuestra muerte los méritos de su preciosa sangre derramada nos hagan aguardar en paz la salvación.

Izq: La efigie del Cristo de la Agonía, ante la cual se realizó el primer Sermón de las Tres Horas y que hoy se encuentra en la Parroquia de Desamparados, en Breña. 
Der: Pintura recrea lo que fue el diario quehacer del V. Padre Francisco del Castillo sj


Comisión Episcopal de Liturgia del Perú
Ciclo “A” – Abril 2014