Antigua Iglesia Ntra. Sra.
de los Desamparados, donde se inició el Sermón
de las Tres Horas un Viernes Santo de 1660 desde Lima.
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LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA
CRUZ
Comentadas por el P. Carlos
Cardo Franco S.J.
Párroco de Ntra. Sra. de
Fátima – Miraflores – Lima
El día
Viernes Santo la Iglesia manda guardar el ayuno y la abstinencia.
Se acostumbra
rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz.
Se participa
en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción.
Se trata de
acompañar a Jesús en su sufrimiento.
A las tres de
la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo.
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EL SERMÓN DE LAS SIETE PALABRAS
o
SERMÓN DE LAS TRES HORAS
Esta devoción
consiste en reflexionar en las últimas siete frases que pronuncio Jesús en la
cruz antes de su muerte.
PRIMERA PALABRA
Padre, perdónales porque
no saben lo que hacen (Lc 23,24)
La primera
palabra del crucificado, expresa el deseo profundo de su corazón: el perdón de
sus hermanos. Carga con nuestros pecados (1pe 2,24) e intercede por nosotros.
El perdón es la clave para comprender su obra. Y es lo que sus discípulos
tendrán que anunciar al mundo: la conversión y el perdón de los pecados (Lc 24,47).
Perdonando a
sus verdugos, Jesús se muestra como Hijo de Dios capaz de ser bueno con los
ingratos y con los malos (Lc 6,35s). En su hijo crucificado, dios se acerca a todos,
en especial a los perdidos, y les ofrece su amor, que es más grande que el pecado cometido y
que todo mal parecido. Dios desciende
hasta el abismo del mal de este mundo, y lo llena con la luz de su luz de su
amor y de su perdón que todo lo rehace.
Jesús no solo
hablo de perdón sino que lo práctico y murió perdonando. Por eso, el perdón de
los enemigos es una de las contribuciones más claras decisivas de su mensaje a
la humanidad. Nos hizo ve que todos llevamos una inclinación al mal y pecamos
muchas veces, pero que el Padre del cielo nos restablece. Por eso nos pidió que
no juzguemos a nadie y procuremos ser misericordiosos como nuestro Padre es
misericordioso (Lc 6,36-37). Nos hizo ver que la compasión y la misericordia
van más allá de la justicia.
Se suele pensar
que el perdón es de débiles o solo de personas religiosas. Pero el perdón es
necesario para vivir de manera sana, humanizar los conflictos y romper toda
espiral de violencia, con ello, Jesús nos enseña una justicia superior, propia
de quien ama, que se sabe en deuda con todos: al adversario le debe
reconciliación, al pequeño y al pobre le debe solidaridad, al perdido el salir
d en su búsqueda, al culpable la corrección, al deudor la condonación de la
deuda. Perdonar es creer en la capacidad de redención de la persona que me
ofende y orar por su regeneración pues, en definitiva, es un hermano mío, hijo
del mismo Padre. Solo así podemos decir: “Perdónanos nuestras ofensas como
nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”.
SEGUNDA PALABRA
Hoy estarás conmigo en
el Paraíso (Lc 23,43)
La segunda
palabra de Jesús en la cruz es la
palabra de un Rey. Desde su trono juzga: perdona a sus enemigos y concede su
reino a los malhechores. No llegamos a comprender la forma como ejerce su reinado
porque demuestra su autoridad en el servicio y su poder en el amar hasta la
muerte. Tampoco la salvación que ofrece y el
modo de realizarla corresponden a lo que el mundo espera: ofrece vida
eterna y se hace condenar para pagar nuestra pena.
“Sálvense a
sí mismo” gritan los judíos en el Calvario. Es la pretensión suprema de los
seres humanos: no morir, poner a salvo la vida. Pero Jesús no dice al ladrón
arrepentido: “Tu no morirás”. Lo que él hace es salvarnos de la raíz de todo
mal, de la ambiciosa soberbia que nos impide aceptar los propios límites. Nos
libra así del miedo a la muerte que nos hace andar como encadenados (Heb 2,15),
y abre para nosotros el camino hacia
una existencia plena y feliz antes y
después de la muerte.
El buen
ladrón es imagen de todos los santos y santas del Nuevo testamento, pecadores
salvados por la cruz del Señor. Se nos invita a escuchar lo que dice: “¿Ni
siquiera tú, sufriendo la misma pena, temes a Dios?”. Esta pregunta abre el
camino al conocimiento de Dios: Dios está aquí, conmigo, (en mi misma pena),
para que yo pueda estar con él. Dios es amor y me ama, a mí, pecador. Puedo
finalmente vivir y morir en paz. “Tu estarás conmigo”. En esto consiste el
“paraíso”.
Jesús, venido
a buscar y salvar a los perdidos de este
mundo (Lc 19,10; Mt 9,13; Mc2,17; Lc 5,32), nos revela el amor que Dios nos
tiene porque, cuando aún éramos pecadores, el dio su vida por nosotros (Rm
5,8). Contemplándolo en la cruz le pedimos que nos mire y pronuncie sobre cada
uno de nosotros la palabra que salvo al buen ladrón, compañero de su pena: “Hoy
estarás conmigo”. Estar con Jesús es el paraíso. Digámosle: Acuérdate de
nosotros, Señor. Y haz que nosotros nos acordemos de ti.
TERCERA PALABRA
Mujer, ahí tienes a tu
hijo. . .Ahí tienes a tu madre (Jn 18:26-27)
Son las
últimas palabras de Jesús a su madre y a su discípulo amado. Ella ha sido capaz
de llegar hasta el final, hasta estar al pie junto a la cruz; el discípulo no
ha huido como los otros, ha perseverado también. El rey, por su parte, continúa
su juicio desde el trono de la cruz. “Nadie tiene mayor amor que el que da la
vida por sus amigos” (Jn 15,13), nos enseña hasta su postrer momento. Por eso
muere dando: da sus vestidos a sus torturadores, da su madre al discípulo y el
discípulo a su madre. Hecho esto habrá
llevado a término de misión.
“Mujer” llama
Jesús a su madre, como la llamo en Cana cuando comenzó a revelar su gloria, que ahora culmina. “Mujer”,
porque es la nueva Eva, junto al árbol de la vida eterna, y porque representa
también al Israel fiel, a la hija de
Sion que reúne a sus hijos de todas las naciones (Sal 86) y forma con
ellos un pueblo nuevo (Is 60,4). Por eso, el discípulo que habrá de permanecer
hasta que el Señor vuelva (Jn 21,22-23), y que representa al hombre nuevo, es
confiado a María, la Mujer, como su hijo. Se inicia así el tiempo de la
comunidad, tiempo de los hermanos del Hijo, acogidos por la Madre.
Desde que el
ángel le anunció la encarnación del Verbo, María se convirtió en la sierva fiel
de Dios, que escucha su palabra y la cumple (Lc
8,21). Por eso es modelo de creyente y madre, figura de la Iglesia. Ella
trajo a Jesús al mundo, le educo, formo su personalidad y le acompaño por los
caminos de Galilea hasta el Calvario. Nosotros confiamos en su protección maternal y la amamos con
amor entrañable, imitamos su ejemplo y recurrimos a ella en nuestras
necesidades, pues vela por nosotros, intercede por nosotros y nos pone junto a
Jesús.
CUARTA PALABRA
Dios mío, Dios mío,
¿Por qué me has abandonado? (Mt 27,46 y Mc 15,34)
La cuarta
palabra de Jesús en la cruz pone de manifiesto el aspecto más oscuro y
tenebroso de su pasión: a la hora de su muerte Jesús quedo con el alma hecha
pedazos, sin consuelo ya alivio alguno, en intima desolación hasta verse
necesitado de gritar: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?.
A la
hora nona se escuchó el clamor de Jesús en el lugar llamado de la calavera.
Pero como aquella hora y aquel lugar so el tiempo y el espacio en que gritan su
dolor los crucificado de hoy y de
siempre, el grito de Jesús acompañara a los que se sienten como el abandonados.
Su grito se hará presente en la situación de quien ve que le es negada la vida
que quiere vivir, de quien se siente
excluido o fuera de la ley, rechazado por todos hasta sentirse abandonado de Dios.
En esta
situación de extrema impotencia, que ya en Getsemaní había presentido como un cáliz
amargo, Jesús no duda en afirmar lo que siempre ha afirmado: su confianza plena
e incondicionada en Dios, el único que puede salvarlo de su muerte, garantizar la eficacia de su sacrificio y mostrar su identidad de
hijo de Dios. Así, en la cruz no se
revela únicamente como el Salvador sino también como Aquel que solo en Dios
halla la fuente de su propia vida, la
razón única de su existencia más allá de la muerte. Dedicado totalmente a su
Padre y obediente a él hasta la muerte, Jesús demuestra u verdadero ser en la
humildad absoluta de su entrega, en el
total abajamiento, Kénosis, de la
cruz. Por ello recibe un Nombre por encima de todo nombre (Col 2,9), su persona
está por encima todo, y se le debe alabanza, honor, gloria y poder por los
siglos ( Ap 5,13).
QUINTA
PALABRA
Tengo sed (Jn 18,28)
La sed es más
angustiante que el hambre, es ansia de agua, es decir, de vida. La sed que
padece Jesús es sin duda una sed real. Por la sangre derramada en las torturas
previas y por los dolores extenuantes de
la crucifixión, el Crucificado padece una sed imperiosa y desesperante.
Pero no es
solo una sed física, es la red de nuestra salvación. Ansia darnos lo que sacia
nuestra sed más profunda de estar con Dios y vivir su vida. Los salmos cantan
nuestra sed de dios: “Oh Dios, tu eres mi Dios, desde la aurora te busco, mi
alma tiene sed de ti como tierra reseca, agotada, sin agua” ( Sal 63,2; 42,
2-3). Dios es la fuente de la sed que
sentimos de él.
Pero en el
caso de Jesús se trata de la sed que Dios tiene de nosotros. Es la sed que
tiene Jesús de darnos su Espíritu y que
el mismo insinuó ya cuando, cansado se sentó en el pozo de Sicar y pidió a la
mujer Samaritana: “Dame de beber” (Jn 4,6), para luego prometerle el agua viva
(Jn 4,10.14). Es también la sed que expreso con un grito en el templo, el
ultimo día de la fiesta, el más solemne: “Quien tenga sed, que venga a mí, y
beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, de su entrada brotaran ríos de
agua viva. Dijo esto refiriéndose al Espíritu que recibirían los que creyeran en el” (Jn 7,37-39). Ahora
es el momento de darnos el agua de su Espíritu.
Aquí también
como en Sicar, Jesús pide y da de beber. Los israelitas en el desierto tuvieran
sed y de la roca golpeada por la vara de Moisés broto agua. La humanidad entera
tiene sed de Dios y del costado del Señor, abierto por la lanza del soldado,
brotara el agua que da vida al mundo. No
se sabe si bebió del pozo en Samaria. Aquí bebió el vinagre que le ofrecieron y
vio su obra cumplida; su ansia por llenarlo todo de su amor redentor había
quedado saciada. Puede ahora volver a la casa de su Padre y por medio de su
Espíritu habitar en sus hermanos para no abandonarlos nunca.
SEXTA PALABRA
Todo está cumplido (Jn 19,30)
El día
séptimo vio Dios que había cumplido su obra: el cielo, la tierra y la
muchedumbre de astros del universo (Gen 2, 1s). La sexta palabra de Jesús en la
cruz contiene el mismo verbo: cumplir. No quiere decir simplemente que ha llegado al final,
sino que con la pasión de Jesús se ha revelado total y perfectamente la
voluntad del padre y su obra salvadora. Por eso en San Juan, el grito con que
muere Jesús es un grito de triunfo: porque ha realizado plenamente la obra que
el padre le había encomendado.
Ha llevado
tiempo poner en practica la decisión de matarlo. Se la habían hecho notar desde
el primer encuentro con él y a lo largo de toda su vida pública como un circulo
de hostilidad cada vez más cerrado en torno a él para borrarlo de la tierra de
los vivos, Jesús fue consciente de ello y procuro explicarlo a los suyos, pero
no le entendieron. Por miedo a la multitud que lo seguía, los fieles tuvieron
que esperar. Mientras tanto, Jesús fue cumpliendo su obra. Ahora ya lo tienen,
pueden hacer con él lo que quieran. El pueblo que lo aclamo en su entrada a Jerusalén,
se ha dejado embaucar. Hasta sus amigos lo han dejado solo. El mal tiene su
tiempo para dañar y matar, pero no puede impedir que mientras tanto el bien
consiga lo que debe cumplirse. La cruz es el escandalo final que envuelve a
Jesús y al creyente cuando se vive el tiempo del dolor y dela prueba, cuando
parece que el mal es el que triunfa. Es el enigma que los discípulos solo
resolverán en la mañana de Pascua, al advertir que en la vida del Maestro y,
justamente, en su cruz, Dios hizo triunfar al bien.
Después de
beber el vinagre, Jesús contempla su obra consumada: las promesas hechas por Dios,
cumplidas; el acceso a Dios, abierto para todos; el mar y el pecado del mundo, destruidos por su
amor. También la creación ha quedado finalmente acabada: cielos y tierra nueva
se ofrecen al hombre. Aquel, por quien y para quien fueron hechas todas las
cosas, libera al mundo de su maldad y lo cubre con su amor victorioso. Ha
bebido hasta la última gota el cáliz de amargura y ha derramado sobre nosotros
su sangre redentora. Ya solo le queda inclinar la cabeza y entregarnos su
espíritu.
SÉPTIMA
PALABRA
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46)
Sul última
palabra la dirige a su Padre. Expresa su confianza más absoluta, que le lleva a
abandonar en el su propia vida cargada con nuestros pecados ( 1 Pe 2,24). Las
tinieblas han comenzado a oscurecer el sol desde el mediodía (Lc 23,44). El
universo entero es alcanzado por la muerte de Cristo. Dando muerte al justo, el
mal ha revelado todo su poder mortífero. El mundo vuelve a la oscuridad de la
que fue sacado. Pero Dios da inicio a la creación de un mundo nuevo. El velo
del templo se rasga de arriba abajo. Dios da libre acogida al Hijo que retorna
y en el a sus hermanos reconciliados. El
Hijo muere pero os deja el espíritu, soplo vital, agua viva que revitaliza a
las osamentas resecadas (Ez 37,1-14) de una humanidad hundida en el pecado. El
Padre recibe la aspiración confiada de
su Hijo. Todas sus ansias están en su presencia (Sal 38,10). La desesperación
del mundo viejo da paso a la esperanza por el amor que triunfa sobre la muerte.
Con la
entrega de su vida Jesús ha realizado el paso, pascua, de nuestra liberación y
ha abierto para nosotros el camino hacia el padre, que con nuestros pecados
habíamos perdido. Su muerte no ha sido solo el final natural de su vida ni u
trágico accidente: ha sido el acto libre de entrega con el que ha culminado su
continua donación, el sacrificio
libremente ofrecido, el amor llevado hasta el extremo (Jn 13,19. Mártir, testigo fiel en su forma
de morir se revela la justicia de la causa
por la que ha venido y la verdad de los valores del reino que ha
inaugurado entre nosotros.
Mirando ante
nuestros ojos a Jesús muerto en la cruz, nos peguntamos: ¿qué he hecho por
Cristo?, ¿Qué hago?, ¿Qué debo hacer por él? Y le pedimos desde el fondo del
alma que a la hora de nuestra muerte los méritos de su preciosa sangre
derramada nos hagan aguardar en paz la salvación.
Comisión
Episcopal de Liturgia del Perú
Ciclo “A” –
Abril 2014