Páginas

domingo, 16 de junio de 2013

07.06 Homilia en la Solemnidad del Sagrado Corazon de Jesus en Lima 2013


Homilía en la Solemnidad del Corazón de Jesús

P. Enrique Rodríguez, párroco de San Pedro


Primer viernes de junio, 2013
Queridos hermanas y hermanos
Hemos llegado a este Santuario Arquidiocesano del Sagrado Corazón de Jesús para alabar a Dios, nuestro Padre común, en la fiesta del Corazón de su Hijo, nuestro hermano mayor, movidos por el Espíritu Santo que sigue soplando hoy en su Iglesia.
Como hemos escuchado en la profecía de Ezequiel, el Señor es el pastor que sigue el rastro de la oveja perdida. Es conveniente que hoy nos preguntemos acerca de qué rastro vamos dejando en medio de la sociedad nosotros, que somos la oveja perdida, cuáles son nuestras acciones, cuáles nuestras palabras. Porque si no dejamos rastros, ni el pastor ni nuestros hermanos nos podrán encontrar. El testimonio de nuestras vidas de bautizados en Cristo, y no las buenas ideas ni las mejores voluntades impedirán que quedemos aislados del rebaño del Señor. Meditemos la imagen que Jesús nos ha dejado: cuando la oveja se pierde en el campo, el pastor busca con preocupación sus pisadas, dónde arrancó hierba para alimentarse, dónde y de qué aguas bebió, en qué zarza pudo enredarse o precipicio pudo haber caído.
He querido traer una segunda imagen, complemento de la del pastor, en la proclamación del Evangelio: las bodas de Caná. Se trata de una fiesta hermosa, pero que está a punto de terminar. Ya no da más de sí y los invitados han comenzado seguramente a retirarse por aburrimiento. No puedo dejar de pensar en lo que ocurre en un hogar cuando parten los padres y la casa se siente vacía: el vino se ha terminado y cada uno toma su propio rumbo. Así está ocurriendo en la Iglesia, el vino se está acabando y con él la fiesta. Las personas e instituciones se niegan a aceptar que el mundo ha cambiado e insistimos en querer mantener todo como ayer. A muchos la Iglesia les huele a casa vacía, por eso toman sus propios rumbos. Nos falta la sensatez, delicadeza y valor de María para decir a su Hijo: no tienen vino.
El padre Adolfo Nicolás, Superior General de la Compañía de Jesús y Director General del apostolado de la Oración, en el año 2010 invitó al Apostolado de la Oración a iniciar la tarea de adaptarse mejor a las necesidades espirituales de los hombres y mujeres de hoy. La palabra que ha utilizado es "recrear", no "renovar". Si cada generación debe recrear su fe, su vocación, su misión, tendremos que ayudar a las generaciones que nos siguen a ser libres, a ir más allá de lo conocido, a tomar en serio la profundidad de lo que para nosotros es cambio pero para ellos es cultura y lenguajes propios. Este es el desafío y la novedad, esto es abrirse al soplo del Espíritu del Señor que todo lo hace nuevo. El Apostolado de la Oración seguirá siendo una propuesta de espiritualidad válida, sencilla, profunda y accesible a millones de creyentes, pero muchas formas externas tendrán que desaparecer para dar paso a otras que en su día también pasarán.
Las circunstancias particulares de este año en nuestro Santuario son una oportunidad de preguntarnos qué nos pide el Señor y de orar por la Iglesia. Es voluntad de los responsables del Santuario que el año 2014 salga la procesión, si llegamos a hacer la réplica de la imagen con el concurso de todos. Pero más importante que esa expresión externa es el espíritu que nos mueve. Cuando acompaño cada semana a las parejas que pronuncian las promesas matrimoniales, suelo decirles que el amor del día de la boda no podrá ser igual al día siguiente, ni pasados cinco o veinte años. Si el amor no se recrea en cada etapa de la vida, se cristaliza y se quiebra. Un amor que no se renueva es la fiesta donde se acaba el vino. Tenemos que reinventar el amor, tenemos que recrear las expresiones de fe, tenemos que dejar a Jesús que traiga el vino nuevo. Tenemos que dejar que nuestra fiesta sea la fiesta de Jesús, el Buen Pastor que nos quiere reencontrar.
Termino con la oración que se nos ha hecho llegar pidiendo por la recreación del Apostolado de la Oración:
Padre, Señor del cielo y de la tierra, hace 170 años encendiste en el corazón de hombres y mujeres un fuego que se difundió por el mundo. Ellos ardían en deseos de anunciar a todos la Buena Nueva de tu amor y tu bondad. Uniendo sus corazones al Corazón de tu Hijo, hiciste de ellos Apóstoles de la Oración. Los pusiste al servicio de la misión de tu Iglesia en el corazón del mundo. Hoy los miembros del Apostolado de la Oración seguimos ardiendo en tu amor. Aún añoramos responder en todas partes a la sed de nuestros hermanos y hermanas. Toma, Señor, y recibe nuestras vidas. Renueva en nosotros el fuego de tu amor. Haznos dóciles a tu Espíritu para que la misión que nos confiaste pueda ser hoy como ayer un servicio de oración y de vida en el corazón de la humanidad.
Qué la invitación de María, la madre de la Iglesia, a seguir la fiesta, se haga realidad entre nosotros.