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lunes, 5 de noviembre de 2012

Homilia del XXXI Domingo del T.O. - B

 
Ama a Dios y al hermano
 
 
Ama a Dios y al hermano
 
El Mensaje del Domingo  XXXI - Tiempo Ordinario - Ciclo B
 
Para el domingo: Noviembre 04 de 2012
Texto: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

 
Estando ya Jesús en Jerusalén, se le acercó un escriba y le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?" Jesús respondió: "El primero es: Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; por eso amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y todas tus fuerzas. Y hay un segundo mandamiento, que es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Por encima de éstos no hay ningún otro mandamiento".
El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón en decir que el Señor es único y no hay otro fuera de Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios". Jesús, viéndolo hablar tan sensatamente, le dijo: "No estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. (Marcos 12, 28b-34).
Le escena que nos trae hoy el Evangelio se sitúa en el contexto de la controversia de Jesús con los escribas o doctores de la Ley que se reunían junto alTemplo de Jerusalén, pocos días antes de su pasión y muerte en la cruz. Meditemos en el sentido del diálogo que acabamos de escuchar, teniendo en cuenta también las otras lecturas de este domingo. [Deuteronomio 6, 2-6; Salmo 18 (17); Hebreos 7, 23-28].
1.- "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?"
En su Encíclica titulada Dios es Amor (25 de diciembre de 2005) el Papa Benedicto XVI planteaba dos preguntas "¿Es realmente posible amar a Dios aunque no se le vea? Y, por otro lado: ¿Se puede mandar el amor?". Y decía al respecto: "En estas preguntas se manifiestan dos objeciones contra el doble mandamiento del amor -a Dios y al prójimo-. Si nadie ha visto a Dios jamás, ¿cómo podremos amarlo? Y además, el amor no se puede mandar; a fin de cuentas es un sentimiento que puede tenerse o no, pero que no puede ser creado por la voluntad".
Con respecto a lo primero, nos recuerda el Papa una reflexión de la 1ª Carta de Juan: Si alguno dice amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (1 Juan 4, 20). Esto significa, por una parte, que el amor a Dios como nuestro Creador conlleva la exigencia de amar a todas sus criaturas, especialmente a los seres humanos; y, por otra, que el mismo Dios revelado en Jesús, Dios hecho hombre, se nos manifiesta en nuestros prójimos necesitados: todo cuanto hicieron o dejaron de hacer con ellos, lo hicieron o lo dejaron de hacer conmigo, dirá el Señor en el juicio final (Mateo 25, 31-46).
En segundo lugar, con respecto a la pregunta de si el amor se puede mandar, responde el Papa: "El amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor". El amor en su sentido pleno, agrega, es "querer lo mismo y rechazar lo mismo (…): hacerse uno semejante al otro, lo cual lleva a un pensar y desear común. La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad…". Así pues, amar a Dios es reconocer con gratitud que Él es mi Creador y por lo mismo disponerme a hacer su voluntad, es decir, orientar mi vida en el sentido de su plan creador, liberador y renovador de toda la humanidad, empezando por el amor solidario a los excluidos y desposeídos. El amor a Dios y al prójimo es, por tanto, no una carga que hay que soportar, sino la consecuencia de sentirme amado por mi Creador, quien también ama a todos sus hijos e hijas, que como tales son mis hermanos y hermanas.
2.- "Amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios"
Jesús responde a la pregunta del doctor de la ley no sólo con la fórmula del Deuteronomio (amarás al Señor, tu Dios…), sino citando además lo escrito en otro libro del Antiguo Testamento: ama a tu prójimo como a ti mismo (Levítico 19, 18), que es una forma de expresar la llamada regla de oro del comportamiento humano. Jesús la enunció también no sólo en el modo negativo de no hacer el mal, como lo había hecho el también antiguo libro de Tobías -Lo que no quieres que te hagan, no se lo hagas a los demás (Tobías 4, 15)-, sino en el positivo de hacer el bien: Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes, para concluir: porque en esto se resumen la Ley y los Profetas (Mateo 7,12).
Jesús es el modelo del amor a Dios y al prójimo. Por eso es el mediador por excelencia entre Dios y los seres humanos, tal como nos lo presenta la segunda lectura: Él se ofreció a sí mismo, y esta entrega de sí a su Padre en favor de toda la humanidad fue infinitamente más valiosa que todos los holocaustos y sacrificios que ofrecían los antiguos sacerdotes del Templo de Jerusalén. Por eso también el mandamiento nuevo que les daría en la última cena a sus discípulos iba a ser el de amar cada cual a su prójimo ya no sólo "como a sí mismo", sino "como yo los he amado": hasta la entrega total de su vida (Juan 13, 34).
3.- "No estás lejos del Reino de Dios"
En esta última frase dicha por Jesús al doctor de la ley podemos descubrir una invitación a realizar en la práctica lo expresado de palabra. Esta invitación es también para cada uno de nosotros.
No basta con reconocer conceptualmente que el amor a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios, es preciso que nos dispongamos a vivir a fondo lo que esto significa.
No es suficiente rezar repitiendo el Salmo 18: "Yo te amo, Señor…"; es preciso llevar ese amor a la práctica, para que el Señor no sólo nos diga "no estás lejos del Reino de Dios", sino que Dios mismo reine plenamente en nosotros.-
 
Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
 
 
 
 
El amor a Dios y a los hermanos
 
Para el  Domingo XXXI - Tiempo Ordinario - Ciclo B                                               
Noviembre 04 de 2012
Texto: Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
• Lecturas:
- Deuteronomio 6, 2-6
- Carta a los Hebreos 7, 23-28
- Marcos 12, 28-34
• San Ignacio de Loyola, un sabio maestro de la vida espiritual, recomienda que al comenzar un tiempo de oración, se haga una composición de lugar, que es imaginarse la escena en la cual se desarrolla nuestra meditación (personajes, situaciones, experiencias); este ejercicio de la imaginación ayuda a recogernos interiormente, concentrar los sentidos y superar las distracciones.
• Pues bien, al comenzar esta meditación dominical, los invito a que hagamos una composición de lugar colectiva; imaginemos que estamos caminando despreocupadamente por un centro comercial. Vemos que estudiantes de la carrera de Comunicación entrevistan a los visitantes de ese lugar público; se nos acerca uno de esos jóvenes, y amablemente nos pregunta si queremos colaborarle en un estudio que está haciendo; suponiendo que se trata de alguna tarea pedida por el profesor de Mercadeo, aceptamos ser entrevistados. Pero, para nuestra sorpresa, la pregunta que nos hace nada tiene con ver con nuestras preferencias sobre determinados productos del mercado; el joven aprendiz de comunicador social nos pregunta: "¿Podría decir, en pocas palabras, qué es para usted lo más importante de su fe cristiana?". Jamás esperaríamos este tipo de preguntas en un centro comercial… Imaginemos que nos hacen esta pregunta. ¿Qué responderíamos? Ciertamente se nos ocurrirían algunas cosas sobre las enseñanzas de Jesús, su liderazgo, su preocupación por los más pobres, haríamos alguna referencia a su pasión y muerte… Pero nos sentiríamos en serias dificultades para exponer, de manera sintética, lo nuclear de la experiencia cristiana.
• Después de hacer esta composición de lugar, los invito a que releamos las primeras frases del evangelio que acabamos de escuchar; allí se transcribe la respuesta de Jesús a una pregunta formulada por uno de los escribas que lo escuchaba: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le respondió: El primero es: Escucha, Israel; el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos".
• Jesús expresa, en una síntesis formidable, lo esencial de la experiencia religiosa de la tradición judeo – cristiana, y logra articular la experiencia de la fe y la forma de actuar en la vida diaria. Según las palabras del Señor, el amor es el factor diferenciador de la relación que Dios ha querido establecer con la humanidad; en un primer momento, Dios quiso establecer una relación especialísima – la Alianza – con una comunidad particular en un rincón olvidado del mundo; ese designio salvífico se abre a todas las culturas gracias a la muerte y resurrección de Jesucristo.
• Cuando el Maestro nos habla del amor a Dios y a los hermanos como el principio inspirador de todas nuestras acciones, no quiere comunicarnos un mensaje puramente emocional, que tendría la duración efímera de una llama al viento…
• No se trata de un sentimiento. El libro del Deuteronomio, cuyo texto escuchamos en la primera lectura, nos explica que esa relación exclusiva entre Dios y el pueblo tenía tal fuerza que transformaba todos los campos de actividad: los ritos religiosos, la vida familiar, la afectividad, los negocios, etc. Este amor exclusivo pedía expresarse en todos los momentos de la vida personal y social.
• Jesucristo es el clímax de la automanifestación de Dios a la humanidad. En sus momentos de oración, Él se dirigía al Padre utilizando la palabra Abbá, que es la forma íntima y familiar de decir papá; al enseñarnos la oración del Padrenuestro, nos pide que nos dirijamos al Padre usando esa misma palabra, con lo cual las relaciones entre el Creador y la creatura adquieren una coloración absolutamente diferente, teñidas por la confianza y la ternura.
• El primer mandamiento del amor a Dios, que es el principio inspirador de toda la organización religiosa, familiar, económica y social, es inseparable del segundo mandamiento, el amor al prójimo. Ahora bien, el amor al prójimo no puede reducirse a unas cuantas acciones para tranquilizar la conciencia ante el desgarrador espectáculo de pobreza y exclusión. El amor al prójimo que nos pide Jesús debe expresarse en estructuras jurídicas, económicas y sociales que garanticen el cumplimiento de los derechos humanos fundamentales. No creamos que podremos cumplir con este segundo mandamiento organizando unas cuantas jornadas de ayuda a los niños pobres con fines simplemente asistencialistas. La exigencia es mucho más rigurosa, pues hay que crear las condiciones para que la dignidad sagrada del ser humano sea respetada.
• Este mandamiento del amor al prójimo, que es inseparable del amor a Dios, nos pide acercarnos, con un espíritu diferente, a las políticas económicas que buscan el desarrollo de un país; este doble mandamiento del amor nos ayuda a comprender a los seres humanos como sagrados en su dignidad, y no simples piezas dentro de una compleja maquinaria de producción y de consumo:
- De ahí la enorme importancia que hay que dar a la formación de los dirigentes de un país, que deben tener una sólida formación humanística y ética, que les permita ver más allá de los indicadores macroeconómicos para estar en sintonía con los seres humanos que se ocultan detrás de esas cifras y comprender sus luchas, dolores y proyectos.
- Por eso es tan importante que se levanten voces críticas que hablen por los que no tienen voz y que hagan visibles a los excluidos que muchas veces son ignorados por quienes toman las grandes decisiones.
-El amor a Dios y a los hermanos, elemento central del seguimiento de Jesucristo, nos invita a trabajar por la construcción de un país tolerante, respetuoso de la diversidad y que busca la inclusión de todos sus ciudadanos.
• Que esta eucaristía dominical nos ayude a comprender que el factor diferenciador del Cristianismo es el amor a Dios y a los hermanos, que se expresa a través de acciones concretas de solidaridad.

 

 
Por Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

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