Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, Ciclo A –
Por Gabriel Jaime Pérez SJ
Noviembre 6 de 2011
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, olvidaron el aceite; en cambio, las sensatas llevaron frascos de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A media noche, se oyó una voz: “¡Llega el esposo, salgan a recibirlo!”
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: “Dennos un poco de su aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para ustedes y nosotras, mejor es que vayan a la tienda y lo compren”. Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “Les aseguro: no las conozco”. Por tanto, estén vigilantes, porque no saben el día ni la hora» (Mateo 25, 1-13).
De las lecturas bíblicas de este domingo [Sabiduría 6, 12-16; Salmo 63 (62), 2-8; I Carta de Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-18; Mateo 25, 1-13] podemos sacar tres enseñanzas importantes: lo que significa la sabiduría como don de Dios para el que debemos disponernos, la conveniencia de estar preparados para el encuentro definitivo con el Señor en la eternidad, y el valor de la esperanza que tiene como base nuestra fe en Jesucristo resucitado, prenda de nuestra resurrección futura después de la vida presente.
1.- La sabiduría se deja hallar por quienes la buscan
El libro de la Sabiduría es el último en orden cronológico de los textos del Antiguo Testamento. Fue escrito hacia el año 50 a. C. y su tema central, como el de los demás llamados sapienciales (Job, Proverbios, Eclesiastés y Eclesiástico), es precisamente la sabiduría, entendida como un don de Dios que nos hace posible orientar con rectitud nuestra vida para ser felices. En los textos sapienciales, tal como aparece en la primera lectura, la sabiduría suele presentarse personificada y luminosa dispuesta a dejarse encontrar -sentada a la puerta- por quienes la buscan, y su resplandor inmarcesible, es decir, inmarchitable o que nunca pierde su brillo.
La reflexión teológica cristiana identifica a la Sabiduría con nuestro Señor Jesucristo, que es la Palabra encarnada de Dios y la Luz que ha venido a iluminar a todo ser humano que quiera abrirse a la acción de su Espíritu (Juan 1, 1-9). En la Eucaristía, Jesucristo mismo nos ilumina a través de los textos bíblicos y nos comunica su propia vida en la sagrada comunión, dándonos la fuerza de su Espíritu para que nos orientemos rectamente en el camino hacia la felicidad eterna.
2.- “Manténganse vigilantes, porque no saben el día ni la hora”
Así termina la parábola de las doncellas descuidadas y las previsoras, que forma parte del llamado discurso escatológico de Jesús, referente a los últimos tiempos, o sea al momento definitivo de nuestro encuentro con Cristo después de la vida terrena, y que abarca los capítulos 24 y 25 del Evangelio de Mateo.
En los tiempos de Jesús, la tradición judía en las bodas era que un grupo de amigas de la novia esperaran al novio cerca del lugar en el que se llevaría a cabo la fiesta nupcial, en horas de la noche, para iluminarle el camino con lámparas cuando llegara. El aceite, además de servir para preparar alimentos y para el cuidado del cuerpo, se usaba como combustible, y Jesús lo presenta como un símbolo de la verdadera sabiduría, propia de quienes están debidamente preparados mediante su comportamiento acorde con la voluntad de Dios. También hoy a nosotros nos exhorta el Señor a estar preparados, porque no sabemos el día ni la hora del encuentro con Él en la eternidad.
Un detalle: a primera vista parece chocante que las doncellas sabias que sí tenían aceite y les sobraba, no lo hubieran compartido con las que se habían quedado sin reservas. Pero si profundizamos un poco entendemos por qué no lo hicieron: ante Dios es imposible apropiarse del bien realizado por los demás, sólo cuenta lo que cada quien haya hecho o dejado de hacer en su vida terrena.
3.- “No se entristezcan como los que no tienen esperanza”
Esta frase de san Pablo en la segunda lectura de hoy, tomada de su primera carta a la comunidad cristiana de la ciudad griega de Tesalónica, tiene como fundamento la fe en la resurrección feliz de todos los que hayan muerto en gracia de Dios. De esta resurrección futura es primicia y prenda la resurrección gloriosa de Jesucristo, Dios hecho hombre que compartió con nosotros el dolor y la muerte para pasar a una vida nueva y hacernos partícipes de ella eternamente.
En virtud de esta fe pascual podemos mirar con esperanza el porvenir, los últimos tiempos a los que se refieren las parábolas escatológicas de Jesús. Cuando Pablo escribió su primera carta a los Tesalonicenses, los seguidores de Jesús creían que era inminente la “parusía” o venida gloriosa de Jesucristo en el “fin del mundo” para el juicio final, y que quienes estaban todavía vivos iban a ser testigos de ella tal como la describe el apóstol, en medio de los signos cósmicos propios del género literario llamado apocalíptico. Poco a poco esta creencia fue desapareciendo y la fe en Jesucristo resucitado se fue volviendo más madura, en el sentido de una esperanza en la vida eterna después de la muerte.
Animados por esta esperanza y estando preparados para el momento definitivo de nuestro encuentro con el Señor en la eternidad, podemos vivir alegres y confiados en todo momento, evocando la imagen del polluelo que se acoge en el nido bajo la protección amorosa de su madre, para exclamar con el autor inspirado del Salmo 63 (62): “A la sombra de tus alas canto con júbilo”.-
Por Gabriel Jaime Pérez SJ