Homilía el Domingo XXIV – A
por P. Jorge Humberto Peláez S.J.,
11 septiembre 2011
1. Lecturas:
a. Libro del Eclesiástico 27, 30 – 28, 7
b. Carta de san Pablo a los Romanos 14, 7-9
c. Mateo 18, 21-35
2. La liturgia de hoy está articulada alrededor del eje rencor – perdón. Estos dos sentimientos son capaces de generar, en los individuos y en los grupos, las conductas más crueles o los gestos más nobles.
3. Una de las más grandes figuras de la historia contemporánea es Nelson Mandela, quien lideró la lucha contra la discriminación racial en Suráfrica. Padeció los peores atropellos de los derechos humanos y permaneció en prisión durante 28 años, víctima del apartheid que afirmaba la supremacía de los blancos. ¿Qué hizo Mandela cuando llegó al poder? En vez de vengarse de sus antiguos carceleros, promovió la reconciliación entre las razas, evitó un baño de sangre y encaminó a su país por el sendero de la democracia y de la tolerancia.
4. Esta reflexión sobre el binomio rencor – poder toca las fibras más profundas de nuestra vida personal y ciudadana; de ahí la importancia de dedicarle unos minutos:
a. El libro del Eclesiástico nos dice: “El rencor y la ira son cosas detestables y en ellas es maestro el pecador. Si uno guarda resentimiento contra su prójimo, ¿cómo puede pedirle al Señor la curación?”.
b. En el evangelio escuchamos la pregunta que hace Pedro y la respuesta que da Jesús: “Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a un hermano que me haga daño? ¿Hasta siete veces? Jesús le respondió: No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”
5. Teniendo como punto de referencia estos dos textos bíblicos, los invito a reflexionar sobre ese oscuro sentimiento que es el rencor, que empieza con la ofensa que nos causa otra persona con sus comentarios desobligantes y su agresividad. La cercanía de los seres humanos crea mil posibilidades de desencuentros, la mayoría de los cuales no revisten mayor importancia y se olvidan fácilmente.
6. Hay algunas de estas ofensas que echan raíces en lo más profundo del corazón; así como el cáncer consiste en la multiplicación enloquecida de células que generan tumores, así el rencor se va transformando en un monstruo interior con una aterradora capacidad de destrucción. La secuencia es clara: la ofensa se instala en lo más profundo de nuestro ser, y entonces adquiere el nombre de rencor; ese rencor destila amargura y deseos de venganza, y ésta nos puede llevar a cometer una locura.
7. Hace poco tiempo el mundo contuvo el aliento observando con preocupación los daños causados por el tsunami en la planta nuclear de Fukushima, en el Japón. ¿Por qué la preocupación de la opinión pública mundial? Cuando se pierde el control de los reactores nucleares, se desata un proceso de consecuencias apocalípticas; esta imagen de la energía atómica fuera de control nos permite comprender a qué nos puede conducir el rencor que clama venganza. La historia reciente de Colombia ha sido escrita con la sangre de innumerables hermanos nuestros.
8. Del rencor y la venganza no queda nada positivo; todos pierden. Por eso hay que buscar la manera de desactivar esta arma mortal; hay que cortar este circuito de destrucción. Por eso debemos explorar el significado del perdón.
9. De entrada tenemos que reconocer las enormes dificultades que plantea esta propuesta. Es indecible el dolor de quienes han sido víctimas de la violencia, que es un monstruo de mil cabezas: secuestros, violaciones, asesinato de los seres queridos, desplazamiento forzado, etc. Estas brutales experiencias dejan heridas muy hondas.
10. El empinado camino del perdón sólo es posible recorrerlo con la ayuda de Dios y el acompañamiento de personas experimentadas que tiendan la mano para poder salir del abismo. Utilizando el lenguaje propio del mundo de los computadores, podemos afirmar que no es posible borrar este “archivo” del corazón humano ni es posible “reformatear” nuestra historia personal como si esos momentos oscuros no hubieran existido. Eso no es posible.
11. El perdón no borra el mal causado, ni elimina la responsabilidad del agresor, ni renuncia al derecho de reclamar que se haga justicia. Se trata de emprender un camino que permita la sanación interna para que podamos recordar sin amargura y mirar hacia el futuro liberándonos de las cadenas de un pasado agobiante.
12. En la oración del Padrenuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Animados por la Palabra de Dios que nos invita al perdón, identifiquemos nuestras heridas, busquemos el apoyo de personas positivas que nos acompañen en este tránsito de la oscuridad de la amargura al sol radiante del perdón; y recitemos con fe la hermosa oración de San Francisco de Asís: “Señor, hazme un instrumento de paz; que donde haya odio, siembre yo amor; donde haya injuria, perdón; donde haya duda, fe; donde haya desesperación, esperanza; donde haya oscuridad, luz; donde haya tristeza, alegría…”
por P. Jorge Humberto Peláez S.J.,
11 septiembre 2011
1. Lecturas:
a. Libro del Eclesiástico 27, 30 – 28, 7
b. Carta de san Pablo a los Romanos 14, 7-9
c. Mateo 18, 21-35
2. La liturgia de hoy está articulada alrededor del eje rencor – perdón. Estos dos sentimientos son capaces de generar, en los individuos y en los grupos, las conductas más crueles o los gestos más nobles.
3. Una de las más grandes figuras de la historia contemporánea es Nelson Mandela, quien lideró la lucha contra la discriminación racial en Suráfrica. Padeció los peores atropellos de los derechos humanos y permaneció en prisión durante 28 años, víctima del apartheid que afirmaba la supremacía de los blancos. ¿Qué hizo Mandela cuando llegó al poder? En vez de vengarse de sus antiguos carceleros, promovió la reconciliación entre las razas, evitó un baño de sangre y encaminó a su país por el sendero de la democracia y de la tolerancia.
4. Esta reflexión sobre el binomio rencor – poder toca las fibras más profundas de nuestra vida personal y ciudadana; de ahí la importancia de dedicarle unos minutos:
a. El libro del Eclesiástico nos dice: “El rencor y la ira son cosas detestables y en ellas es maestro el pecador. Si uno guarda resentimiento contra su prójimo, ¿cómo puede pedirle al Señor la curación?”.
b. En el evangelio escuchamos la pregunta que hace Pedro y la respuesta que da Jesús: “Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a un hermano que me haga daño? ¿Hasta siete veces? Jesús le respondió: No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”
5. Teniendo como punto de referencia estos dos textos bíblicos, los invito a reflexionar sobre ese oscuro sentimiento que es el rencor, que empieza con la ofensa que nos causa otra persona con sus comentarios desobligantes y su agresividad. La cercanía de los seres humanos crea mil posibilidades de desencuentros, la mayoría de los cuales no revisten mayor importancia y se olvidan fácilmente.
6. Hay algunas de estas ofensas que echan raíces en lo más profundo del corazón; así como el cáncer consiste en la multiplicación enloquecida de células que generan tumores, así el rencor se va transformando en un monstruo interior con una aterradora capacidad de destrucción. La secuencia es clara: la ofensa se instala en lo más profundo de nuestro ser, y entonces adquiere el nombre de rencor; ese rencor destila amargura y deseos de venganza, y ésta nos puede llevar a cometer una locura.
7. Hace poco tiempo el mundo contuvo el aliento observando con preocupación los daños causados por el tsunami en la planta nuclear de Fukushima, en el Japón. ¿Por qué la preocupación de la opinión pública mundial? Cuando se pierde el control de los reactores nucleares, se desata un proceso de consecuencias apocalípticas; esta imagen de la energía atómica fuera de control nos permite comprender a qué nos puede conducir el rencor que clama venganza. La historia reciente de Colombia ha sido escrita con la sangre de innumerables hermanos nuestros.
8. Del rencor y la venganza no queda nada positivo; todos pierden. Por eso hay que buscar la manera de desactivar esta arma mortal; hay que cortar este circuito de destrucción. Por eso debemos explorar el significado del perdón.
9. De entrada tenemos que reconocer las enormes dificultades que plantea esta propuesta. Es indecible el dolor de quienes han sido víctimas de la violencia, que es un monstruo de mil cabezas: secuestros, violaciones, asesinato de los seres queridos, desplazamiento forzado, etc. Estas brutales experiencias dejan heridas muy hondas.
10. El empinado camino del perdón sólo es posible recorrerlo con la ayuda de Dios y el acompañamiento de personas experimentadas que tiendan la mano para poder salir del abismo. Utilizando el lenguaje propio del mundo de los computadores, podemos afirmar que no es posible borrar este “archivo” del corazón humano ni es posible “reformatear” nuestra historia personal como si esos momentos oscuros no hubieran existido. Eso no es posible.
11. El perdón no borra el mal causado, ni elimina la responsabilidad del agresor, ni renuncia al derecho de reclamar que se haga justicia. Se trata de emprender un camino que permita la sanación interna para que podamos recordar sin amargura y mirar hacia el futuro liberándonos de las cadenas de un pasado agobiante.
12. En la oración del Padrenuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Animados por la Palabra de Dios que nos invita al perdón, identifiquemos nuestras heridas, busquemos el apoyo de personas positivas que nos acompañen en este tránsito de la oscuridad de la amargura al sol radiante del perdón; y recitemos con fe la hermosa oración de San Francisco de Asís: “Señor, hazme un instrumento de paz; que donde haya odio, siembre yo amor; donde haya injuria, perdón; donde haya duda, fe; donde haya desesperación, esperanza; donde haya oscuridad, luz; donde haya tristeza, alegría…”
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