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domingo, 4 de septiembre de 2011

Estampas de vida en el siglo XVIII - Martínez Compañón



Láminas con historia
Durante su visita a España, el papa Benedicto XVI recibió un regalo del presidente Rodríguez Zapatero: “Trujillo del Perú”, obra de Baltazar Martínez Compañón, una de cuyas ediciones facsimilares se conservan en Iquitos, en la maravillosa biblioteca del CETA, al pie del río Itaya.
Por: Jorge Paredes (Desde Iquitos)





Nueve tomos y dos apéndices. Mil cuatrocientas once acuarelas. En una sala espaciosa, con decorados del siglo XIX y amplios ventanales que miran al bullicioso malecón de Iquitos, se conserva uno de los testimonios gráficos más importantes de la América española: una edición facsimilar de la obra “Trujillo del Perú”, del obispo Martínez Compañón, una colección de láminas sobre costumbres, personajes, zoología, botánica y mapas del norte y oriente peruanos que este religioso envió al rey de España a finales del siglo XVIII, y que ha cobrado actualidad luego de que el presidente español Rodríguez Zapatero le regalara una copia al papa Benedicto XVI. ¿Por qué son importantes estos volúmenes? ¿Quién fue este religioso que viajó miles de kilómetros acompañado por dibujantes anónimos para retratar la vida y la naturaleza de su enorme diócesis?




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Nacido en la villa de Cabredo, en Navarra, el 6 de enero de 1737, Baltazar Jaime Martínez Compañón fue un religioso que creció en pleno auge de la Ilustración. Proveniente de una familia próspera –su padre era jefe de aduanas–, estudió filosofía y derecho canónico en la Universidad de Oñate, y se ordenó sacerdote cuando solo tenía 23 años de edad. Era un hombre culto que amaba la música y los libros. Llegó al Perú en julio de 1768, después de embarcarse en Cádiz y cruzar los Andes desde Montevideo. En Lima, ocupó el cargo de chantre de la Catedral, pero su espíritu ilustrado (su biblioteca tenía más de dos mil libros y era la mayor del Virreinato peruano), lo llevó a ocupar el cargo de rector del Colegio de Santo Toribio, entre 1770 y 1779, año en que fue nombrado obispo de Trujillo.




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La diócesis que conoció Martínez Compañón era una de las más extensas y pobres del Perú. Abarcaba 150 mil kilómetros cuadrados y estaba dividida en doce provincias, que incluían Chachapoyas y Cajamarca y conversiones misionales, en los dominios de los indios hibitos y cholones. En pocas palabras, comprendía territorios de costa, sierra y selva, y su población estaba compuesta por indígenas (48,57%), mixtos (32,56%), blancos (9,68%), pardos (7,10%) y negros (2,9%), tal como refieren los apéndices de la obra guardada en la biblioteca iquiteña.
Es probable que las ansias de conocimiento del obispo lo impulsaran a realizar el viaje por su diócesis. Después de meses de preparativos, inició la marcha en 1782.
Pasó del calor del desierto (donde levantó un plano de Chan Chan) a las alturas de Cajamarca y luego marchó hacia Chachapoyas y Lamas, para dar cuenta de una realidad desconocida y a veces trágica: no solo recreó las costumbres, bailes y las castas sociales de la región, sino que también investigó en la fauna y la flora, y se preocupó por recolectar objetos precolombinos, trazar mapas, fundar ciudades y levantar iglesias.
Las intenciones de Martínez Compañón al realizar este viaje no han quedado claras para los historiadores, pero suponen que todo esto lo hizo para satisfacer los gustos intelectuales del rey Carlos III, quien era aficionado a lo que hoy conocemos como arqueología.
En noviembre de 1788, el obispo envió varios objetos indígenas hacia España, con la esperanza de que el monarca los contemplase; sin embargo, ignoraba que el rey estaba ya muy enfermo y que no podría deleitarse con la remesa. Carlos III falleció poco tiempo después, el 14 de diciembre de ese mismo año.




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Los esfuerzos de Martínez Compañón por realizar una historia de su diócesis también fracasaron, pero como compensación nos legó nueve tomos con hermosas láminas, las cuales van acompañadas de documentos, explicaciones y hasta de letras de cantos moches y amazónicos.
El recorrido del obispo por su diócesis duró poco más de dos años y ocho meses. Entre febrero y marzo de 1785, regresó a la provincia de Trujillo, después de reproducir en Otuzco escenas de la danza de la degollación del inca.
El 8 de marzo lucía enfermo, cansado y extenuado, aquejado de dolores de cabeza. En el pueblo de Santiago de Cao, publicó un resumen de todos los autos dictados a lo largo de su visita. En un documento enviado al virrey Carlos de Croix, le decía: “he recorrido tantas o más tierras como las que hay desde el Rin en Alsacia hasta Belgrado en Hungría […] En el discurso de dos años y ocho meses y ocho días apenas he cesado día y noche de dar vueltas como loco”.




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Más de dos siglos después agradecemos esa locura. Aquí, en la Biblioteca del Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía (que increíblemente no puede atender al público por falta de presupuesto y apoyo), están las reproducciones de los nueve tomos y dos apéndices de las láminas que Martínez Compañón envío a finales de 1790 al rey de España, descorazonado porque había sido nombrado obispo de Bogotá y no podía terminar su obra en el Perú, una obra inconclusa pero bella que ahora también puede ser admirada por el papa Benedicto XVI en la lejana Roma.

Escrito por: Jorge Paredes (Desde Iquitos)
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