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domingo, 21 de agosto de 2011
JMJ Madrid 2011: ” Papa Benedicto XVI frente a jóvenes discapacitados, la vida de estos jovenes cambia el corazón de los hombres
” Papa visita Instituto de San José de Madrid: La vida de estos jóvenes cambia el corazón de los hombres
20 de agosto, 2011. (Romereports.com) La visita del Papa al Instituto de San José de los Hermanos de San Juan de Dios ha sido uno de los encuentros más emotivos de la Jornada Mundial de la Juventud. Allí se reunió con unos 200 jóvenes discapacitados físicos y mentales.
Benedicto XVI
“Ciertamente, la vida de estos jóvenes cambia el corazón de los hombres y, por ello, estamos agradecidos al Señor por haberlos conocido”.
Durante el encuentro, Antonio, un joven de 20 años, discapacitado físico y metal se dirigió al Papa. Le dijo que cuando nació no tenían esperanzas de que sobreviviera, pero gracias al amor de sus padres está hoy aquí.
Antonio
“Gracias al amor que sintieron por mi, aun sabiendo que podía ser un obstáculo para sus vidas, siguieron adelante. Esto nos ha ayudado a superarnos, a no rendirnos nunca”.
Una chica discapacitada mental del centro entregó un cuadro al Papa. Después el Papa saludó a algunos de ellos y les dijo que a pesar de sus limitaciones ellos tienen un papel muy importante en la sociedad.
Benedicto XVI
“Queridos amigos, nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros contribuís decididamente a edificar la civilización del amor”.
La Fundación Instituto de San José está administrada por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, que ayuda a los más necesitados en los cinco continentes. Son 1.200 hermanos de esta orden, 40.000 profesionales y 8.000 voluntarios.
Benedicto XVI
“Vuestra vida y dedicación proclaman la grandeza a la que está llamado el hombre: compadecerse y acompañar por amor a quien sufre, como ha hecho Dios mismo”.
Al término de este encuentro, el coro de la JMJ interpretó el Magnificat de Bach antes de que el Papa dejara el Instituto para dirigirse al aeródromo de Cuatro Vientos para presidir la vigilia.
KLH/BR CTV JM PN
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VISITA A LA FUNDACIÓN INSTITUTO SAN JOSÉ
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Sábado 20 de agosto de 2011
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Queridos hermanos en el Episcopado,
Queridos sacerdotes y religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios,
Distinguidas Autoridades,
Queridos jóvenes, familiares y voluntarios aquí presentes
Gracias de corazón por el amable saludo y la cordial acogida que me habéis dispensado.
Esta noche, antes de la vigilia de oración con los jóvenes de todo el mundo que han venido a Madrid para participar en esta Jornada Mundial de la Juventud, tenemos ocasión de pasar algunos momentos juntos y así poder manifestaros la cercanía y el aprecio del Papa por cada uno de vosotros, por vuestras familias y por todas las personas que os acompañan y cuidan en esta Fundación del Instituto San José.
La juventud, lo hemos recordado otras veces, es la edad en la que la vida se desvela a la persona con toda la riqueza y plenitud de sus potencialidades, impulsando la búsqueda de metas más altas que den sentido a la misma. Por eso, cuando el dolor aparece en el horizonte de una vida joven, quedamos desconcertados y quizá nos preguntemos: ¿Puede seguir siendo grande la vida cuando irrumpe en ella el sufrimiento? A este respecto, en mi encíclica sobre la esperanza cristiana, decía: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre (…). Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (Spe salvi, 38). Estas palabras reflejan una larga tradición de humanidad que brota del ofrecimiento que Cristo hace de sí mismo en la Cruz por nosotros y por nuestra redención. Jesús y, siguiendo sus huellas, su Madre Dolorosa y los santos son los testigos que nos enseñan a vivir el drama del sufrimiento para nuestro bien y la salvación del mundo.
Estos testigos nos hablan, ante todo, de la dignidad de cada vida humana, creada a imagen de Dios. Ninguna aflicción es capaz de borrar esta impronta divina grabada en lo más profundo del hombre. Y no solo: desde que el Hijo de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece. Esta especial predilección del Señor por el que sufre nos lleva a mirar al otro con ojos limpios, para darle, además de las cosas externas que precisa, la mirada de amor que necesita. Pero esto únicamente es posible realizarlo como fruto de un encuentro personal con Cristo. De ello sois muy conscientes vosotros, religiosos, familiares, profesionales de la salud y voluntarios que vivís y trabajáis cotidianamente con estos jóvenes. Vuestra vida y dedicación proclaman la grandeza a la que está llamado el hombre: compadecerse y acompañar por amor a quien sufre, como ha hecho Dios mismo. Y en vuestra hermosa labor resuenan también las palabras evangélicas: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Por otro lado, vosotros sois también testigos del bien inmenso que constituye la vida de estos jóvenes para quien está a su lado y para la humanidad entera. De manera misteriosa pero muy real, su presencia suscita en nuestros corazones, frecuentemente endurecidos, una ternura que nos abre a la salvación. Ciertamente, la vida de estos jóvenes cambia el corazón de los hombres y, por ello, estamos agradecidos al Señor por haberlos conocido.
Queridos amigos, nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros contribuís decididamente a edificar la civilización del amor. Más aún, sois protagonistas de esta civilización. Y como hijos de la Iglesia ofrecéis al Señor vuestras vidas, con sus penas y sus alegrías, colaborando con Él y entrando “a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano” (Spe salvi, 40).
Con afecto entrañable, y por intercesión de San José, de San Juan de Dios y de San Benito Menni, os encomiendo de todo corazón a Dios nuestro Señor: que Él sea vuestra fuerza y vuestro premio. De su amor sea signo la Bendición Apostólica que os imparto a vosotros y a todos vuestros familiares y amigos. Muchas gracias.
L Editrice Vaticana