En Pentecostés (ó Domingo de Pentecostés) se celebra el descenso del Espíritu Santo y el inicio de la actividad de la Iglesia, por ello también se le conoce como la celebración del Espíritu Santo.
Siete semanas son cincuenta días, de ahí el nombre de “Pentecostés” (= cincuenta) que recibió más tarde. La fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año, después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.
En el calendario cristiano con Pentecostés termina el tiempo pascual de los 50 días. Los cincuenta días pascuales y las fiestas de la Ascensión y Pentecostés, forman una unidad. No son fiestas aisladas de acontecimientos ocurridos en el tiempo, son parte de un solo y único misterio.
Aunque durante mucho tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de inicio.
La fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año litúrgico en donde los cristianos tienen la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su Ascensión y la venida del Espíritu Santo.
Espíritu Santo, ¡ven!
En la constitución Lumen Gentium se afirma que el Espíritu “con la fuerza del Evangelio, rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente”, y eso es lo que hoy se nos recuerda. Mediante los diversos dones, el Espíritu renueva y rejuvenece a la Iglesia sin cesar, dirige su marcha y abre caminos al Evangelio. Ejemplos luminosos los tenemos en los santos de ayer, y los de hoy, en los fundadores de nuevas congregaciones religiosas, y en los nuevos mártires.
También hoy el Espíritu es el gran protagonista de la misión, y esto lo podemos traducir en varias ideas.
En primer lugar, necesitamos profundizar en la "espiritualidad". Es decir, en tomar conciencia de que estamos "habitados" por el Espíritu Santo, por el Aliento de Dios. Esta presencia se hace sentir en la oración (en la oración personal, en la lectura de la Palabra, en la celebración comunitaria de los sacramentos) y va impregnando toda nuestra vida, hasta ser asumida en nuestro yo más profundo.
En segundo lugar, tenemos que habituarnos a mirar el mundo desde la confianza en Dios y desde el amor. De acuerdo que existe el pecado y que son muchos los males que amenazan a la Iglesia, pero son también numerosos los valores que derrama el Espíritu sobre nuestra historia actual.
Y finalmente, tenemos que ser portadores de esperanza. Lo más grave que nos está sucediendo hoy es la ola de conformismo y la consiguiente pérdida de la esperanza. Y cuando uno carece de esperanza, deja de trabajar por un futuro más luminoso y más humano. Junto con la fe en Dios, la esperanza es lo más característico y lo más valioso que podemos aportar los cristianos a nuestro mundo.
En este día de los seglares, se nos invita a que nos abramos al Espíritu, para que el Señor siga suscitando carismas, movimientos e iniciativas que den respuesta a las necesidades actuales.