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miércoles, 29 de septiembre de 2010

EL GRAN PECADO DE LA INDIFERENCIA

EL GRAN PECADO DE LA INDIFERENCIA
Domingo XXVI - C

Homilía por el P. Richard Vélez Campos. Sacerdote Diocesano

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, nuestro Señor y en María, Nuestra Madre, hoy, en nuestra parroquia de San Pío X, nos llenamos de alegría porque se van a incorporar cinco hermanos nuestros a nuestra fe Católica. Ellos se están preparando en su Catequesis para la Confirmación y hoy los aceptamos para que sean parte de nuestra Iglesia y den gloria a Dios por las maravillas que ha obrado en ellos al recibir su Bautismo y junto con otros tres jóvenes hacer su Primera Comunión.
Estar presente en un nacimiento es uno de los acontecimientos más hermosos de la vida. La llegada de un niño a la familia siempre es signo de gozo. Tengo la oportunidad, como capellán de un hospital, de bautizar a los niños, que están en la sala de Incubadoras y con un poquito de algodón y unas gotas llevarlas a la vida de gracia y hacerlos hijos de Dios. Casi siempre aprovecho la oportunidad para tocar la maravilla de la naturaleza hecha niño y uno de verdad queda maravillado, en eso “envidio” a los papás, jijiji.
Los seres humanos pasamos por esos sentimientos de alegría, pero también pasamos por momentos de tristeza, en eso estar nuestro caminar diario por esta vida, nos alegramos y nos entristecemos. El nacimiento de un niño alegra la vida de una familia, pero la enfermedad de un ser querido nos duele y la muerte de este ser querido deja un dolor grande en el alma. La muerte siempre duele y es un camino que siempre tenemos que pasar todos los que amamos en esta vida.
Lo mismo pasa con la vida de la gracia. Nos alegramos, queridos chicos de que ustedes se bauticen, nos alegramos de que ustedes se acerquen a recibir este sacramento que los hace hijo de Dios, y la Iglesia se llena de gozo en este día; pero así como se nace a la vida de gracia, también se muere a la vida de gracia, cuando el cristiano se olvida de su condición de hijo de Dios y se entrega a los placeres de la vida.
Hoy nos encontramos con esta realidad. El rico, a quien Dios ha dado generosamente más que otros y el pobre Lázaro, que es signo de la pobreza que en el mundo de ese tiempo se vivía y signo también de este tiempo.
Con palabras de Monseñor Oscar Romero describo quien es el rico y quien es el pobre: «…cuando decimos pobre, decimos la actitud interna del corazón. Grabémonos bien esta idea, que pobre no es todo aquel que carece de bienes materiales, así como rico no es todo aquel que está abundando en bienes materiales. Según la Biblia, rico y pobre obedece a dos actitudes internas del corazón. Es la única parábola que tiene nombre, el personaje protagonista, Lázaro; y Lázaro, en su raíz hebrea, quiere decir: “El que confía en Dios”. Este es pobre, el que confía en Dios. Rico, en cambio, cuando Cristo se dirige a sus oyentes en esta parábola del rico epulón, dos versículos atrás de lo que hemos leído hoy, dice esto, refiriéndose a la parábola del administrador injusto: “Estaban oyendo todo esto los fariseos, que amaban las riquezas, y se burlaban de él. Y les dijo: Ustedes son los que se dan de justos delante de los hombres, pero Dios conoce sus corazones; porque lo que es estimable para los hombres es abominable ante Dios”. Aquí define Cristo qué es rico según la Biblia. El rico que Dios desprecia no es aquel que tiene bienes; es aquel que ama esos bienes hasta el punto de burlarse de Dios: “Si Dios no me socorre, mi dinero es mi Dios”; el que pone del ídolo, su corazón adorando ese dinero, el que sirve —como dice Cristo— no puede servir a Dios y al dinero. Pero una actitud como la de Lázaro, de no poner la confianza en las cosas de la tierra sino la confianza en Dios, ésa es actitud de pobreza.
Descrito el signo de la pobreza, y la riqueza, vemos queridos jóvenes, que lo que condenó a este rico no fue su riqueza y lo que salvó a este pobre no fue su pobreza. El rico no era Bin Laden, porque si hubiese sido Bin Laden, le hubiese puesto una bomba a este pobre y lo hubiese borrado del planeta, ni tampoco un hermano de los Sánchez Paredes, porque estos hubiese mandado a uno de sus sicarios y hubiesen desaparecido a Lázaro de la puerta porque daba mal aspecto.
No, el rico, no tenía nada contra Lázaro, simplemente este rico vivía en su mundo, estaba en otras cosas, viendo que iba a comer mañana, o que ropa se pondría y si fuera de este tiempo este rico, seguro andaría viendo como van Bolsa Económica. El gran pecado de este rico, fue su Indiferencia. Su pecado fue no ver a Lázaro, que lo necesitaba.
Cuando Dios da a los ricos más que otros es para que ellos sean generosos con sus hermanos necesitados. La tierra es de Dios y todo es prestado aquí. Cuando entenderemos que lo que Dios quiere es que seamos justos y generosos con nuestros bienes, porque cuando nos muramos no nos vamos a llevar nada.
Lo más triste de la Indiferencia es que seamos indiferentes con Dios. Si Dios no me da, mi dinero me lo dará, no necesito a Dios. Cuando recordamos el pasaje de la Escritura donde Cristo esta frente a Herodes, el Señor no dice nada, queda en silencio, no abre la boca y ni siquiera mira a Herodes. Esto es lo más duro que puede pasarle al cristiano, que el Señor esté a nuestro lado y ya nos hable, no nos diga nada, porque así como con Herodes ya no había nada por hacer, en nosotros tampoco haya nada por hacer, porque nuestra conciencia esta acallada y la voz de Dios ha quedado en silencio.
Esto es la muerte del alma. Nos alegramos del nacimiento por el bautismo a la vida de la gracia, pero eso también se pierde cuando uno se aleja de Dios y hace de su vida una vida sin Dios. “La fe se lleva en vaso de barro”, dice la Escritura.
Y Lázaro, espera pacientemente a que Epulón le abra: “he aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno me abre, cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3, 20).
Lázaro espera crucificado, cubierto de llagas, manso y humilde… Porque, por si no lo sabes, te diré que Lázaro ama locamente a Epulón.
Por Epulón abandonó Lázaro los tesoros de gloria que tenía junto a su Padre; por Epulón Lázaro se hizo hombre y vino a este mundo; por Epulón nació pobre, vivió pobre, y muere pobre. Por Epulón está ofrecido en una Cruz pidiendo a Dios perdón por los pecados de su “oveja descarriada”… Pero, ay, si Epulón no abre la puerta…
¿Te he hablado alguna vez de la Madre de Lázaro? Es tu Madre y la mía. Pasea, entre inquieta y dolorida, sus ojos de un hijo a otro: de Lázaro a Epulón, de Lázaro a ti, y de ti a Lázaro. Espera algo… ¿cuándo se lo darás?

P. Richard Vélez Campos.

(Agradecemos al P. Richard por su colaboración para el blog parroquial)
Publicado por Parroquia Nuestra Señora de los Desamparados y San José