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martes, 9 de marzo de 2010

De terremotos




De Terremotos

Escrito por el P. Enrique Rodriguez SJ


Cuando don José Antonio Manso de Velasco y Sánchez de Samaniego (1688-1767) llegó al Perú como Virrey, ya sabía lo que eran los temblores de tierra. Un mes después de llegar como Gobernador de Chile en 1737, el 24 de diciembre había pasado por la experiencia de un terremoto en la ciudad de Valdivia con la consecuencia de 212 muertos. Dicha ciudad llevaba en su historia una dura experiencia anterior, porque en 1575 había sido destruida por otro terremoto aún mayor. Manso de Velasco asumió en Lima la sucesión del marqués de Villagarcía en el Virreinato del Perú el 12 de julio de 1745. Quince meses después, el viernes 28 de octubre de 1746, a las diez y media de la noche, mientras los limeños cenaban y los más jóvenes estaban en su primer sueño, la tierra se arrancó a temblar, “primero con un movimiento leve, con poco y sutil ruido, que rápidamente cambió a terribles movimientos de la tierra, que parecía abrirse, sacudiendo con menuda y extraordinaria velocidad los edificios; a el modo de una bestia robusta se sacude el polvo de su lomo, y así no podía mantenerme en pie fijo”, según cita del Marqués de Obando, Jefe de la Escuadra y General de la Mar del Sur.
La Lima cercada por murallas tenía repartidas en ciento cincuenta islas o manzanas, unas tres mil casas que en los tres minutos que duró el movimiento cayeron como castillo de naipes. Entre cuarenta y cinco y sesenta mil habitantes estaban a la intemperie en esa noche fatídica, alumbrados por la luna y aterrados sin saber qué hacer en medio de los gritos de los heridos. La gente se refugió en las huertas o llegó como pudo a algún lugar descampado para esperar en silencio la luz de la mañana que mostró la tragedia en su dolor y crudeza. Muy pocas horas después llegarían las aún peores noticias de la inmensa ola que había hecho desaparecer el puerto y ciudad del Callao.
De Lima quedaron veinticinco casas que debieron ser demolidas. Las iglesias de los franciscanos, agustinos, dominicos y mercedarios, así como la catedral de Lima, se vinieron a tierra. Los monasterios y conventos, el palacio del virrey, el tribunal de la Inquisición, la Universidad y el Hospital de Santa Ana, corrieron la misma suerte. Las edificaciones grandes arrastraron las pequeñas que colindaban con ella. Las calles quedaron tan llenas de escombros que impedían el movimiento dentro de la ciudad
Las villas de Chancay y Huaura, los valles de Barranca, Supe y Pativilca, quedaron igualmente destruidos. Calculando el epicentro del terremoto aproximadamente en los 11.6 grados de latitud sur y 77.5 de longitud oeste, encontramos estas coordenadas precisamente frente a la bahía del Callao. Se calcula la fuerza sísmica en 8.4° grados en la escala de Richter y la intensidad en X-XI en la escala de Mercalli Modificada. Sirvan de referencia los 8.0 grados y VI-IX del terremoto de Pisco el 15 de agosto del 2007, los 7.0º del de Haití o los 8.8º del de Chile en este año 2010.
Las réplicas sísmicas fueron 219 entre los días 29 y 31 de octubre, 113 en el mes de noviembre, 40 en diciembre, 33 en enero y 24 en febrero, según escribía el erudito discípulo de los jesuitas José Eusebio de Llano y Zapata. El mismo anota que para el 31 de octubre habían sido enterrados 1300 cadáveres en Lima y que el virrey tomó cartas en el asunto con mano vigorosa, para favorecer a los más necesitados y castigar a los especuladores y ladrones que ayer como hoy lucran en el dolor ajeno. Incluso hizo levantar dos horcas en Lima y dos en el Callao.
Todos nuestros padres de la casa del Callao perecieron. De la casa, colegio e iglesia, como de toda la ciudad, no quedaron rastros. En cambio, San Pablo, nuestra iglesia, quedó en pie. Fue la prudencia y experiencia del constructor que adaptó, pero no copió, los planos de la Iglesia del Gesù de Roma, precisamente por ser esta ciudad de Lima tan propensa a los movimientos telúricos. Sin embargo sí cayeron la segunda iglesia (la Penitenciaría que fue posteriormente reconstruida), la bóveda de la sacristía, y el hermoso artesonado de la capilla de Nuestra Señora de la O.
Datos para tener en cuenta: El claustro de San Pedro (delante de mi oficina), tiene amarres de madera de columna a columna bajo el nivel del piso. Las columnas de la iglesia, con base y fuste de calicanto, tienen una parte flexible de madera y caña y según me han explicado, juega con un alma hueca. Las torres son de madera y cada una tiene unos chirimbolos (los de la foto) en forma piramidal, grandes y pesados, que no se cómo se llaman en arquitectura, pero ahí donde los ven, no están fijos y se mueven como bataclana para equilibrar los pesos cada vez que hay terremoto. Hace poco los hice poner en su sitio.
Por último, don Pedro Antonio de Barroeta y Angel (1701-1775), entonces décimo tercer arzobispo de Lima, profundísimo él, achacó el terremoto a la impudicia y poco recato en el vestir de las mujeres (y algunos hombres), por lo que ordenó tres meses después del sismo, que “todas las mujeres de cualquier estado, calidad y condición que fuesen, no usen ropa que no les llegue hasta los pies, y cuando montasen a mula los cubran, como también en todo tiempo los brazos cubiertos hasta los puños”. Por lo demás, prohibió categóricamente y bajo excomunión a los mozuelos afeminados, “que de ningún modo usen de lo que es traje y adorno femenino, ni que bailen en funciones algunas como lo han acostumbrado, y bajo de la misma pena prohibimos que ninguna mujer pueda disfrazarse del traje varonil”. Extraños modos del conflictivo señor que terminó defenestrado, aunque corre a su favor la preocupación por los indios a quienes siempre favorecía.
“Relata réfero”, que significa: yo les cuento lo que me han contado.
Publicado por Enrique Rodríguez en 7:01 PM




Un articulo muy interesante y ameno, que nos hace revivir tiempos y lugares de nuestra querida Ciudad de Lima. Muy buena investigacion.