El Niño Jesus de Praga
En la Parroquia Ntra Sra de los Desamparados en Breña, hasta los años 80 aproximadamente, estuvieron acompañando a los sacerdotes jesuitas unas Madres religiosas, desconozco la Orden a la cual pertenecian. Las veia con su habito blanco y un hermosa medalla de plata de buen tamaño con la Imagen del Niño Jesus de Praga, que lucian con orgullo. Recuerdo el nombre de una de ellas la Madre Gabriela, secretaria del Colegio entonces, muy seria, muy recta, muy disciplinada. Como debia de ser. Eran tres, la otra Madre encargada de la Sacristia, y otra del Despacho Parroquial, lo hacian con mucho esmero. Vaya para ellas mi recuerdo y estimacion. Aqui como homenaje a ellas les invito a compartir la Historia de esta hermosa Advocacion:
Imagen del Niño Jesús en la iglesia de Kostel Panny Marie Vítězné de Praga
Corona del Niño Jesús de Praga
El Niño Jesús en su altar en el Santuario de Nuestra Señora de la Victoria, en Praga
Nave Interior del Santuario
Historia del Niño Jesus de Praga
Nave Interior del Santuario
Historia del Niño Jesus de Praga
Fernando II, Emperador de Alemania, para manifestar su gratitud a Nuestro Señor por la insigne victoria alcanzada en una batalla, fundó en 1620, en la ciudad de Praga, un convento de Padres Carmelitas. Difíciles en extremo eran los tiempos que atravesaba Bohemia cuando llegaron estos excelentes religiosos, pues se hallaba asolada por guerras sangrientas que tenían a Praga presa de las más indecibles calamidades, a tal punto que el monasterio mismo de Carmelitas carecía de lo indispensable para sobrevivir a las necesidades más premiosas de la vida. En esa época, vivía en Praga la piadosa princesa Polixena Lobkowitz, quien sintiendo en el alma las apremiantes necesidades de los Carmelitas, resolvió entregarles una pequeña estatua de cera, de 48 cm., que representaba un hermoso Niño Dios, de pie, con la mano derecha levantada, en actitud de bendecir, mientras con la izquierda sostenía un globo dorado. Su rostro era muy amable y lleno de gracia, la túnica y el manto habían sido arreglados por la misma princesa, la cual, al dar la estatua a esos religiosos, les dijo: "Padres míos, os entrego lo más caro que poseo en el mundo: Honrad mucho a este Niño Jesús y nada os faltará."
La estatua fue recibida con gratitud y colocada en el oratorio interior del convento, donde fue objeto de la veneración de todos aquellos buenos Padres, distinguiéndose entre todos el Padre Cirilo, que con toda verdad podría titularse el apóstol del divino Niño Jesús de Praga.
La promesa de la augusta donante se cumplió a la letra, y los maravillosos efectos de la protección del divino Niño no tardaron en manifestarse, pues muy pronto, y en varias ocasiones se verificaron prodigios y fueron milagrosamente socorridas las necesidades del monasterio.
Entre tanto, estalló de nuevo la guerra en Bohemia. En 1631, el ejército de Sajonia se apoderó de la ciudad de Praga. Los Padres Carmelitas creyeron prudente trasladarse a Munich.
Durante esa época tan desastrosa, especialmente para Praga, la devoción al Niño Jesús cayó en el olvido. Los herejes destruyeron la iglesia, saquearon el monasterio, penetraron en el oratorio interior, hicieron burla de la estatua del Niño Jesús, y quebrándole las manos, la arrojaron con desprecio detrás del altar.
Al año siguiente, retiróse el enemigo de Praga y pudieron los religiosos volver a su convento, pero nadie se acordó de la preciosa estatua. Por esto, sin duda, se vio reducido el monasterio a la miseria como el resto de la población, pues carecían los religiosos de alimentos para ellos, y de los recursos indispensables para restaurar su casa.
Mas, después de 7 años de tanta desolación, volvió a Praga el Padre Cirilo, en el año 1637, cuando Bohemia se hallaba en peligro inminente de sucumbir y hasta de perder el don inestimable de la fe, y cuando la ciudad estaba por todas partes rodeada de enemigos. En tales aprietos, y al tiempo que el Padre Guardián exhortaba a sus religiosos que instasen a Dios para que pusiese término a tantos males, le habló el Padre Cirilo de la inolvidable estatua del Divino Niño y obtuvo licencia de buscarla. La encontró al fin entre los escombros, detrás del altar. La limpió, la cubrió de besos y de lágrimas, y como aún conservaba intacto el rostro la expuso en el coro a la veneración de los religiosos, quienes llenos de confianza en su protección, cayeron de rodillas ante el Divino Infante y le suplicaron fuese su refugio, su fortaleza y amparo en todo sentido.
Desde el momento en que fue colocada en su puesto de honor, el enemigo levantó el sitio y el covento se vio provisto en el acto de cuanto necesitaban los religiosos.
Encontrábase un día el Padre Cirilo en oración, delante de la estatua, cuando oyó claramente estas palabras: "Tened piedad de mí y yo me apiadaré de vosotros. Devolvedme mis manos y yo os devolveré la paz. Cuanto más me honrareis, tanto más os bendeciré".
En efecto, le faltaban las manos, cosa que, al encontrarla no había advertido el Padre Cirilo, enajenado como estaba por el gozo. Sorprendido el buen Padre, corrió inmediatamente a la celda del Padre Superior y le contó lo ocurrido, pidiéndole que hiciese reparar la estatua. El Superior se negó a ello, alegando la extremada pobreza del Convento. El humilde devoto de Jesús fue llamado a auxiliar a un moribundo, Benito Maskoning, quien le dio 100 florines de limosna. Se los llevó al Superior con la convicción de que con ellos haría reparar la estatua, pero este juzgó que era mejor comprar otra más hermosa y así lo hizo. El Señor no tardó en manifestar su desagrado; pues el mismo día de la inauguración de la nueva efigie, un candelabro que estaba fijo y muy asegurado en la pared, se desprendió y cayendo sobre la estatua, la redujo a pedazos. Al mismo tiempo, el P. Superior cayó enfermo y no pudo terminar su período de mando.
Elegido un nuevo Superior, el P. Cirilo volvió a suplicarle que hiciera reparar la estatua, pero recibió nueva repulsa. Entonces sin desmayar, se dirigió a la Santísima Virgen. Apenas acabada su oración, lo llamaron a la Iglesia; se le acercó una señora de venerable aspecto, que dejó en sus manos una cuantiosa limosna, y desapareció sin que nadie la hubiese visto entrar y salir de la Iglesia. Lleno de gozo, el P. Cirilo fue a dar cuenta al Superior de lo que pasaba; pero éste no le dio más que medio florín (25 centavos); siendo insuficiente para el objeto esta suma, todo quedó en el mismo estado.
El convento se vio sujeto a nuevas calamidades; los religiosos no tenían posibilidad de pagar la renta de una finca que habían arrendado y que no les producía nada. Los rebaños murieron, la peste desoló la ciudad, muchos carmelitas, inclusive el Superior, sufrieron este azote. Todos acudieron al Niño Jesús. El Superior se humilló y prometió celebrar 10 misas ante la estatua y propagar su culto. La situación mejoró notablemente, pero como la estatua continuaba en el mismo estado, el P. Cirilo no cesaba de clamar sus quejas ante su dadivoso protector, cuando oyó de sus divinos labios estas palabras: "Colócame a la entrada de la Sacristía, y encontrarás quien se compadezca de mí."
En efecto, se presentó un desconocido, el cual, notando que el hermoso Niño no tenía manos, se ofreció espontáneamente a hacérselas poner, no tardando en recibir su recompensa, pues ganó a los pocos días un pleito casi perdido, con lo que salvó su honor y su fortuna.
Los beneficios innumerables que todos alcalzaban del milagroso Niño, multiplicaban día a día el número de sus devotos. Por esto deseaban los carmelitas edificarle una capilla pública, teniendo en cuenta que el sitio donde debían levantarla, había sido ya indicado por la Santísima Virgen al P. Cirilo, pero faltaban los recursos y además, temían emprender esta nueva construcción en un tiempo en el que los calvinistas arrasaban todas las iglesias. Se contentaron con colocarlo en la Capilla exterior, sobre el altar mayor, hasta el año 1642, en el que la princesa Lobkowitz mandó edificar un nuevo santuario que se inauguró en 1644, el día de la fiesta del Santo Nombre de Jesús.
De todas partes acudían a postrarse delante del milagroso Niño, los pobres, los ricos, los enfermos, en fin, toda clase de personas hallaban en Él remedio de sus tribulaciones.
En 1655, el Conde Martinitz, Gran Marqués de Bohemia, regaló una preciosa corona de oro esmaltada con perlas y diamantes. El Reverendo D. José de Corte se la colocó al Niño Jesús en una solemne ceremonia de coronación.
Las gracias y maravillas innumerables debidas al "pequeño Grande" (así llaman en Alemania al Niño Jesús de Praga), se divulgaron hasta en las comarcas más lejanas, con lo que su culto se ha extendido en nuestros días de una manera prodigiosa.
En todas las naciones fue acogida con amor la devoción al Niño Jesús de Praga, monasterios, colegios, escuelas, familias le han dedicado magníficos tronos, numerosas parroquias poseen la real estatua y en cuantas partes se le honra, derrama sobre sus devotos un caudal de inestimables favores.
La estatua fue recibida con gratitud y colocada en el oratorio interior del convento, donde fue objeto de la veneración de todos aquellos buenos Padres, distinguiéndose entre todos el Padre Cirilo, que con toda verdad podría titularse el apóstol del divino Niño Jesús de Praga.
La promesa de la augusta donante se cumplió a la letra, y los maravillosos efectos de la protección del divino Niño no tardaron en manifestarse, pues muy pronto, y en varias ocasiones se verificaron prodigios y fueron milagrosamente socorridas las necesidades del monasterio.
Entre tanto, estalló de nuevo la guerra en Bohemia. En 1631, el ejército de Sajonia se apoderó de la ciudad de Praga. Los Padres Carmelitas creyeron prudente trasladarse a Munich.
Durante esa época tan desastrosa, especialmente para Praga, la devoción al Niño Jesús cayó en el olvido. Los herejes destruyeron la iglesia, saquearon el monasterio, penetraron en el oratorio interior, hicieron burla de la estatua del Niño Jesús, y quebrándole las manos, la arrojaron con desprecio detrás del altar.
Al año siguiente, retiróse el enemigo de Praga y pudieron los religiosos volver a su convento, pero nadie se acordó de la preciosa estatua. Por esto, sin duda, se vio reducido el monasterio a la miseria como el resto de la población, pues carecían los religiosos de alimentos para ellos, y de los recursos indispensables para restaurar su casa.
Mas, después de 7 años de tanta desolación, volvió a Praga el Padre Cirilo, en el año 1637, cuando Bohemia se hallaba en peligro inminente de sucumbir y hasta de perder el don inestimable de la fe, y cuando la ciudad estaba por todas partes rodeada de enemigos. En tales aprietos, y al tiempo que el Padre Guardián exhortaba a sus religiosos que instasen a Dios para que pusiese término a tantos males, le habló el Padre Cirilo de la inolvidable estatua del Divino Niño y obtuvo licencia de buscarla. La encontró al fin entre los escombros, detrás del altar. La limpió, la cubrió de besos y de lágrimas, y como aún conservaba intacto el rostro la expuso en el coro a la veneración de los religiosos, quienes llenos de confianza en su protección, cayeron de rodillas ante el Divino Infante y le suplicaron fuese su refugio, su fortaleza y amparo en todo sentido.
Desde el momento en que fue colocada en su puesto de honor, el enemigo levantó el sitio y el covento se vio provisto en el acto de cuanto necesitaban los religiosos.
Encontrábase un día el Padre Cirilo en oración, delante de la estatua, cuando oyó claramente estas palabras: "Tened piedad de mí y yo me apiadaré de vosotros. Devolvedme mis manos y yo os devolveré la paz. Cuanto más me honrareis, tanto más os bendeciré".
En efecto, le faltaban las manos, cosa que, al encontrarla no había advertido el Padre Cirilo, enajenado como estaba por el gozo. Sorprendido el buen Padre, corrió inmediatamente a la celda del Padre Superior y le contó lo ocurrido, pidiéndole que hiciese reparar la estatua. El Superior se negó a ello, alegando la extremada pobreza del Convento. El humilde devoto de Jesús fue llamado a auxiliar a un moribundo, Benito Maskoning, quien le dio 100 florines de limosna. Se los llevó al Superior con la convicción de que con ellos haría reparar la estatua, pero este juzgó que era mejor comprar otra más hermosa y así lo hizo. El Señor no tardó en manifestar su desagrado; pues el mismo día de la inauguración de la nueva efigie, un candelabro que estaba fijo y muy asegurado en la pared, se desprendió y cayendo sobre la estatua, la redujo a pedazos. Al mismo tiempo, el P. Superior cayó enfermo y no pudo terminar su período de mando.
Elegido un nuevo Superior, el P. Cirilo volvió a suplicarle que hiciera reparar la estatua, pero recibió nueva repulsa. Entonces sin desmayar, se dirigió a la Santísima Virgen. Apenas acabada su oración, lo llamaron a la Iglesia; se le acercó una señora de venerable aspecto, que dejó en sus manos una cuantiosa limosna, y desapareció sin que nadie la hubiese visto entrar y salir de la Iglesia. Lleno de gozo, el P. Cirilo fue a dar cuenta al Superior de lo que pasaba; pero éste no le dio más que medio florín (25 centavos); siendo insuficiente para el objeto esta suma, todo quedó en el mismo estado.
El convento se vio sujeto a nuevas calamidades; los religiosos no tenían posibilidad de pagar la renta de una finca que habían arrendado y que no les producía nada. Los rebaños murieron, la peste desoló la ciudad, muchos carmelitas, inclusive el Superior, sufrieron este azote. Todos acudieron al Niño Jesús. El Superior se humilló y prometió celebrar 10 misas ante la estatua y propagar su culto. La situación mejoró notablemente, pero como la estatua continuaba en el mismo estado, el P. Cirilo no cesaba de clamar sus quejas ante su dadivoso protector, cuando oyó de sus divinos labios estas palabras: "Colócame a la entrada de la Sacristía, y encontrarás quien se compadezca de mí."
En efecto, se presentó un desconocido, el cual, notando que el hermoso Niño no tenía manos, se ofreció espontáneamente a hacérselas poner, no tardando en recibir su recompensa, pues ganó a los pocos días un pleito casi perdido, con lo que salvó su honor y su fortuna.
Los beneficios innumerables que todos alcalzaban del milagroso Niño, multiplicaban día a día el número de sus devotos. Por esto deseaban los carmelitas edificarle una capilla pública, teniendo en cuenta que el sitio donde debían levantarla, había sido ya indicado por la Santísima Virgen al P. Cirilo, pero faltaban los recursos y además, temían emprender esta nueva construcción en un tiempo en el que los calvinistas arrasaban todas las iglesias. Se contentaron con colocarlo en la Capilla exterior, sobre el altar mayor, hasta el año 1642, en el que la princesa Lobkowitz mandó edificar un nuevo santuario que se inauguró en 1644, el día de la fiesta del Santo Nombre de Jesús.
De todas partes acudían a postrarse delante del milagroso Niño, los pobres, los ricos, los enfermos, en fin, toda clase de personas hallaban en Él remedio de sus tribulaciones.
En 1655, el Conde Martinitz, Gran Marqués de Bohemia, regaló una preciosa corona de oro esmaltada con perlas y diamantes. El Reverendo D. José de Corte se la colocó al Niño Jesús en una solemne ceremonia de coronación.
Las gracias y maravillas innumerables debidas al "pequeño Grande" (así llaman en Alemania al Niño Jesús de Praga), se divulgaron hasta en las comarcas más lejanas, con lo que su culto se ha extendido en nuestros días de una manera prodigiosa.
En todas las naciones fue acogida con amor la devoción al Niño Jesús de Praga, monasterios, colegios, escuelas, familias le han dedicado magníficos tronos, numerosas parroquias poseen la real estatua y en cuantas partes se le honra, derrama sobre sus devotos un caudal de inestimables favores.