Hoy 16 de septiembre, la Iglesia conmemora el tránsito a Dios de SAN JUAN MACÍAS quien muriera santamente en un día como hoy de 1645 en Lima, Perú. Nacido en Ribera de Fresno, España, en 1585 fue religioso lego de la orden de Santo Domingo. En 1975 el Papa Pablo VI le proclamó Santo. Es patrono de los campesinos y de los emigrantes. Unidos, pues, a la familia dominicana y a las iglesias del Perú y España, brindémosle nuestro devoto aplauso.
Meditación.-
QUERIDO SAN JUAN MACÍAS: recordar tu vida es ver al hombre sencillo que llegó hasta la santidad, recorriendo el camino de la humildad. Siendo aún niño, te ganas la vida con trabajos humildes de pastor y porquerizo. Te embarcas en la aventura de la vida llegando en una nave al Perú en donde ingresas a la Orden de los Padres Dominicos. Desempeñaste el trabajo de portero en el convento de Santa Magdalena, de los Dominicos en Lima. Tu tarea fue simple y a la vez adecuada para mostrar el resplandor de tu corazón de santo. En los largos momentos de ocio, rezas el Santo Rosario. Dios te concedió una sensibilidad sobrenatural extraordinaria, que te permitía escuchar un constante rumoreo: "Son las almas del purgatorio que piden oraciones", decías. Gracias al Santo Rosario, he podido sacar del purgatorio a más de 1.400.000 almas, para la gloria de Dios". Entre tus tareas estaba también la de repartir limosnas a los pobres y necesitados. Para esto, recorrías la ciudad de Lima pidiendo colaboraciones, y cargabas todo lo que te daban sobre un borriquito que siempre te acompañaba. Pero, cosa admirable, cuando tú no podías hacer el recorrido, enviabas a tu borriquito, que por sí solo hacia todo el recorrido. Y la gente, que ya lo conocía, ponía sobre él su colaboración. Cosas de santos! Después de tu muerte, se hacen más frecuentes los milagros que en vida. Inolvidable fue aquel del orfelinato de Badajoz. Un día en el que no tenían qué dar de comer a los niños y en enfermos, ante las ollas vacías exclaman: "ay, Fray Juan, los pobres están sin comida". Bastó decir solo esto para que las ollas empezaran a llenarse de comida hasta rebalsar. Pero ésta fue tanta que el párroco tuvo que exclamar: "Fray Juan, basta, ya, basta!" Y en ese momento las ollas dejaron de producir comida.
Por: Padre Javier San Martin S.J. - Sra Cecilia Mutual