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lunes, 10 de agosto de 2009

Palabras de nuevo diacono Alejandro Muñoz H. sj


Palabras de Alejandro Muñoz SJ tras su Ordenación como diacono

Esta es la transcripción de las palabras que dirigió Alejandro Muñoz SJ a todos los presentes tras su Ceremonia de Ordenación Sacerdotal, en la Iglesia de San Pedro en Lima, acontecido el 31 de Julio, dia de San Ignacio de Loyola:


Desde mi retorno al Perú, hace ya cinco meses, han ido sucediendo en nuestro país algunos episodios que me han forzado a reflexionar hondamente en torno al papel que nos toca como cristianos. Me refiero a los sucesos de Bagua, al temor o no entendimiento de algunos sectores de nuestra sociedad por guardar y valorar la memoria de los inocentes, y aquel suceso que primó durante una semana en todos los medios de comunicación, manifestando el uso mercantil de la desdicha y la tragedia humana. A esto se agregó lo que he venido viviendo en estas dos últimas semanas en torno a la salud de mi sobrina Flor, con la que he compartido varios años de mi niñez, y que hoy no está presente aquí como tanto hubiéramos deseado. En todas estas cosas he ido entendiendo la fragilidad de la vida en medio de una pregunta que ya todos conocemos ¿Dónde está Dios?


En todos los episodios de mi vida esta pregunta ha estado presente, a veces como débil o fugaz interpelación a Dios, o en otras como duras batallas que desembocaron en derroteros de los cuales, sinceramente, poco he dado a conocer. Ojala la vida fuese como una historieta en que los llamados justos siempre triunfan, ojala el reino de Dios fuera un lugar donde ya no haya que seguir luchando contra la indiferencia y el egoísmo. Ante el llamado de Dios nos escondemos e inventamos enemigos o luchas inexistentes, como si el mal viniese de fuera, como fuerzas exteriores que nos amenazaran por celos o ideologías, y no reflexionamos ni nos dejamos interpelar por el otro, que está más cerca de nosotros, por los de a pie, por los que van por la calle, manejan un taxi, o esperan impacientemente a la salida de emergencias en un hospital público. Son aquellos que estando muy cerca tratamos de percibirlos lejos de nosotros para evitar la responsabilidad que nos compete.


En la última parte del folleto de la ceremonia que ustedes han recibido encontraran un fragmento de la última CG de la Compañía de Jesús que recoge la experiencia espiritual de Ignacio en el Cardoner, las últimas líneas de este fragmento dice literalmente: “…Ignacio tuvo una experiencia junto al río Cardoner que abrió sus ojos de tal modo que “le parecían todas las cosas nuevas”, porque comenzó a verlas con ojos nuevos. La realidad se le hizo transparente, haciéndole capaz de ver a Dios que trabaja en lo profundo de la realidad e invitándole a “ayudar a las almas”. Esta nueva visión de la realidad condujo a Ignacio a buscar y hallar a Dios en todas las cosas”. Creo que esto sintetiza con hondura el significado del diaconado, un estado de servicio permanente al que todo cristiano esta llamado, pero al que algunos nos comprometemos de modo especial.


Nunca olvido la experiencia personal que tuve hace 16 años (entonces tenía 23 años de edad y cursaba el tercer año de sociología), cuando llegué a un caserío situado en las alturas de Ancash, en donde, alumbrados por la tenue luz de algunas velas, conversé con cinco campesinos. Allí me vi invadido por una atmósfera espiritual, entonces desconocida para mí. Yo no recuerdo bien de lo que hablamos, pero sí tengo presente que desde entonces volvieron a tomar fuerza algunas inquietudes que creí dormidas u olvidadas. En la vida uno siempre está en una búsqueda, la mayoría de las veces sin saber claramente qué es lo que se quiere encontrar, y aparece lo inesperado, en lo más sencillo y pequeño. Yo no esperaba conocer a aquellas personas ni a la historia de un pueblo que había resistido los años de la violencia, y que, a pesar de su pobreza y de sufrir el olvido, compartieron conmigo lo poco que tenían. Tampoco esperaba conocer sus carencias, sus esperanzas, ni palpar aquella experiencia de fe en alguien que no conocía hasta entonces. Supuse la fe de aquellas gentes como un incomprensible fenómeno de la condición humana. Un año después a ese suceso pedí ser bautizado, y empecé a tener una mirada distinta hacia los jesuitas que vivían en el Jirón Chancay en donde trabajé algún tiempo.


Años después, al iniciar el proceso de discernimiento vocacional, interpreté dicho momento como la pregunta que realizan los discípulos de Juan a Jesús "Rabbí, ¿dónde vives?" (Jn. 1,38), y la permanente respuesta de Jesús que aún siento tan en mi interior:“ven y verás” (Jn. 1, 39). Con las personas de aquel caserío conversamos quizá sobre muchas cosas, pero lo que me impactó fue saber que el sacerdote del pueblo los visitaba a penas una vez al año. Conversión y vocación no son realidades separadas, la experiencia aquella me despertó un deseo más profundo, algo que me invitaba a ser más humano, a ir hacia el encuentro con el otro, a salir de mí. La interpretación actual que hago de aquel acontecimiento no se queda únicamente en el “ven y verás”, sino como aquel instante en que fui invadido por un sentimiento y una actitud, del que testimonia el evangelio de San Mateo cuando dice de Jesús “…al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: "La mies es mucha y los obreros pocos”.(Mt. 9, 36-37). La pregunta ¿Dónde está Dios? ante el dolor humano, es una pregunta permanente, porque permanente es nuestro camino de conversión y permanente el llamado de nuestra vocación. Tengo la certeza de que no es Dios quien no escucha o que es Él quien calla ente la tragedia de su creatura; más bien creo que es el hombre el que silencia su conciencia entorpeciendo la acción creadora de Dios y el llamado a que todos seamos co-creadores.


Quiero agradecer a Monseñor Pedro Barreto, Arzobispo de Huancayo, la tierra donde nació mi padre. Así también a Monseñor Bambarén, quien fue fuente de inspiración cuando muchas veces lo veía por televisión. A la Compañía de Jesús por haberme recibido a pesar de mis grandes imperfecciones y por aguantar mis sutiles rebeldías. A mi familia, en especial mi madre, que sigue siendo para mí la inspiración de un cristianismo comprometido y desinteresado. A las hermanas del Servicio Social de la Inmaculada y a los sacerdotes benedictinos a quienes vi trabajar con entrega y entusiasmo durante las primeras décadas de mi vida. A las comunidades cristianas de Vitelma en Bogotá-Colombia, a los de la Parroquia San Benito y la Capilla María Auxiliadora de Las Flores, a los grupos CAS y Señor de los Milagros desde quienes entendí que el cristianismo solo podía ser vivido en comunidad.


Gracias también a mis jóvenes amigos de Piura que aún me hacen sentir joven y ver con esperanza el futuro de nuestra amada Iglesia. Gracias a todos ustedes, amigos de la promoción del colegio Fe y Alegría No. 5 y de la Universidad de San Marcos, compañeros de luchas y tertulias. Finalmente a todos ustedes mis demás amigos y vecinos, porque si ustedes están aquí es porque algo o mucho tiene que ver en todo esto.


DOY GRACIAS A DIOS EN TODOS USTEDES.


Autor: Alejandro Muñoz SJ